A veces regreso al motel en donde morí. No sé por qué, pero continúo dándome cuenta de que soy arrastrado aquí una y otra vez, como una polilla hacia la llama, o quizá como un drogadicto hacia su distribuidor.
Este lugar está un poco más desgastado cada vez que lo visito. Noto más focos ennegrecidos en el letrero, más insectos obstruyendo el drenaje de la piscina y más colillas de cigarrillos no barridas. La máquina de Coca-Cola escurre tanta espuma como el refresco mismo, mientras que la máquina de hielo produce moho y rechinidos fastidiosos.
Fue un lugar bastante mierdero para dormir, no digamos para morir.
Hoy, por la noche, acecho a través de las paredes y veo una familia en mi antigua habitación. Se ven cansados, bronceados y listos para ir a casa, y comprendo que la única razón por la que están aquí, es porque su presupuesto para vacacionar no se estiró lo suficiente. Ahí tienes a la vida, algo inesperado siempre puede cambiar tus planes.
Naturalmente, ellos no me pueden ver o escuchar, así que no les puedo dar el tour completo. No les puedo explicar que los agujeros en la pared fueron causados por mis puños —tratando de matar a las cosas que serpenteaban por debajo de ese papel tapiz de mal gusto—. No les puedo decir que mis dientes son responsables del pedazo de porcelana que está ausente en el inodoro, o advertirles que el espacio rasposo en la alfombra, sobre el cual su hijo se está arrastrando y buscando su juguete, fue mi sangre alguna vez.
No tiene punto quejarte o chillar por nada de esto. Pero sí susurro. Es un susurro de molestia, lo mismo que digo siempre que regreso:
—Jódete, Carlos.
La noche en la que morí, lo único que quería hacer era drogarme. ¿Pero Carlos? Carlos quería un conejillo de indias, así que me ofreció cortésmente una jeringa gratis de una mierda experimental de alto calibre. No me importó lo que era. Un simple pinchazo de esa aguja fue lo único que se necesitó, ni siquiera me dio suficiente tiempo como para enterrarla por completo. Solo una pequeña mordida de la aguja y me había convertido en un lunático homicida embravecido. Y ya que estaba hospedado ahí a solas, el único homicidio fue un suicidio.
Al menos no herí a nadie más.
Aun así, jódete, Carlos.
Supongo que podrías decir que ahora me he desintoxicado. En parte. Resulta que los fantasmas solo son adictos de otro tipo, siempre regresando por una probada de sus vidas pasadas. Al igual que arrancarte una costra, aparentemente es inevitable que repasemos nuestros errores.
No puedo pensar en otra razón por la cual seguiría acabando aquí. A menos que...
Quizá sea porque es aquí donde mi último error rodó debajo de la cama.
En ese lugar que nadie nunca limpia.
Al que el padre se está acercando para recuperar el juguete del niño.
Y del que ha retirado su mano por el pinchazo de una aguja.
Un.
Simple.
Pinchazo.
Oh, carajo.
Me doy la vuelta para irme, pero de pronto he perdido la habilidad para caminar a través de las paredes.
Algo me quiere hacer ver esto.