Capítulo cuarenta y ocho

1.4K 108 10
                                    

El bolígrafo del doctor Pearson baila entre sus dedos, como un frasco lleno de mis memorias. Él no deja de perforar mi alma con su mirada, y aquel subconsciente que tanto venera. Y que lucha por salvar. Salvaguardar de la oscuridad, aquella que amo hasta el punto de querer incinerarme.

—¿Qué piensas sobre Lux? —pregunta el doctor Pearson recolocándose las gafas 

Suelto una bocanada de aire y cierro los ojos por un momento, intentando encontrar las palabras adecuadas para responderle.

— En el universo de mi mente, siempre asocié a Lux con un eclipse. Él era un ser encantadoramente complejo, tan cautivador a la vista que supe que acercarme demasiado significaría quemarme. Pero su atracción fue tan poderosa que no pude resistirme. Y me destruí en el proceso. —confieso con dolor en el pecho

—¿Crees que has aceptado que Lux te agredía?

—Sí, ahora sí. Creo que, si lo hubiera aceptado antes, podría haber despertado de aquella distorsión etílica y huir en busca de una mejor vida.

El doctor Pearson garabatea en mi informe y luego suelta su bolígrafo y entrelaza las manos. Cuando se dispone a hablar, la puerta del despacho se abre de golpe. Un celador entra precipitadamente y anuncia que una paciente del ala C ha intentado suicidarse. Me invade la angustia. Oh no.

—El deber me llama. Lo lamento, señorita Bowman.. —se disculpa el doctor Pearson recogiendo sus papeles apresuradamente y saliendo de la habitación

Desde el pasillo, oigo cómo el doctor Pearson le dice a alguien que la enfermera Leonora me acompañará de vuelta a mi cuarto y me previene de no hacer nada estúpido. Asiento con la cabeza y contemplo el caos que reina sobre el escritorio: papeles, carpetas, grapas, bolígrafos sin tapa y de colores.

De repente, la voz de mi conciencia reaparece, con sus maletas, la piel tostada y una orden: "Toma la llave, Sabina. Vamos. No seas cobarde. Esta es tu oportunidad."

Mi corazón late con fuerza, provocando que pierda el equilibrio. No debería hacerlo. Sería invadir una propiedad privada.  Pero la voz de mi conciencia me insta a seguir adelante. Me levanto de la silla y me acerco al cajón del escritorio, que abro con cuidado. Busco la llave de la salida trasera, desordenando la caja de cristal hasta que la encuentro. La tomo temblorosa y la escondo debajo de mi axila justo cuando la enfermera Leonora aparece. Oh no.

—Parece que te has apropiado de algo que no te pertenece, Sabina. — me reprocha la enfermera, frunciendo el ceño y acercándose al escritorio.

—No sé de qué me hablas.

Ella suspira y cierra el cajón de madera de un golpe. 

—Dame la llave.

—¿Qué llave? —inquiero alzando una ceja, desafiante

La adrenalina recorre la extensión de mi cuerpo haciéndome sudar. Y temblar. Me yergo e intento parecer indiferente.

—Me obligas a que comunique...

—Si lo haces, a mí también me obligarás a que comunique tu comercio de sustancias ilegales dentro de Hiraeth.  —amenazo, alzando una ceja y cruzándome de brazos

La enfermera Leonora se atraganta con sus palabras, pestañeando confundida y con algo de sorpresa. Mi conciencia me aplaude con entusiasmo y desaparece.

