Mi familia perfecta

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Levantarme. Ducharme. Vestirme. Café. Whisky. Desayuno con la familia. La rutina matutina que prácticamente hago con los ojos cerrados. Mientras me siento en la cocina, veo a mi familia. Mi hijo, Michael, me odia. Mi esposa, Susan, estará en la puerta tan pronto como el dinero se acabe. Me llevo bien con mi hija, Nancy, pero eso simplemente podría ser por el odio que compartimos de su madre.

Imbécil. Asumo que eso es lo que la mayoría pensaría. Pero tampoco están acostumbrados a escuchar mi lado de la historia, ¿cierto? Nunca escuchan mi versión. Es más fácil no hacerlo.

No soy un mal sujeto. De alguna forma es más sencillo simpatizar con la esposa promiscua que con el esposo alcohólico. De alguna forma, mi hijo —quien me insulta día y noche, roba mi dinero y choca el auto una vez al mes— solo necesita más disciplina. Que les fallé, eso es lo que ellos dos te dirían.

Toman asiento y me miran cada mañana desde su lado de la mesa. Cada puta mañana. Estudio las miradas de desprecio pobremente disimulado en sus rostros. Asumo que también me estudian. Nos quedamos sentados en silencio por la primera parte del desayuno cada mañana, tanteando las debilidades del otro.

Susan habla primero.

—Voy a salir esta noche y quizá no esté cuando llegues. No me esperes despierto.

No planeaba hacerlo.

Asiento y no digo nada. Michael ni siquiera se molesta en esconder su sonrisita. Ellos saben lo que su madre va a hacer. Entonces Michael toma la palabra.

—Voy a ir a una fiesta a la casa de Josh esta noche, así que tampoco estaré.

Ya ni siquiera se molesta en preguntarme. Solo me informa.

—Nancy, ¿tú también irás? —pregunto, pronunciando mis primeras palabras del día.

Alza la mirada, alarmada.

—Um, no. Creo que me quedaré en casa esta noche —murmura. Nancy. Oh, Nancy. Mi estrella brillante. La única en la casa que se preocupa por mí.

—Es fácil quedarte cuando no estás invitada. —Michael se ríe.

La cabeza de Nancy se hunde aún más por su tazón.

—Cuidado —le gruño a Michael.

Él solo me sonríe, rogándome que haga algo al respecto. Entrelazo mis ojos con él por varios minutos antes de finalmente desviar la mirada. Él y su madre sacan un buen resoplido de esto.

Ni siquiera puedo controlar a mi propio hijo.

Con eso, Michael se levanta de la mesa, dejándome su plato sucio, mientras lo miro caminar hacia su nuevo Mustang e irse a la escuela. O a donde sea que va durante el día. Los profesores se han cansado de llamarme, porque saben que no puedo hacer nada y que a su mamá no le importa. Ni siquiera está dispuesto a dejar a Nancy en la escuela media, que está justo al lado de la escuela secundaria. Ella debe usar el autobús. Michael enciende el motor y ruge por la entrada del garaje, chirriando sus neumáticos alrededor de la curva aguda de nuestro final de la calle.

Una vez que Michael se ha ido, Susan ya no ve razón para continuar la farsa con Nancy y conmigo. Se levanta y va al dormitorio a arreglarse para el día. Su día de Netflix hasta que salga con sus amigas, probablemente para acabar en el apartamento de alguien de veinti tantos años.

Observo a Nancy subirse en el autobús y me voy al trabajo. Día lento, como siempre. Puedes sentir cómo se marchita la farmacia que dirijo que una vez fue próspera. Con un CVS, un Walgreens y un Wal-Mart a tiro de piedra de aquí, y la generación de la tercera edad que le era muy fiel a mi padre desapareciendo, no me queda mucho tiempo.

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