No soy un caníbal

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La carne humana es sorprendentemente sabrosa.

Por favor, no me juzguen. Fue una situación crítica. Me estaba muriendo de hambre.

Ella ya había muerto, y había estado muerta desde hace varios días. Fue por eso que me vi obligado a comérmela. No había nadie ahí para que me dejaran salir o para llenar mi tazón, y no puedo alcanzar el refrigerador para abrirlo.

Su carne sabía a pollo. Amo el pollo.

El teléfono había estado sonando por días, pero no sabía cómo contestarlo. Alguien realmente debió de haber querido ponerse en contacto con ella.

Después de algunos días, unas personas llegaron a la puerta y empezaron a tocar. Yo les ladré. Odio a los visitantes.

—Departamento de policía, ¡abran la puerta! —gritó un hombre. Ladré aún más fuerte.

Al final, tumbaron la puerta. Esto me molestó bastante. Les ladré y les gruñí.

Uno de los hombres me observó, y luego observó a su compañero.

—¿Qué diablos? ¿Eso...?

Arremetí contra el hombre antes de que pudiera terminar de hablar, hundiendo mis dientes en su brazo. Me las arreglé para darle una buena mordida antes de que fuera electrocutado con una pistola pequeña, que fue cuando me desmayé.

Desperté ante el sonido de un pitido. Gruñí. Odio los sonidos de pitidos.

No había nadie conmigo en la gran habitación, pero podía escuchar gente hablando desde afuera.

—Su mamá tenía esquizofrenia. Lo crio como si fuera un perro durante toda su vida. Incluso tiene un collar.

—Va necesitar cirugía en su espalda. Creen que nunca se ha parado derecho; solo camina en cuatro patas.

—Ese pobre niño. No puedo imaginarme vivir así por quince años. ¿Cómo era que lo llamaba? ¿Milo?

Ladeé mi cabeza cuando escuché mi nombre. Mi lengua se salió y jadeé felizmente.

Espero que me den una botana. He sido un buen chico.

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