Amigos por correspondencia: Parte #5 "Pantallas"

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Al final del verano entre preescolar y mi primer año de primaria, me resfrié. El resfriado estomacal tiene todos los componentes de un resfriado cotidiano; sin embargo, con este vomitas en una cubeta y no en el retrete porque ya estás sentado en él —la enfermedad se purga desde ambas salidas—. Duró alrededor de diez días, pero justo antes de que pasara, el malestar recibió una extensión en la forma de conjuntivitis. Mis párpados se habían fusionado tanto entre sí por la mucosidad seca generada durante la noche que, la primera mañana con la infección, pensé que me había quedado ciego.

Cuando comencé mi primer grado, tenía un calambre en mi cuello por los diez días de descanso letárgico, y dos ojos inflamados e inyectados de sangre. Josh estaba en otro Grupo y no almorzábamos a la misma hora, así que, incluso en una cafetería reventando con docientos niños, tenía una mesa para mí mismo.

Empecé a mantener comida de repuesto en mi mochila, la cual llevaba al baño para comer después del almuerzo, dado que mis comidas escolares usualmente eran confiscadas por niños mayores que sabían que no podría hacerles frente, pues nadie se sentaba conmigo. Esta dinámica persistió incluso después de que mi condición había mejorado; nadie quiere ser amigo del niño que es acosado. La única razón por la que se detuvo fue por las acciones de un niño llamado Alex.

Alex estaba en tercer grado y era más grande que la mayoría de los demás niños de cualquier grado. Alrededor de la tercera semana escolar, comenzó a sentarse conmigo en el almuerzo, y esto marcó el final inmediato para el escaseo de mi suministro de comida. Él era lo suficientemente amable, pero me parecía un tanto lento. Nunca hablábamos a profundidad, excepto cuando al fin decidí preguntarle por qué se sentaba conmigo.

Estaba enamorado de la hermana de Josh, Veronica. Veronica iba a cuarto grado y probablemente era la chica más linda de la escuela. Incluso a la edad de seis años, cuando apoyaba por completo la noción de que las niñas eran asquerosas, estaba consciente de cuán linda era Veronica. En su tercer grado, Josh me contó que dos chicos habían entablado una pelea física a raíz de un argumento sobre la relevancia de los mensajes que ella había escrito es sus anuarios. Uno de los chicos golpeó al otro en la frente con la esquina del anuario, y la herida requirió suturas.

Aunque no fue uno de esos niños, Alex quería que ella se interesara en él, y me confesó que sabía de mi amistad con Josh. Comprendí que había anticipado que yo le expresaría su acción ostensiblemente filantrópica a Veronica, y que ella se sentiría conmovida por su altruismo. Si le contaba, él se seguiría sentando conmigo por todo el tiempo que fuera necesario.

Debido a que esto aconteció durante el tiempo en el que Josh se quedaba en mi casa construyendo la balsa, y navegando el afluente conmigo, no tuve la oportunidad de hablar con Veronica; simplemente no la veía. Se lo mencioné a Josh y él se burló de Alex, pero dijo que le contaría a su hermana si eso era lo que yo quería. Dudé que lo haría. Josh estaba irritado con que las personas parecieran estar tan cautivadas por su hermana. Recuerdo que se refería a ella como «vaca horrorosa». Nunca le comenté nada a Josh, pero recuerdo haber querido decir, incluso entonces, que ella era linda y que un día sería hermosa.

Tuve razón. Cuando tenía quince años, estaba viendo una película en un lugar que mis amigos y yo llegamos a llamar el «Teatro Mugroso». Quizá fue agradable en algún punto, pero el tiempo y la negligencia habían marchitado al lugar gravemente. El teatro tenía mesas transportables y sillas en el piso más bajo, así que cuando la sala estaba llena, había pocos lugares en los que te podías sentar para ver toda la pantalla. Imagino que el teatro aún estaba abierto por tres razones: era barato ver una película ahí; mostraban una película de culto varias veces al mes a la medianoche; y porque vendían cerveza a menores de edad durante las funciones de medianoche. Fui a las primeras dos, y esa noche estaban pasando Scanners, de David Cronenberg, por un dólar.

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