Yeso de cuerpo completo

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Mi terapeuta sugirió que escribiera esto. Supongo que reflexionar sobre esa noche y colocar mis experiencias en papel me puede ayudar a superar el trauma.

Hace unos años, estuve en un choque de motocicleta. Me rompí mi tibia y mi peroné, me destrocé mi rótula derecha, me saqué una fractura en tallo verde en mi fémur derecho, fracturas múltiples en mi pelvis y en casi todas mis costillas, y dos clavículas rotas. Estuve inmovilizado de los hombros para abajo con un yeso de cuerpo completo muy pesado. Me dijeron que fui suertudo.

Mi esposa, Violet, fue comprensiva y amorosa. Nunca se quejó ni una sola vez acerca de tener que cuidarme. Cocinaba mis comidas, me mantenía acompañado y vaciaba mi bacinilla sin hacer muecas. Alrededor de dos semanas dentro de mi recuperación, Jenna nos llamó, llorando a gritos, porque su compañera de dormitorio en la universidad había muerto. Violet tuvo que irse inmediatamente con tal de poder estar ahí para nuestra hija. La hermana de Violet, Kathy, me iba a cuidar.

Cuando me desperté la mañana siguiente, Violet se había ido a traer a Jenna. Kathy estaba en casa haciendo el desayuno alegremente, y habló sin parar mientras me ayudaba con mis necesidades biológicas más vergonzosas. Al igual que su hermana, nunca me hizo sentir apenado. Se fue cerca de las once de esa noche y me dijo que volvería al amanecer.

Me gusta dormir con la televisión encendida. Por alguna razón, lo encuentro reconfortante. Me había quedado dormido mientras el partido estaba terminando, y solo me desperté cuando sentí un golpe contra el yeso de mi pecho. Con la luz parpadeante de la televisión, vi una araña cazadora devolviéndome la mirada. Era más grande que la mayoría de las que había visto por aquí, quizá del tamaño de una pelota de rugby. Mi aliento se atascó en mi garganta y cada músculo de mi cuerpo se encendió en un intento por quitarme a esa cosa de encima. No me podía mover.

Empecé a gritarle a la araña, esperando que quizá eso la asustara. Pero no se espantó. Se dio la vuelta, exponiendo su abdomen ante mí, y solté un grito ahogado. Su espalda y su vientre estaban cubiertos con bebés. Formaban ondas como pelaje acariciado por el viento cuando se movían sobre el cuerpo de su madre. La cazadora se giró hacia mí y caminó más cerca de mi rostro.

Antes de ese momento, nunca había pensado que las arañas podían tener un olor. Esta lo tenía. Olía como tierra húmeda, similar a como huele la intemperie después de una tormenta. El olor se intensificó cuando sus patas largas alcanzaron mi rostro. Contraje mi boca y cerré los ojos. Sus patas espinosas avanzaron, primero hacia mi labio inferior, luego a mi nariz, a mis párpados, y finalmente a mi frente. La longitud de sus patas se estiraba de oreja a oreja, y desde mi quijada hasta mi cuero cabelludo. Su cuerpo pesado y grueso se extendía desde mi mentón hasta mi entrecejo. Y se quedó ahí.

Traté de contener mi respiración. Decir que estaba aterrorizado es un eufemismo. Deseé que estuviera muerto. Recé que me muriera. Mis oraciones no fueron contestadas cuando la cazadora avanzó un poco más arriba, dejando que su abdomen se cepillara contra mi nariz.

Estornudé.

Inmediatamente, la cazadora enterró sus colmillos en mi frente a medida que sus bebés se derramaban desde su abdomen hasta mi cara. Chillé. Arañas diminutas se arrastraban encima de mis mejillas, se retorcían por mi barba y se ocultaban en mis pestañas. Agité mi cabeza de atrás hacia adelante en un intento por quitármelas de encima. Su madre se movió hacia la almohada justo al lado de mi oreja y me mordió la mejilla. Se sintió como la picadura de una avispa. Luego corrió hacia mi hombro y se empujó a través de la pequeña abertura en el yeso cerca de mi axila.

Para este punto, estaba gritando incontrolablemente. Un mar de arácnidos bebés exploraban mis fosas nasales, mi cabello y empezaban a encontrar mis orejas. Sentí un tendón o ligamento romperse en tanto me agitaba, disparando un ardor al rojo vivo por mi cuello. Tratar de mover mi cabeza después de eso era insoportable.

Mientras los bebés se dispersaban a lo largo de mi rostro y cabeza, la madre exploraba por debajo del yeso. Hasta este día, no tengo idea de cómo logró comprimir su cuerpo para caber por debajo del yeso. Merodeó desde mi pecho a mi estómago, y luego hasta mi ingle. Salió del yeso por un agujero cercano, solo para reingresar dentro de mi pierna. Se detuvo por debajo de mi rodilla. Y fue ahí en donde se quedó.

Cuando Kathy llegó por la mañana, me había quedado dormido, de alguna forma. Supongo que el cansancio provocado por el horror que había experimentado forzó a mi cuerpo a colapsar, a pesar de que mi mente aún estaba empapada con el miedo. Ignorante de los eventos de la noche anterior, Kathy me sacudió para que me despertara. Comencé a gritar de nuevo. Sentí a la cazadora detrás de mi rodilla. Ella debió haber estado dormida también, y se sobresaltó por mis gritos. Mordió mi pierna una y otra vez mientras Kathy trataba de calmarme y de hacer que le contara lo que estaba sucediendo.

Para cuando fui capaz de decírselo, se veía como si estuviera a punto de desmayarse. Siempre me había considerado a mí mismo una especie de aracnofóbico, pero el temor de Kathy estaba a años luz del mío. Llamó a los servicios de emergencia, y ellos mandaron a un par de sujetos que fueron capaces de persuadir a la cosa para que saliera, y la mataron. Al final, tuvo una resolución ordinaria.

Violet llegó a casa con Jenna más tarde ese día, y Kathy y yo les contamos de mi noche. Ninguna de las dos fue capaz de escuchar los detalles. Una familia de aracnofóbicos. El tiempo pasó y mis huesos rotos se unieron y sanaron, y por último estaba de vuelta en mi motocicleta.

Pero cada noche revivo en mi mente la mirada de la cazadora. Siento a su descendencia fluir por mi rostro, dentro de mi nariz y alrededor del espacio entre mis dientes. Siempre que hay un momento de silencio, las escucho arañando mis tímpanos, y puedo jurar que cada vez que limpio mis oídos, estoy sacando huevos.

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