La próxima estarás preparado

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¿Alguna vez has entrado a una habitación y te has encontrado a un vampiro?

No, no del tipo sensual, sino una criatura repugnante de miembros huesudos y piel pálida. Del tipo que gruñe tan pronto como entras, al igual que una bestia a punto de saltar. Del tipo que te inmoviliza en tu sitio con sus ojos hipnóticos y hundidos, volviéndote incapaz de escapar conforme la ves sobresaliendo de las tinieblas. ¿Tu corazón ha acelerado su ritmo a pesar de que tus piernas se rehúsen a hacer lo mismo? ¿Has sentido cómo se ralentiza el tiempo mientras esa criatura repelente cruza la habitación tras la oscuridad de un parpadeo?

¿Has tiritado por el temor cuando coloca una garra encima de tu cabeza y otra debajo de tu barbilla para poder girarla, exponiendo tu cuello? ¿Has forcejeado mientras su áspera y seca lengua se desliza por tu cuello, desde tu mandíbula y hasta tu cuello, en una búsqueda reptante por tu arteria? ¿Has sentido su aliento caliente liberando un siseo contra tu piel cuando degusta tu pulso, ese flujo que se dirige a tu cerebro? ¿Alguna vez has experimentado una oscuridad estresante y corrosiva luego de descubrir que no todos los vampiros se alimentan de sangre, sino que algunos se alimentan de recuerdos?

¿Y bien?

Puede que no. Pero déjame replantear la pregunta: ¿alguna vez has entrado a una habitación y olvidado súbitamente la razón por la que fuiste ahí?

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