—¿Me acompañas de vuelta a mi habitación? —pregunto saliendo del despacho del doctor Pearson con paso decidido y evitando mirar hacia atrás



**
Alguien me dijo que me mirara en el espejo. Que clavara mis ojos en la persona que tuviera en frente y que le prometiera algo: Que no le haría más daño. Que le diría que la quiero. Que amo todo el caos que ella es. Incluso convertida en recuerdo. Le prometería que seguiríamos apostando por el amor. Por esos amores fugaces, por los que dejan marca, incluso por aquellos que amaremos tanto al punto de no permitiros hacerlo nunca más.  Le pediría que no tenga miedo. Pero recordándole que cuanto más miedo tenga, más valiente será. Le repetiría una y otra vez que de todo se sale. Y que si no se ha salido aún es porque todavía tiene tiempo de hacerlo. Le aseguraría una vida. Una de verdad. Con momentos de euforia. Caídas a contracorriente. Y bocados de "tal vez".  Le regalaría segundos para experimentar el vicio del tiempo. Incluso el de quedarse sin él. Eso es lo que él quiso que hiciera cada vez que te mirara en el espejo. Y que la mirara a ella. A mí.
**

Dejo mi hoja sobre el escritorio de la doctora Arizona y urjo por acercarme al ventanal. Esta tarde, el cuerpo de Joy lo ocupa el alter ego escritor, aquel que distingo por las gafas de sol, a pesar de que el cielo esté encapotado. Lo observo pasearse por el jardín de Hiraeth con gracia. Se detiene frente a dos celadores y conversa con ellos. Les hace reír, les cuestiona y antes de irse, mete sus ágiles dedos en la bata de uno de ellos y roba algo. Oculta el objeto debajo de su camiseta y se acerca a un grupo de pacientes tumbados, mirando al cielo. ¿Qué hará ahora? El escritor ladronzuelo se tumba con ellos y cierra los ojos tentando al paso del tiempo, y a las garras del destino. De repente, uno de los pacientes le da un codazo en la cabeza haciéndole despertar, y con él, otro de sus alter egos.  El cuerpo de Joy adopta una postura encorvada y entonces lo oigo decir con voz de mujer mayor:

—Larry, tengo frío. Dame mi pañuelo. Corre. —Nana, la anciana tejedora tiene dificultad para respirar por lo que se arrima a uno de los bancos. —Los he visto más rápidos.

Larry le tiende su pañuelo de monedas y antes de que Nana vuelva a pedirle algo, él le ofrece lana de punto, un par de agujas, un ganchillo y un bloqueador. El rostro de Joy esboza una tierna sonrisa.

—Oh, muy bien. Te tejeré el mejor jersey que te hayas puesto jamás, jovencito.

Larry ríe, le besa la palma de la mano y se aleja.



El comedor está lleno de vida. Pacientes, enfermeras y celadores se agolpan en torno a las mesas, intercambiando conversaciones y platos de comida. Pero en medio de todo el bullicio, la voz calmada y Sabina de Faith se eleva por encima de todas las demás.

—¿Qué es lo que no os deja dormir? —pregunta Faith recorriéndonos con la mirada. Siento que esta noche estamos ante la verdadera Faith, aquella que explora la curiosidad y prueba de la ternura

Mía se mete varios trozos de tortilla de patata en la boca y mientras mastica la oigo decir:

—El hambre. Y los malditos atracones como este. — Los ojos verdes de la muchacha parecen cerrarse en éxtasis ante el sabor de la comida, como si estuviera siendo transportada a otro lugar en su hambrienta mente.

—A mí no me dejan dormir mis recuerdos,  y la forma en la que mi subconsciente los expulsa al exterior. —susurro sintiendo como me arde la garganta. Y es que a veces tiendo a ser un arma de destrucción masiva sin quererlo— ¿Y tú, Xia?

—El calor. Y la sed. —la joven de cabello azabache da un trago a su cantimplora lila y luego suspira. Suena tan vulnerable que me dan ganas de abrazarla y prometerle que todo mejorará.

—A mí me quita el sueño mi manía, pero sobre todo mi depresión. Temo que existan dentro de mí para siempre.

—Creo que el problema no está en su existencia, sino en su control. También creo que con algo de tiempo lo conseguirás. —animo a Faith rodeándola con el brazo y ella asiente con un leve movimiento de cabeza, aunque no muy convencida


En  mi tiktok  @inessdeluna publico contenido  variado sobre la trama, los personajes y avances.
xoxo

© Obra protegida por los derechos de autor

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora