Cuando estaba tratando de resolver las disputas de crédito con esas compañías, las ventanas de mi auto empezaron a ser destrozadas. La primera vez, me había estacionado en la calle frente a mi apartamento. Me desperté una mañana para encontrarme con la ventana del asiento del conductor hecha añicos y mi auto asaltado. Mi auto solo era un Honda Civic mierdero, y ni siquiera tenía nada de valor ahí, pero se llevaron mi estéreo y el poco de dinero que mantenía en el auto. ¿Tan desesperados estaban?
Arreglé mi ventana ese día y decidí apartar un poco de efectivo para comprar un estéreo muy bueno ahora que tenía una excusa.
La mañana siguiente, la misma ventana estaba hecha añicos. De nuevo, me había estacionado frente a mi apartamento. Hice que la repararan a regañadientes y empecé a parquear mi auto en el estacionamiento subterráneo del complejo de departamentos. Verás, a nadie le gusta el estacionamiento subterráneo porque las líneas están pintadas con demasiada cercanía entre sí, así que no es inusual que tu auto sea rasguñado mientras está ahí abajo. Decidí que era mejor que una ventana destrozada, así que luché por un puesto esa noche.
Sé que me van a preguntar por qué no llamé a la policía. Errores, esa es la razón. Todos los cometemos. Ustedes tienen la sabiduría que viene con leer la historia completa. Yo no la tuve.
Había vidrio por todos lados alrededor de mi auto cuando fui abajo la mañana siguiente. No fue solo la ventana del conductor la que estaba dañada. El parabrisas posterior y anterior habían sido agrietados profundamente. Pasé algo de tiempo viendo a cada auto en el garaje. Ningún otro tenía ni siquiera un rasguño en sus ventanas. Si algún pendejo aleatorio andaba afuera rompiendo ventanas, me estaba atacando a mí.
Noté el mensaje después de que había entrado a mi auto. Era una nota adhesiva que había sido doblada y deslizada por el agujero de la llave de encendido. La abrí: «Tienes que incrementar tu esfuerzo mínimo requerido». Esa expresión era intencional. David QUERÍA que supiera que era él. Y cuando vi la frase, recordé nuestra conversación.
Ese. Cabrón.
Me entró una furia total y conduje hacia afuera del estacionamiento, haciendo mi mejor esfuerzo para conducir con el parabrisas rajado. Aún recordaba cómo llegar a la casa de David y me salté una o dos luces rojas para llegar ahí.
Luego de estacionarme frente a su casa, cerré de golpe la puerta del auto y marché hacia su entrada principal. Sostuve el timbre por mucho más tiempo del necesario. Trataba de respirar y de mantener la calma. David no me iba a ayudar si aparecía gritándole y haciendo escándalo.
Su mamá respondió después de unos minutos. Los padres de David habían pospuesto tener un hijo hasta que estaban mucho más adultos. Como resultado, la mamá de David ya tenía setenta años a pesar de que David solo tenía veintitrés.
—¿Hola? —dijo, abriendo la puerta. Luego vio quién era—. ¡Ah, Zander! ¡Qué agradable de tu parte haber venido a visitar! ¡No te he visto en semanas!
—Sí, han pasado... Bueno, ha pasado casi un año —Suspiré—. Doña K., ¿David está en casa?
—No, lo siento, cariño. En este momento está en el trabajo.
—Ah, muy bien. Iré a buscarlo en el cine —dije, retrocediendo hacia mi auto.
—No, no, ya no trabaja ahí.
—¿Lo despidieron?
—No, renunció. Poco después de que tú lo hiciste. Se convirtió en un guardia de seguridad en alguna parte. Nunca mencionó en dónde.
—Entonces lo voy a llamar.
—Descartó su teléfono hace unas semanas y se consiguió uno nuevo. Déjame darte el número nuevo.