Joy me aguarda sentado al borde de la azotea observando la ciudad de Atlanta. A una nocturna, latente y silenciosa.
—Buenas noches, aliada de la vida. —murmura regalándome una sonrisa y saltando al suelo
—¿Me has echado de menos, Carter? —pregunto aproximándome a él
—Más o menos. —responde extendiendo los brazos y atrayéndome hacia su cuerpo. Joy me regala un abrazo. Uno que dura lo suficiente como para que mis fosas nasales guarden en nuestro repertorio su olor. El olor a Joy.
—Me gusta como hueles. —confieso en un susurro y mirándole por debajo de mis pestañas
—A lo largo de mis treinta vidas he recibido todo tipo de cumplimos, pero ninguno como éste.
—¿Cree que es por alguna razón en concreto? ¿O simplemente porque nunca cuidó su higiene personal tanto como ahora, señor Carter?
—Entenderá que el conocerla me ha incentivado a que le diera una cierta preferencia al cuidado personal, señorita Bowman. Me han dicho que usted es muy escrupulosa.
—Oh. Olvidaba que su única labor aquí es impresionar a jóvenes, atractivas e intelectuales pacientes. — ataco con una sonrisa lasciva
—Tengo preferencia por las pacientes fisgonas. Y que dan cierto uso a los testimonios elocuentes.— contraataca Joy guiñándome un ojo
Suelto una carcajada y niego con la cabeza, divertida.
—Pero dándome el derecho de evaluar exhaustivamente su olfato, ¿a qué cree que huelo, señorita Bowman?
—A compota de peras.
Joy me mira a los ojos por un momento. Me mira tanto como para permitir que en sus pupilas se expanda un destello de vida. Tan fugaz y efímero como para cegarle. Hacerle desaparecer. Su iris se oscurece dándole la bienvenida a otro alter ego. Uno cuyo cuerpo se yergue y adopta una postura intimidatoria. Éste frunce el ceño y aprieta los dientes con desdén. Oh no. Creo que ante mí está Brando, el fumador frustrado.
—¿Otra vez tú? —brama aproximando su rostro al mío
— Yo...—balbuceo dando dos pasos hacia atrás
—¿No puedes desaparecer y dejarnos tranquilos?
—¿Por qué... por qué quieres que desaparezca?
— Porque nadie de nosotros te soporta. Los demás alter egos fingen que les agradas, pero luego todos hablan a tus espaldas. Te sorprendería saber lo que dicen de ti. — esboza una fría sonrisa que me resquebraja el alma
De un momento a otro el cuerpo de Joy se encoje y adopta la voz de un niño.
— Es mentira lo que dice Brando. Yo no te conozco, pero Nana y el señor Van Dongen me han dicho que eres muy buena. —El niño niega con la cabeza y habla consigo mismo—No me callo. No. Se lo diré a Nana. No me toques.
El cuerpo vuelve a erguirse acogiendo una voz muy grave y áspera:
— Aléjate de nosotros. Deja de comerle la cabeza al resto del sistema. Joder.
— Tráeme a Joy de vuelta y me iré.
— Tú no lo entiendes. Joy no te merece. Él... él necesita a alguien que sepa...—aprieta la mano en un puño
El fumador frustrado desaparece y esta vez Nana, la anciana tejedora controla el cuerpo ahora encorvado.
—Oh, niñita no tengas en cuenta el carácter de Brando. Es borde y cortante con todos nosotros. Incluso con Joy. Digamos que le cuesta confiar. Dale algo de tiempo.
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Diario de una enferma mental ©
RomanceSabina Bowman despierta en un psiquiátrico sin saber por qué. Desesperada por escapar, traza un arriesgado plan: seducir a su psiquiatra, el doctor Pearson, para conseguir el alta médica. Sin embargo, su estrategia da un giro inesperado cuando conoc...