La muerte acaricia mi cuello lentamente. Deposita sus labios en el lóbulo de mi oreja y ronronea con suavidad, erizándome la tez.
—Vente conmigo. El mundo sin ti estará mucho mejor. Yo te cuidaré. Te haré feliz. Aquí nadie te extrañará. —susurra ella intentando convencerme
Sopeso la idea, y la degusto en el paladar de mi alma. Soledad. Siempre me sentí sola e incomprendida. Sin un rumbo fijo ni sueños a los que aferrarme. Inexperta en la vida, pero muy hábil al cometer errores. Siendo el fracaso mi olor favorito. Y la inestabilidad visible a mis ojos cada vez. Incluso en la ausencia de luz.
Oigo la voz de Joy aproximarse hacia mí. Viajar entre todas y cada una de las dimensiones del tiempo y cogerme de la mano.
—No lo hagas. No te despidas de la vida todavía, Sabina. Dale una oportunidad a todo lo bueno. Y es que cuando lo bueno acabe te encontrarás con lo malo y no podrás regresar. Tienes que vivir. Solo por saber que no volverás a hacerlo. Haciéndolo solo una vez. —Sus ojos azules del mar perforan mi cabeza y ahuyentan a la muerte. Su voz me enjaula en trozos de tela egipcios. Su tacto. Su tacto consigue que quiera exprimir la vida junto a él mientras me quede tiempo. Y me detengo.
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Conocer a mí amante, el señor Pasado. Encontrarme con él una y otra vez. Pedirle el divorcio por diferencias temporales. Volver a amarle después de haberlo amado tanto. Extrañarle. Echar en falta la nostalgia y morriña que le caracterizaba. Y culparle por todo lo que sufrí después de dejarle.
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Le entrego mi hoja a la doctora Arizona y me dirijo al ventanal en busca de Joy. Recorro mi oscura mirada por el jardín de Hiraeth pero no lo encuentro. ¿Dónde podría estar esta tarde? ¿Quién será una vez más?
De repente oigo un atrevido golpe expandirse en la madera de la puerta del taller de creatividad y al girarme distingo a Joy, siendo hoy el fumador frustrado. Camina erguido, con los pectorales hacia fuera y la cabeza alta. No deja de fruncir el ceño en ningún momento, y desprende un potente olor a cigarrillos.
—Me han pedido que te arregle el ordenador. —se explica cruzando la habitación y Arizona asiente
—Sí. Lleva días sin querer encenderse. Y cuando lo hace, pita continuamente y se apaga. —Explica ella acercándose al ordenador de torre
—Veré que puedo hacer.
—Sabina, él es Brando, nuestro ingeniero informático y paciente del ala de hombres de Hiraeth— Le presenta la doctora y entonces tira de mí hacia un rincón y con un bajo tono de voz me aclara —No es muy extrovertido que digamos, pero no se lo tengas en cuenta.
El fumador frustrado en ningún momento me mira o me dirige la palabra. Para él parezco no existir, ni estar presente en la misma habitación que él. Se adueña del ordenador de la doctora Arizona y teclea, pulsa botones sin pausa, a un ritmo irregular. Introduce un lápiz de memoria en la torre y luego aguarda. Mientras tanto, yo me dedico a observarle y estudiar su comportamiento. Solo hasta que su azul y furiosa mirada choca con la mía.
—El hecho de que yo exista ahora en tu vida te hará correr peligro. Mucho peligro, Sabina Bowman. —me advierte con frialdad, y luego vuelve a poner su plena atención en el ordenador, permitiendo que me hunda en su amenaza hasta asfixiarme.
Cuando menos te esperas una visita, la depresión aparece. Llega con abatimiento e intenta entrar por tu puerta emocional. Y aunque tú se la cierres para impedirle el paso, ella, astuta, se cuela por debajo y se hace con el control de tu cuerpo y el de tu alma, consumiéndote bocado a bocado. Incentivándote a huir del mundo real, caricia a caricia, haciéndote desaparecer beso a beso, aunque solo sea momentáneamente.
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Diario de una enferma mental ©
RomanceSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...