Capítulo cuarenta y cuatro

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Vagué viajando entre los acordes del tiempo solo por querer verte una vez más. Pequeña. Revolucionaria. Y arpía del deseo.
Vagué buscando la llave de la sabiduría. Aquella que me haría entenderte. Y entender todo aquello que llevaba tu nombre.
Vagué y seguí vagando por encontrar respuestas a por qué deseamos. Olvidamos. Y nos reencontramos.
Vagué preguntando por qué con una mera convicción podemos ser capaces de cambiar el mundo. O miles de vidas.
Pero realmente por lo que vagué fue por volver a hacerlo todo, pero esta vez que no acabase nunca.
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A última hora de la tarde busco a Joy con la mirada y curiosamente lo encuentro vigilando la ventana del taller donde me encuentro. Lleva gafas de sol y porta una libreta y un lápiz. Tiene la postura erguida y pelo cayéndole sobre la frente. Oh, creo que hoy el cuerpo de Joy está siendo controlado por otro alter ego. Uno nuevo.  Me observa por debajo de sus oscuras gafas y abriendo su libreta, empieza a escribir. Y escribirme. El alter ego escritor traza palabras por la extensión de mi piel, y letras por los suburbios de mi alma. Y me pregunto qué contendrán sus escritos.


Durante la cena, Mía entra en el comedor acompañada del celador Scott. La joven luce las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas y brillantes, y por primera vez desde que la ingresaron, no lleva su manta azul cielo.

—Siempre me pregunto qué os da Pearson en su despacho para que vengáis tan relucientes. Pareces sacada de una película de Disney, Mía. Oh, necesito mostaza y kétchup. ¿Te han dicho alguna vez que te pareces a Alicia en el país de las maravillas? Pero mucho más delgada. Yo solía quejarme de que me llamaran Mérida. Hmm... Xia podría ser perfectamente Mulán, aunque en una versión muy quemada. Y tú, Sabina, serías Blanca Nieves. —exclama Faith, la conejita Duracell.

—¿Te has sacado un máster en princesas de Disney? —inquiere Xia, soltando una risotada, y Faith voltea los ojos

Desviando mi atención hacia Mía, la veo engullir su trozo de pollo asado con entusiasmo y deseo. Disfruto viéndola comer y alimentar su alma con tanta pasión.

—Por cierto, ¿qué te ha pasado esta mañana? Nos dejaste muy preocupadas —susurra la joven de pelo azabache, acercándose más a ella

Mía traga con dificultad y después de darle un largo sorbo a su zumo de piña, nos mira de reojo y dice:

—Era una carta de mi madre. Me contó que han detenido a quien abusó de mí y que en un par de semanas tendré que presentarme a declarar en el juicio. Y antes de que saltéis, sí, es una muy buena noticia, pero ha sido volver a caer por la brecha de mi pasado. Una que me quito la vida.

Se me eriza la piel dolorosamente y alargo la mano, apretando la de Mía con suavidad. Entiendo todo lo que ella dice.

—¿Cómo te sientes ahora que sabes que vas a testificar contra él? —le pregunto y ella cierra los ojos por un momento, ahuyentando el dolor

—Creo que después de testificar, conseguiré mi libertad condicional. —Mía hace una pausa para soltar una bocanada de aire —Supongo que allí empezará mi nueva vida.

—Todo saldrá bien. Y si no sale bien es porque aún no ha llegado el final. Pero estoy segura de que se hará justicia, Mía. —expongo intentando animarla

—Chicas, chicas, soy brillante. ¿Por qué nunca se me había ocurrido? Realmente Sabina es Blanca Nieves porque cuando se come la manzana envenenada, cae en un sueño profundo, que fue exactamente lo que le pasó a Sabina cuando intentó suicidarse atiborrándose de pastillas. Y el príncipe que la besa y la despierta del sueño sería Pearson. ¿O Joy? Oh, nunca entenderé los triángulos amorosos. —Faith, la conejita Duracell se cruza de hombros, indignada

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora