La punzada aún dolía

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—Quédate cerca de mí, Yanny —dije, haciendo mi mejor esfuerzo para mantener mi voz en calma. Los ecos suaves rebotaban alrededor de la caverna masiva. Mi guadaña estaba lista para la batalla, centelleando con la sangre de los demonios caídos. Ya casi estábamos en las Puertas.

Yanny asintió. El viaje había sido agobiante para ella; mentalmente, no era una chica muy fuerte.

—Por favor —dijo débilmente, casi susurrando—. Protégeme.

Justo tiempo, un escorpión rojo gigantesco brotó desde la tierra, y su aguijón se estrelló directamente en donde Yanny hubiera estado si no la hubiera apartado del camino.

—¡Corre! —le grité y enfrenté al demonio.

Mi guadaña destellaba mientras giraba por el aire, siseando siempre que encontraba una grieta en la coraza de la bestia. Desde el rabillo del ojo, vi que Yanny estaba corriendo ciegamente lejos de nosotros. Las Puertas se encontraban a solo unos cientos de metros de distancia; una conclusión bienvenida al final de una odisea de treinta días.

Cercené una tenaza, ignorando el chillido del monstruo, y apresurándome hacia Yanny.

—¡Ya casi estamos ahí! —me gritó, entre lágrimas, entre risas. La mayoría de ellos acaban así al final, indecisos entre aceptar su destino y luchar por su destino. Siempre he admirado esto en los mortales: con una vida tan corta, solo pueden luchar por su destino. Nosotros hemos conocido existencias más largas que el tiempo, finales en donde los comienzos aún no han empezado. No hay destino para nosotros.

Ahora estábamos a veinte segundos de la puerta. Quince. Die...

Una presión enorme me embistió desde atrás y fui fijado contra la pared de la caverna. Haciendo muecas, me sostuve de una roca, tratando de resistir el jalón del escorpión.

—¡Ayúdame! —le supliqué a Yanny, quien se había congelado por la impresión. Mi guadaña, la cual había caído a sus pies, capturaba cada rasgo de temor en sus ojos—. ¡Corta su pinza!

Ahora el escorpión estaba posicionado para punzarme. El asesinato era evidente en sus ojos; con un aguijón de ese tamaño, ni siquiera necesitaba veneno. Si bien yo era la Parca, las heridas seguían siendo heridas.

Yanny me dio un último vistazo y luego dijo la única cosa que siempre me ha acechado, sin importar cuántas veces la escuche.

—Lo siento. Gracias.

Se dio la vuelta y corrió hacia las Puertas aperladas, hacia el ángel que la llamaba urgentemente desde ahí. La presión alrededor de mi abdomen se liberó cuando ella llegó —sin siquiera voltearse para mirar al único ser que la había protegido a lo largo de su viaje—.

Levanté la guadaña y suspiré, observando cómo las Puertas se cerraban y se encadenaban, sangrando rojo lentamente. Reconocí los gritos de Yanny. Reconocí los gritos de todas las otras personas que me habían abandonado ante el escorpión, el cual ya había regenerado sus miembros perdidos y me estaba escoltando felizmente hacia la entrada.

Cuando un final feliz está a la vista, muy pocos se arriesgarían a sí mismos para salvar a otro.

Egoístas. Egoístas, todos y cada uno de vosotros.

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