Se despertó ante la presencia de criaturas gigantes parecidas a insectos que recorrían su cama, y gritó a todo pulmón. Estas abandonaron la habitación apresuradamente, y él se quedó despierto toda la noche, temblando y cuestionándose si había sido un sueño.
A la mañana siguiente, había una trampilla en la puerta. Amasando su coraje interno, la abrió y vio a una de ellas introduciendo gentilmente un plato lleno de desayuno frito, para luego retirarse hacia una posición segura. Perplejo, aceptó el regalo. Las criaturas chillaron emocionadas.
Eso pasó todos los días durante semanas. Primero creyó que lo tenían como rehén para engordarlo, pero tras un desayuno particularmente grasoso que lo dejó presionándose su estómago por la acidez, le ofrecieron el reemplazo de fruta fresca. Al igual que cocinar, también le preparaban baños calientes e incluso lo arropaban antes de dormir. Era insólito.
Una noche, se despertó por disparos y gritos. Se apresuró por las escaleras, encontrando a un asaltante decapitado que era devorado por los insectos. Se sintió asqueado, pero se deshizo de los restos del cuerpo lo mejor que pudo. Comprendía que solo lo estaban protegiendo.
Una mañana, las criaturas no lo dejaron salir de su cuarto. Se acostó, confundido pero confiado, pues lo escoltaron de vuelta a la cama. Fuesen cuales fuesen sus motivos, no lo iban a herir.
Horas más tarde, un dolor ardiente se esparció por su cuerpo. Se sentía como si su estómago estuviese lleno de alambre de púas. Los insectos chillaban mientras él se retorcía y se quejaba. Fue solo hasta que sintió una sensación terrible de agitación por debajo de su piel que comprendió que los insectos no lo habían estado protegiendo a él. Habían estado protegiendo a sus crías.