Parque Infantil

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Me había mudado a un pueblo nuevo. Este era mucho más agradable, limpio y tranquilo que en el que había vivido antes. No era el tipo de pueblo que esperarías que tuviese… cosas malas.

Había un parque público enorme en el centro. Albergaba filas y filas de columpios y deslizadores, y estaba plagado de túneles serpentinos que se interconectaban dentro y alrededor del parque, brindando un laberinto con el que los niños podían sumergirse en sus juegos. Incluso había un carrusel en funcionamiento que siempre parecía estar girando sutilmente, invitando a los niños a sumarse a su plataforma de vueltas.

Tengo que enfatizar el hecho de que era un pueblo calmado y callado. El tipo de pueblo en el que los niños podían salir de la casa por su propia cuenta y emprender el corto trayecto hacia el parque. Había recibido instrucciones rigurosas de mis padres de que debía volver a casa en el minuto que empezara a oscurecer. Una vida maravillosa.

Era viernes. Sé el día porque recuerdo haber llegado a casa con una gran sonrisa en mi rostro, dado que tendría el lujo de jugar sin parar por los dos días siguientes. Hice lo que siempre hacía, dejé mi mochila sobre la cama y me cambié de atuendo. En cuestión de minutos, estaba listo para descender hacia el mundo de diversión. Nada podría detenerme.

Los túneles eran mis favoritos; era tan fácil perderse en ellos, y eso los volvía altamente entretenidos para jugar a las escondidas con mis dos amigos, Brandon y Thomas. Ambos estaban en mi mismo salón de clases, y nosotros —como muchos niños de ocho años— amábamos cualquier juego que nos cargase de adrenalina pura.

Íbamos a jugar Asesinato. No espero que hayas oído hablar de este juego, nosotros lo inventamos. Las reglas eran muy similares a las de las escondidas, con la excepción de que cuando la persona que te buscaba te encontrara, tendría que «asesinarte».

El invierno se acercaba, pues recuerdo haber sentido un frío ligero mientras me escabullía por los túneles, tratando de encontrar furiosamente un lugar en donde esconderme. Brandon nos buscaba. Thomas se había ocultado detrás del carrusel. Yo estaba solo.

Debió de transcurrir unos diez minutos —que, para un niño, se siente como un año—, cuando decidí hacer lo que todos los niños hacen al aburrirse: rendirse. «¡Me rindo!», grité, y mi voz hizo eco a través de los túneles. «¡Estoy en los túneles! ¡Me rindo!».

Escuché un movimiento súbito por un extremo del túnel. Esperé y no los llamé de nuevo. Brandon siempre decía algo antes de entrar al túnel cuando alguien más ya estaba ahí. Durante Asesinato, siempre felicitaba al otro por haber sido el último en ser encontrado, o nos reprochaba por haber hecho trampa al ocultarnos en el laberinto infinito de túneles.

En tanto permanecía inmóvil, el alboroto creció en intensidad. Podía notar que estaba empezando a oscurecer conforme los túneles empezaban a perder la luz dentro de ellos, sumergiéndose lenta pero seguramente en la oscuridad.

«Sal de ahí, ya es tiempo de ir a casa», esa fue la frase que resonó por los túneles. Se escuchó como el tono que usaría un adulto para hablar con los niños, hablando despacio pero con agudeza. Ninguna de las circunstancias me parecían normales. Probablemente me habría salido si la voz viniese desde afuera, pero no era así. Estaba dentro de los túneles. ¿Por qué motivo se metería un adulto?

Mientras me estaba alejando más y más, el rostro de un anciano apareció en la oscuridad delante de mí. Tenía algunos trozos de cabello en su cabeza y el aspecto evidente de alguien que no se ha bañado en la última semana. No podía distinguir su vestimenta, pero sabía que eran ropas andrajosas. Tenía una barba desaliñada y espolvoreada con mugre. Al instante que hicimos contacto visual, me sonrió revelando sus dientes sucios y sin lavar, los cuales tenían manchas cafés y negras cubriéndolos en su totalidad. Entré en pánico, dándome la vuelta y comencé a gatear por el túnel lo más rápido que pude.

El único momento en el que hice una pausa, fue hasta que mis piernas se rehusaban a moverse. Había dado tantas vueltas y giros que, sin duda, estaba perdido. Presioné mi oreja contra la base del pequeño y angosto túnel y me detuve a escuchar. Él estaba cerca. Deambulé en esos túneles por horas, sin exagerar. Incluso cuando lo escuché maldecir y alejarse violentamente, me quedé en los túneles y esperé. En mi mente fluían escenarios en los que salía del túnel solo para ser sobresaltado por esa sonrisa que me había saludado.

En la oscuridad de los túneles, pude distinguir luces azules parpadeando afuera. Escuché voces frenéticas llamando mi nombre, permitiéndole a mi corazón disminuir su ritmo. Mis padres habían llegado. Evacué los túneles con facilidad guiándome con los restos de tierra húmeda a lo largo de las paredes, el mismo camino que el hombre había tomado. Afuera, fui acogido por la vista de varios autos de la policía parpadeando sus luces. Había grupos de adultos con expresiones de preocupación en sus rostros. Reconocí a dos en la multitud. «¡Mamá, papá!», me lamenté, llorando en tanto corría hacia ellos. Ellos hicieron lo mismo y se acercaron a mí, levantándome del piso, abrazándome tan firmemente que se sintió como si estuviese siendo aplastado.

Brandon y Thomas fueron secuestrados esa noche. Más tarde, fueron encontrados mutilados en un basurero cercano. Habían sido masacrados con brutalidad; sus cráneos fueron molidos con una barra de hierro larga y sus cuerpos tenían cortes profundos por todos lados. Había trozos de vidrio largos enterrados en sus espaldas.

Lo que impulsa escalofríos por mi espina dorsal, es que el rastro de tierra húmeda que seguí por los túneles no era mugre enteramente, era la sangre de Brandon y Thomas. Luego de asesinar a mis dos mejores amigos y de haber hecho contacto visual conmigo en el túnel, él simplemente… sonrió. Había ganado nuestro juego.

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