Marie Thibodeaux

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Marie Thibodeaux (1801-1881) fue una mujer admirable. Era amable, inteligente, firme y nunca llegó a mentir.

También era una Alta Sacerdotisa vudú.

Residió en Nueva Orleans su vida entera, estableciendo, desde una época temprana, su reputación como una potente curandera y clarividente. Las personas viajaban decenas de kilómetros solo para visitar su botecario, y muchos probaron sus brebajes legendarios. Para la década de 1870, se había convertido simultáneamente en una de las figuras más temidas y veneradas de Luisiana.

En 1881, un dueño de tierras llamado Jacob Parrish viajó a Nueva Orleans desde Baton Rouge. Parrish era vastamente rico y devotamente religioso, pero poseía una fascinación mórbida por lo oculto. Había contratado un batallón de exsoldados de la Guerra Civil, la cual concluyó hace poco, y marchó con ellos a Bourbon Street y hacia la tienda de Marie.

A pesar de las protestas de sus asistentes, Marie le concedió a Parrish una audiencia. Él había escuchado los rumores de que la gran Reina Vudú descubrió el secreto de la vida eterna, y demandó que se lo encomendara.

Siempre manteniendo la compostura, Marie lo corrigió: había, en efecto, descubierto un ritual que conferiría inmortalidad, pero solo por un periodo de tiempo —cincuenta años, para ser exacto—. Una vez que el ritual fuera realizado, el destinatario se levantaría de nuevo tras una muerte natural, sin tener la necesidad de comida, aire o agua, y siendo inmune a la enfermedad y totalmente impermeable al daño físico. Pero una vez que los cincuenta años hubiesen culminado, el destinatario moriría otra vez para nunca más levantarse.

Aunque frustrado por esta revelación, Parrish la conocía por su reputación de mujer honesta, y no desperdiciaría la oportunidad de vivir más allá de su vida natural. Marie accedió a ejecutar el ritual para él, siempre y cuando jurara irse de Nueva Orleans permanentemente luego de que hubiese concluido. Parrish estuvo de acuerdo, y el ritual tomó lugar. Fiel a su palabra, Parrish volvió a Baton Rouge más tarde ese día, pero no sin antes ordenar a sus mercenarios que asesinaran a Marie y a sus ayudantes, y que quemaran su botecario desde los cimientos.

La gente de Luisiana es reconocida por sus supersticiones, que son muchas y diversas. No obstante, fue inusual cómo docenas de personas juraron haber visto sombras amorfas dirigiéndose en conjunto hacia la mansión de Parrish esa noche. La mañana siguiente, los quince mercenarios fueron encontrados con sus cuellos rotos como si fuesen ramas fracturadas. Al mismísimo Parrish se le ubicó en su cama, con ojos amplios y sacudido por el terror, y su garganta desgarrada con tal ferocidad que las autoridades se vieron obligadas a determinar que, de alguna forma, un oso se había colado a su habitación, que estaba cerrada y en el segundo piso.

Sin embargo, las huellas de magia negra no fueron ignoradas por los lugareños, quienes prontamente enterraron los dieciséis cuerpos en el Cementerio Magnolia al día siguiente.

Marie Thibodeaux fue una mujer admirable. Nunca dijo una mentira, pero no se debe asumir por ello que nunca ocultara la verdad. Lo que ella no reveló fue que la resurrección no tendría efecto hasta que hubiesen pasado setenta y dos horas desde la muerte.

Cuando la tumba de Parrish fue exhumada en 1953 para ser recolocada, los trabajadores notaron, confundidos, las singularmente profundas cicatrices de arañazos en la madera dentro del ataúd.

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