Capítulo sesenta

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Las gotas de lluvia golpean suavemente el cristal del despacho del doctor Pearson, entrelazando un ritmo suave y melódico que acaricia mis sentidos. Cierro los ojos y permito que el aura negativa que me corroe se empape de serenidad con el anhelo de que desaparezca.

—¿Cuál fue la vez que tuviste más miedo? —interroga el doctor Pearson devolviéndome a la realidad

"..."

Joy me empuja con fuerza contra la pared de ladrillo y, con los ojos inyectados en ira, me exige:

—Abre la boca. —Se le marcan las venas del cuello dolorosamente —Te he dicho que abras la puta boca. —Agita la mano y diviso un par de alicates

Tic. Tac.

—No te lo voy a repetir.

Niego con la cabeza, tratando de mantener la boca cerrada, pero él fuerza sus dedos entre mis labios, intentando abrírmela. No, por favor. Me haces daño.

—No te resistas, nena. —susurra apretando su mano en mi cuello

Siento cómo me falta el aire. Oh no. No puedo respirar. Abro la boca para evitar desmayarme, y entonces Lux introduce los alicates y tira de mi lengua. Tic. Tac.

"..."

— ¿Te dio alguna explicación sobre por qué lo hizo en esa ocasión?

—No del todo. —murmuro, desviando la mirada hacia el suelo—Él nunca daba una respuesta clara, y con el tiempo, dejé de preguntar.

—¿Crees que se hizo un hábito para ti que te maltratara? —el doctor Pearson se recoloca las gafas sutilmente y vuelve a fijar su mirada en mi intentando comprenderme

—Tal vez...—susurro encogiéndome de hombros—En aquel entonces, llegué a pensar que sí, que se había convertido en un patrón familiarizado en mi vida. Pero ahora entiendo que uno nunca se acostumbra realmente a ser víctima de abuso. Ni al dolor.

El doctor Pearson asiente con un leve movimiento de cabeza capturando mis reflexiones en su informe. Aprecio tener a alguien dispuesto a escucharme y comprenderme. No sé qué habría sido de mí en Hiraeth sin la presencia del doctor Pearson.


**

Y querré que me digas que me quieres. Que adoras mi desorden entre todo nuestro caos. Que te parece adorable que hable en sueños, y en túneles de vida.

Y querré que me digas que te encanta que grite a los cuatro vientos que eres el centro de mi universo. Incluso aunque para ti el centro de mi universo debería ser yo.

Querré que encuentres gracioso que de saltitos de emoción cada vez que me regalas un beso. Un abrazo. O un te quiero.

Querré que veneres mis maneras de llorar con un atardecer. Una película. O una canción.

Querré que me digas que me esperarás. Que serás paciente con mis cambios de humor. Y de rumbo.

Querré que me digas que me ame. Que ame todo lo que fui. Todo lo que soy. Y lo que probablemente seré algún día.

Y querré. Querré decírmelo a mí.

**

A última hora de la tarde, busco con la mirada a Joy con el anhelo de hablar con él, pero solo diviso al señor Van Dongen absorto en el trazo de algún dibujo. Su lienzo está impregnado de tonos terrosos y celestes, y me pregunto qué estará pintando en esta ocasión.

De repente, levanta la cabeza hacia el ventanal del taller de creatividad y me ve.

—Buenas tardes, Señorita Bowman. —dice con su notable acento extranjero

—Señor Van Dongen, ¿interrumpo? —pregunto, y él niega con la cabeza

—En absoluto. La estaba esperando para darle una noticia. —indica, dejando sus acuarelas sobre el atril

—Una buena noticia, supongo.

—Sí. Sus cuadros han sido vendidos a un precio bastante alto a un postor. Se ensimismo con sus retratos nada más verlos. —explica encogiéndose de hombros, y yo esbozo una sonrisa. No sabía que mis cuadros se venderían, y mucho menos a un precio tan favorable.

—Eso me recuerda que debo darle su porcentaje, señorita Bowman. —termina el señor Van Dongen cerrando los ojos. Observo como su cuerpo se encorva haciéndose pequeño, y cuando vuelve a abrir los ojos, se libera de su bufanda de cachemir roja de un golpe y empieza a corretear. Oh. Ahora el cuerpo de Joy lo ocupa el niño de las piruletas.

De lejos diviso como se acerca al árbol de la muerte e intenta treparlo. Uno de los celadores se apresura hacia el niño en un intento de detenerlo, pero es demasiado tarde. El cuerpo de Joy resbala y cae al suelo, desatando un llanto infantil y a mí se me encoge el corazón. Es ver a Joy en esa tesitura y entender que el niño de las piruletas habita indudablemente en él.

—Tranquilo, Adam. Vamos a curar la herida, ¿vale? —ice el celador Scott con voz calmada, abriendo un botiquín de primeros auxilios. El cuerpo de Joy asiente, frotándose los ojos ahora enrojecidos por el llanto.

Mientras observo la escena, repito como un mantra el enigma en mi cabeza. "Entre el alba que nunca canta y el ocaso que tal vez no susurra, en el nexo del medio donde nada fluye, una tríada se esconde, esperando ser descubierta", "entre el alba que nunca canta y el ocaso que tal vez..." un momento, ¿y si el corazón del laberinto reside bajo la sombra del árbol de la muerte? Un lugar donde la dualidad de la vida y la muerte se fusiona en una sinfonía silenciosa consiguiendo anular el canto, los susurros y la fluidez. Oh, necesito compartir esta idea con Joy tan pronto como se reaparezca.


En mi tiktok @inessdeluna publico contenido variado sobre la trama, los personajes y avances.
xoxo

© Obra protegida por los derechos de autor


Diario de una enferma mental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora