Capítulo cinco

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Durante el desayuno, Mía entra en el comedor envuelta en una manta celeste, ocultando su cabeza y gran parte de su rostro. Sin embargo, sus ojos verdes, que destacan como algas marinas, se asoman entre las capas de tela.

Cuando se sienta en su asiento, se desprende de la manta y descubro que lleva la boca tapada con cinta aislante. La voz de mi conciencia pone cara de póker, y aguarda una explicación.

—¿Y la cinta aislante? —pregunto frunciendo el ceño

Mía intercambia un par de miradas con Xia, la joven de pelo azabache, y con la mano le pide que me explique lo que ronda por su apetitosa mente, por aquel insaciable estómago y su alma. Ese alma que ingiere kilos de emociones, pero solo para dejar de ingerirlas después. Volver a hacerlo, y castigarse.

—Mía está en huelga de hambre. —explica la joven de cabello azabache

—¿Por qué?

—Porque si no ingiere nada mantiene dormido al monstruo hambriento que vive dentro de ella. Cuanto más se abstiene de la comida, menos ansiedad le entra por comer.

—Pero el cuerpo no puede estar tanto sin obtener alimento...Llegará un momento en el que le entrará hambre. —intento explicar

—Lamentablemente Mía siempre tiene hambre, incluso después de comer. Por eso ha estado investigando bastante sobre el tema y ha leído que científicamente está comprobado que cuanto más ayune menos hambre tendrá. Los detalles deberías preguntárselos a ella que se los sabe de memoria. —murmura Xia encogiéndose de hombros

La muchacha de cabello ámbar amarillo asiente con un ligero movimiento de cabeza y con los dedos me indica que luego me hablará sobre el tema.

Una de las enfermeras se acerca a nuestra mesa y nos tiende un bol con fruta. Sobre éste reposan ordenadamente diminutos trozos de sandía, un par de fresas, rodajas de plátano y una mandarina pelada.

Cuando la mujer se aleja, Mía posa su mirada en el cuenco por un momento y cierra los ojos con fuerza.

—¿Qué ocurre, Mía? —inquiero rascándome la coronilla

Parece como si Mía tuviera momentos en los que aborreciera la comida. Aunque en muchas otras ocasiones la deseara hasta el punto de perder la cordura, y la noción de la realidad. De una apenas temporal.

—Estás muy preguntona hoy, Sabina. Da gracias a Dios que Mía es muy dócil y le encanta dar explicaciones sobre su trastorno de la conducta alimentaria. Bueno, esta vez su portavoz es Xia, que intenta forjar lazos diplomáticos contigo. Ya sabes, por ser de la República Popular China y querer aliarse con Estados Unidos. Siéndote sincera, yo no habría soportado tantas preguntas. Y eso que soy muy parlanchina, pero a veces formulas cuestiones muy entrometidas. —dice Faith, la conejita Duracell metiéndose un par de rodajas de plátano en la boca

Mía le da un codazo a la inigualable asiática y entonces ésta me explica:

— Nuestra compañera suele cerrar los ojos cuando tiene comida en frente para intentar controlar sus ansias por comer. Pues cuando lo hace, reduce aquel incentivo a que ingiera algo. Según ella si no mantiene contacto visual con la comida, todo es más sencillo.

Oh.

La enfermera Leonora se detiene en nuestra mesa para echar un vistazo y al ver a Mía en esa tesitura, alarga la mano y le quita la cinta aislante con brusquedad.

La joven ahoga un grito y se lleva la mano a los labios, rojos y algo ensangrentados.

—¿De dónde la has sacado? —inquiere la enfermera Leonora

Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora