No Eres Mi Tipo

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Nos conocemos por Tinder y todo parece ir bien. Pero llega la cita y no deja de escupir cuando habla y tiene un tic nervioso en sus ojos, los cuales siempre están saltando de aquí para allá. Decido tirar la toalla ahí mismo.

—Ben, mi amiga me acaba de llamar y está bastante alterada.

Él asiente.

—¿Necesitas que te lleve a casa?

—Estaré bien, tranquilo.

—¿Te divertiste?

No estoy segura de cómo decirlo. Así que le doy mi mejor sonrisa y trato de rechazarlo con amabilidad.

—He tenido mucho en mente. Quizá nos volveremos a encontrar más adelante.

Ben suspira.

—Tengo algo que no recibirás de los demás chavos.

—Lo dudo.

Y antes de que pueda acotar otra palabra, me levanto y me dirijo al metro.

—¿No quieres saber lo que es?

Pero lo ignoro y sigo caminando, con la esperanza de que entienda el mensaje. Solo que… no lo hace. Me giro y puedo verlo siguiéndome. Tiene una mirada particular en sus ojos, algo que me hace pensar en asesinato.

Enfoco mi mirada hacia el frente y trato de encontrar una ranura en la multitud.

Ben está lejos, pero aún a la vista.

Saco mi teléfono; mi corazón se agita.

—Oye, habla Libby.

—¿Cómo te fue, bebé? —responde Sarah.

—Creo que está enojado.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Me está siguiendo y se ve mal.

—¿Mal?

—Molesto —digo, dándole un vistazo a la silueta de Ben que se aproxima a través de la multitud—. Muy molesto.

—¿En dónde estás?

—En el metro.

—Apenas veas el siguiente tren, súbete.

Trago y volteo hacia atrás. Ben sigue lejos, pero sus ojos aún están fijados en mí. Levanta su mano. Alejo la mirada y camino más rápido.

—Trató de hacerme señas.

—Ve al tren. Ya.

Localizo una cabina abierta, me amontono en la fila y rezo por que haya funcionado.

Ben no está por ningún lado.

—Creo que lo perdí.

Sara se ríe.

—Estos pegajosos… Nunca pasan de moda.

—Libby, dejaste esto.

La voz dispara un escalofrío por mi espina dorsal. Me giro, al principio con lentitud, para recibir su mirada. Ben está parado justo detrás de mí con la misma expresión en su rostro y un objeto en su mano estirada.

—¿Libby? —pregunta Sarah.

Tomo mi billetera de la mano de Ben. Nos quedamos parados en silencio. Quiero correr o gritar, pero me quedo plantada en mi sitio.

El tren se detiene.

—¿Bueno? —Ben se encoge de hombros y se baja.

Es hasta ese momento que me doy cuenta de que recuperó mi billetera y nunca le di las gracias.

—¡Libby! —me llama Sarah.

Me aclaro la garganta.

—Mi billetera. Había olvidado mi billetera.

Sara se ríe.

—Eres la peor.

Yo también me río. Ahora todo el asunto me parece tonto.

En tanto abro mi billetera y reviso sus contenidos, noto que un compartimento está vacío.

—Me falta algo —menciono, agitada.

—¿El qué? —dice Sarah.

—La llave de mi casa.

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