Rojo con Blanco
Un hombre fue a un hotel y se dirigió hacia la recepción para pedir un cuarto en el cual hospedarse. La mujer que atendía le dio su llave y le indicó que en su camino habría una puerta no enumerada y asegurada de un cuarto al que nadie tenía permiso de entrar. Le explicó que era un almacén de acceso restringido, y se lo recordó en distintas ocasiones antes de permitirle subir. Él obedeció las instrucciones de la recepcionista yendo directo a su habitación; sin embargo, la insistencia de la mujer había despertado su curiosidad. La noche siguiente caminó el trayecto hasta ese cuarto e intentó girar la perilla. Como le dijeron, cerrado. Se agachó y miró por la rendija.
Lo que vio fue una habitación de hotel no muy diferente a la suya, y en la esquina de esta a una mujer cuya piel era increíblemente pálida. Estaba recargada en la pared con su cabeza entre sus rodillas. El hombre la observó por unos minutos; estuvo a punto de tocar, pero decidió no hacerlo. La mujer alzó su mirada de súbito, y él se retiró de la puerta, evitando que cayera en cuenta de su presencia. Se alejó de la puerta y volvió a su habitación, confundido.
Al día siguiente, regresó a la puerta y miró por la rendija. Esta vez solo veía rojo. No podía distinguir nada más que un color rojo apagado, inmóvil. Pensó que tal vez quienes dormían en el cuarto sabían que los espió la noche anterior y probablemente taparon la rendija con algo rojo. Se sintió avergonzado de haber hecho sentir a la mujer tan incómoda.
De cualquier forma, el sujeto decidió consultar a la recepcionista. Tras un gentil suspiro, ella preguntó: «¿Viste por la puerta?». Él le dijo que sí, y la recepcionista continuó: «Bueno, supongo que puedo contarte la historia. Hace mucho tiempo, un hombre asesinó a su esposa ahí. Descubrimos que, incluso hasta la fecha, las personas se incomodan al alojarse en ese cuarto. Pero esta pareja no era ordinaria. Su piel era completamente blanca, excepto por sus ojos, que eran rojos».
Mi miedo al agua
Siempre he tenido un miedo exagerado a ser sumergido en agua completamente. No es que no sepa nadar o algo parecido; mi padre me hizo aprender. Tengo miedo de ello porque, desde que puedo recordar, siempre que estoy bajo el agua y volteo hacia la superficie, veo a una mujer inclinándose hacia mí, con una cálida sonrisa, un cabello dorado brillante y ojos color azul oscuro. Incluso si estoy en una bañera. Se ha hecho normal para mí, pero aún no he podido acostumbrarme.
Nunca lo discutí con mi papá de niño, pero sí le he preguntado acerca de mi difunta madre. En cada ocasión, él se mostró muy reservado con el tema, y a veces se enojaba conmigo por insistir demasiado.
Fue solo hasta hace unas semanas que le describí esta aparición. Por poco y chocamos contra una cabina telefónica; obviamente sabía algo al respecto. Asimilando la familiaridad de su reacción, pregunté, de nuevo, acerca de mi madre. Aun así no me dijo mucho, excepto que murió cuando yo era muy joven, y que me amaba. También admitió que su cabello y ojos eran de los colores de la mujer, mismos que los míos.
Así que hice un poco de investigación por mi cuenta. Obtuve su nombre de mi partida de nacimiento y busqué cualquier referencia que pudiera, cualquier noticia sobre un niño ahogándose. En su mayoría, quería una fotografía, algo que pudiera comparar con mi ángel guardián.
Hoy, escondido en nuestra biblioteca local, lo encontré:
WINCHESTER: Marie Withie, 28, perdió la vida ahogada ayer por la noche tras saltarse una cerca de alambre y escapar hacia un embalse cercano. El funeral ha sido planificado por la familia para el veinticinco. Marie fue recluida desde hace seis meses luego de haber sido encontrada «inocente» de intento de asesinato argumentando demencia. Su esposo, Daniel Withie, actuó con la rapidez suficiente para salvar a su hijo bebé cuando la encontró tratando de ahogarlo en su bañera.
Relámpago
Acabábamos de mudarnos a una pequeña casa rústica en los suburbios. Residencial Cuento de Hadas: tranquilo, vecinos agradables, vallas de palets. Baste decir que sería un comienzo nuevo para mí, un padre soltero reciente, y mi hijo de tres años. El momento para dejar atrás el drama y estrés del año pasado.
Tomé la de la noche tormenta como una metáfora para este nuevo comienzo: un último espectáculo teatral antes de que la mugre y suciedad fuesen arrasadas. A mi hijo le encantó, en todo caso, aun cuando se fue la luz. Era la primera gran tormenta que había visto. Destellos de relámpagos iluminaban los cuartos semidesocupados de la casa, dándole sombras largas y espeluznantes a las cajas de mudanza, y él saltaba en su lugar y gritaba en lo que los truenos retumbaban. No se dispuso a irse a la cama hasta altas horas de la noche.
La mañana siguiente lo encontré despierto en su cama, sonriente.
—¡Vi los relámpagos en mi ventana! —anunció orgullosamente.
Unos días más tarde, me contó lo mismo.
—No seas bobo —le dije—. No llovió anoche, ¡solo estabas soñando!
—Ah... —Se le veía en cierta forma desalentado. Revolví su cabello y le dije que no se preocupara, que debería haber otra tormenta pronto.
Luego se convirtió en un patrón. Me decía cómo vio los relámpagos fuera de su ventana al menos dos veces a la semana, a pesar de que no hubiera llovido. Sueños recurrentes de esa primera y memorable tormenta, pensé.
En retrospectiva, es fácil odiarme. Todos me aseguran que no hubo nada que pudiera hacer, ninguna forma de poder saberlo. Pero se supone que debo ser el guardián de mi hijo, y esas son palabras de consuelo inútiles. Revivo esa mañana frecuentemente: haciéndome un café, vertiendo leche en mi cereal y recogiendo el periódico para leer acerca del pedófilo local que las autoridades acababan de arrestar. Era material de primera plana. Al parecer, este hombre escogía un blanco joven al azar (un varón por lo común), merodeaba su casa durante un tiempo y tomaba fotografías de él por la ventana mientras dormía. A veces iba más lejos. Mi estómago se contrajo en lo que hacía la conexión.
En aquel momento, era apenas algo salido de la imaginación de un niño. En retrospectiva, es la cosa más aterradora que he leído.
Alrededor de una semana antes de que el predador fuera capturado, mi hijo se me acercó en su pijama.
—Adivina qué —me preguntó.
—¿Qué?
—¡No hay más relámpagos en mi ventana!
Le seguí la corriente:
—Ah, qué bien. De vuelta a la normalidad, ¿eh?
—¡No, ahora están en mi armario!
Aún tengo que ver las fotografías que la policía ha recuperado.