Parte 18

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En cuanto llega a su propiedad, su amigo se encuentra aún en el piso de la sala, los muebles aún están tirados y el con un ágil movimiento de manos mientras carga a la rubia recompone la escena.

—Te lo mereces, Aron, y lo sabes.— Demanda furioso aun.

Todo vuelve a su lugar, perfectamente ordenado y prolijo...

Todo menos al rubio que aún yace tirado padeciendo aun el dolor que su cuñado le infligió.

—Deberías de agradecer que somos eternos, porque no voy a perdonarte esto por un buen tiempo.— Alza su barbilla mirándolo desde su altura.

No puede dejar de mirarlo con mucho resentimiento y odio, por otro lado ese lado humano que le enseñó la rubia a tener le dice que su amigo verdaderamente no pidió la sangre de su hermana, sino que fue ella quien se la ofreció pero teniendo en cuenta la situación en la cual se encontraba Arón lo más factible era que él terminará accediendo.

—"Cu... Cuid...Ala."— Susurra en su mente con la poca fuerza que le queda.

Lo ignora completamente y sube los dos pisos que lo separan de su habitación en donde deja durmiendo a Sophia, quien yace ajena a todo lo que sucede a su alrededor desde hace una hora, la mira unos minutos recostada en la cama.

—Solo vos podes generar que quiera lanzar una peste y matar masas de seres innecesarios en la tierra.— Traga saliva aun con sus puños apretados y su mandíbula tiesa.

Su rostro es de total armonía y calma generándo en él una sensación de relajación tanto en su cuerpo como en su mente a pesar de los últimos acontecimientos.

El morocho moja su cara en su baño y se seca con la toalla blanca rápidamente, para luego tirarla en una esquina del baño despreocupándose de donde fue a caer.

—¡Me frustras tanto!— Se queja mirándose al espejo.

Se coloca una campera casual y da un último vistazo a la rubia mientras sale de su placard.

—¡Quisiera hacerte sufrir todo lo que yo sufrí cuando lo sentí, pero no puedo... No puedo generarte mas dolor... Yo... No puedo hacértelo!— Admite enojado consigo mismo.

Seguramente podría haberla dejado en su habitación, la cual ya esta más que amueblada, pero su simple instinto hizo querer dejarla allí.

Ya sea para molestarla o para sentirse seguro durmiendo con el olor que ella vaya a dejar en sus sabanas probablemente cuando se despierte y se vaya a su cama.

Toma las llaves de su camioneta de la mesa de entrada y se encamina a su estacionamiento.

Los guardias lo siguen y antes de subirse el les hace una seña para que no lo sigan y cuiden la casa. Por más que él no los necesite son sus lacayos y es algo que no puede evitar y que le sirve y regocija la mayoría del tiempo, aunque en días como hoy en el cual su temperamento pende de un hilo prefiere mantenerse lo más alejado posible de ellos.

El viaje en sí es corto, su primer destino es el barrio de la cooperativa donde su empresa estaba mas que relacionada, con todos aquellos humanos.

Sophia cerraría su boca y no lo molestaría si él hacía las cosas bien por el momento.

Su camioneta hace suspirar a los niños que jugaban por la calle con sus viejas pelotas, todos se quedarón quietos e impactados por su presencia, querían acercarse a él, pero su porte los hizo mantenerse en sus lugares aun con sus miradas sorprendidas y sus almas asustadas por su aura negra que lo acompañaba.

El morocho sonríe por lo bien que se sentían esas miradas, no era característico en él ese tipo de lugares, ni estar demasiado tiempo con gente propensa a la caridad por lo que se dispuso a perturbar las almas de cada uno de los consumidores de su mercancía con un simple parpadeo a pocos metros de su camioneta.

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