Mi club de nudistas enseña mas que la mayoría

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La verdad le puse nudistas pues la palabra desnudistas para mi suena algo rara

Antes de que comience, saquemos una cosa del camino: soy una stripper en el Bare Assets Exotic Cabaret. Una «bailarina exótica», si crees que eso suena más refinado. ¿En mi caso? No me importa. Es lo que hago, no quien soy. Mi nombre artístico es Sherbert, en honor a mi bisabuelo Herbet, quien murió el año pasado. Sí, sé que es una forma extraña para conmemorar a alguien, pero da igual. Necesitaba un hombre. Ahora, sé lo que algunos de ustedes han de estar pensando. No, no estoy rota por dentro, mi papi me amaba perfectamente bien, y no soy una adicta a la heroína indigente que se anda vendiendo a sí misma para conseguir algo de dinero. No es nada de eso. Al igual que muchas de mis colegas, soy una estudiante. Este trabajo paga decentemente, y las horas son geniales y no interfieren con mis clases.

Pero esta historia no se trata cerca de mi camino vocacional; es una historia cerca de una puerta. Una puerta que, en su mayoría, estaba fuera de vista desde el área principal, pero era visible desde el escenario. Una puerta que, hasta donde podía ver, solo se abría cuando los clientes derrochaban pilas de dinero exageradamente grandes. Una puerta hacia una habitación tan privada, que ninguna de las otras chicas a quienes les había preguntado conocían lo que estaba del otro lado. Ayer, entré por esa puerta, y esto es lo que vi.

...

Probablemente ya habrán adivinado que la rotación de personal en un club de desnudistas es bastante alta. Claro, existen algunas regulares que se quedan por un par de años, pero esas chicas son excepciones. No era inusual que llegara a mi turno y descubriera que una de las chicas estaba ausente.

—¿En dónde está Candy? —había preguntado.

Y alguien me había contestado:

—Se encontró un papichulo.

A veces, sería algo un poco más desagradable. Como la semana pasada, cuando pregunté:

—Oye, ¿en dónde está Cherie?

Y Ginger contestó:

—El jefe descubrió que solo tenía dieciséis años. La echaron.

Dieciséis años de joven. ¿Te puedes imaginar recurrir a ser una stripper a esa edad? Horrible. Afortunadamente, el jefe estaba atento y siempre se las arreglaba para descubrir a las menores de edad dentro de unas cuantas semanas. Ya sabes, antes de que ocurriera demasiado daño. Él era un sujeto lo suficientemente agradable, pero tenía el peor sentido de la moda. Vestía con pantalones cortos y camisas hawaianas desabotonadas, mostrando el vello rizado de su pecho y un medallón de oro con una gema roja —colgando de su cuello carnoso—. Él amaba ese maldito medallón tanto, que tenía otro idéntico en una escultura de pechos en su oficina. Él era normal, en su mayoría, aparte del aspecto un tanto turbio que comparten todos los dueños de clubs de desnudistas. Lo más importante era que nos tratada con respeto. En el peor de los casos, nos abofeteaba juguetonamente el trasero, pero aparte de eso tenía el cuidado de mantener sus manos lejos de la mercancía.

Ayer, el jefe me pidió que entrenara al reemplazo de Cherie. Llegué al trabajo una media hora antes para seleccionar los accesorios y demás, pero me distraje por esa maldita puerta. Por primera vez desde que comencé a trabajar en Bare Assets, la habían dejado sin supervisión. Sabía que no debía hacerlo, pero dejé que mi curiosidad me ganara. Me acerqué y probé la manija osadamente. Para mi asombro, no tenía seguro. Di un vistazo rápido alrededor del salón para asegurarme de que estuviera sola antes de abrir la puerta y entrar en la habitación misteriosa.

Adentro, había una versión en miniatura de nuestro escenario principal, encarando a dos filas de asientos reclinables de cuero, cada uno con su propia bandeja para alimentos. Las paredes estaban cubiertas en su totalidad con cortinas rojas de seda que se curvaban en las esquinas. Al fondo, había un pequeño bar con botellas llenas hasta el borde y vasos de cristal más pulidos de lo que había visto en cualquier club de desnudistas. Claramente, este era algún tipo de vestíbulo VIP. Rodeé la habitación, preguntándome por qué nunca había sido invitada antes a bailar ahí. Diablos, preguntándome cuántas chicas me habían mentido a la cara acerca de recibir esta oportunidad. Me sentía un poco molesta y celosa al respecto, para ser sincera.

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