2. Vuelta a casa.

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La despedida no fue fácil para ninguno, algunos se quedaron en Barcelona por ser la ciudad en la que vivían, otros muchos cogieron trenes, autobuses o coches para volver a sus hogares. La resaca de la noche anterior no les impidió llorar como niños cuando se dijeron adiós, ni les impidió seguir llorando en silencio en el camino o tumbados en sus camas. No sabían cuando volverían a verse, y mucho menos todos juntos, cada uno empezaría una carrera en solitario, grabarían sus discos o sacarían al mercado lo que ya tenían grabado, lucharían por ese sueño que tanto anhelaban en la cola de aquél casting y que aunque les había unido en el viaje, ahora les separaba.
Amaia ya estaba subida al coche con su padre, su madre y sus dos hermanos, juntos habían tomado la decisión de pasar como íntimo una semana de descanso en Pamplona, a ella se le notaba físicamente agotada, tenía unas ojeras que a duras penas podía disimular el mejor de los maquillajes, pero tendría tiempo para dormir.
Se había despedido de Alfred hacía escasos veinte minutos y ya tenía ese dolor sordo en el pecho que significaba que le echaba de menos, no tenía muy claro porqué había sentido que el último beso que se habían dado a solas, lejos de sus familias, había sido una despedida de verdad. Intentó no darle más vueltas, ambos necesitaban estar en sus casas, con sus amigos, preparar proyectos, tomar decisiones que no podían hacer con todo ese cansancio acumulado, se puso las gafas de sol y cerró los ojos apoyándose en el hombro de su hermana Ángela, que sonrío y le acarició el pelo.

Alfred ya estaba en su casa en el Prat, había dejado la mochila que siempre llevaba a todas partes encima de su cama para deshacerla y echar a lavar la ropa que tenía dentro, María Jesús se había ofrecido a hacerlo ella, pero él se había negado, necesitaba estar solo haciendo una tarea mecánica para poder pensar un poco en cómo se sentía y en todas las cosas que habían pasado el día anterior.
Estaba triste, eso era innegable, Noemí les había dicho que lo más probable era que en algunos momentos quisieran llorar sin motivo aparente, era lógico, no dejaba de ser una despedida casi definitiva. También estaba contento e ilusionado por todo lo que venía ahora, en cada hueco libre desde que salió de la academia había aprovechado para adelantar trabajo para su disco "1016", que la discográfica le hubiera dado una libertad tan grande era de agradecer, se estaba encargando de todo, quería hacerlo perfecto, estar a la altura de sus propias expectativas, sentirse orgulloso de su trabajo.
Sacó de la mochila los calzoncillos que había llevado la noche anterior, no pudo evitar sonreír recordando cómo, después de dejar las copas medio llenas en la barra, se habían ido a uno de los baños del sitio en el que estaban, pero estaban todos ocupados, así que se habían dejado llevar y salieron a una terraza que utilizaban en verano pero que ya estaba cerrada porque, a pesar de ser septiembre, hacía demasiado frío para estar fuera de noche, había un par de sillas donde supusieron que los trabajadores salían a fumar en su descanso y se pusieron a follar de la manera más salvaje que Alfred recordaba en meses, él sentado y Amaia sobre él llevando el ritmo de la situación, le encantaba cuando ella tomaba el mando, le encantaba verla sobre él, poderosa y segura de sí misma, libre.
Terminó de sacar todo y llevarlo a la lavadora para ponerla, se quedó mirando como la máquina cogía agua y el tambor empezaba a da vueltas, cuando salió de aquel trance volvió a su habitación, sus padres no estaban, habían salido para ver a unos amigos, iban a cenar fuera según le habían avisado.
Se sentó en su silla y levantó la tapa de su portátil para encenderlo, dos horas después estaba saturado, se le hacía pequeño estar allí y no en el estudio de grabación, pero era tarde y le había prometido a todo el mundo que no iba a ir a ningún sitio en, como mínimo, tres días. Cogió su móvil, tenían demasiados mensajes de whattsapp sin leer, pero no le apetecía en ese momento, buceó por la galería de fotos y la nostalgia le invadió, salió de allí y se metió en instagram, empezó a leer los comentarios de su última foto, cientos de mensajes de cariño salpicados de unos cuantos menos de odio, empezó a mirar los post de las personas a las que seguía, le dio "me gusta" a varias publicaciones y decidió entrar en Twitter, ese gran lugar, empezó a leer a los fans que ya reconocía, apoyo, música, fotos del concierto de ayer, todo muy bonito hasta que llegó a una de esas cuentas.
Veneno, veneno sin razón y sin control era lo que destilaba, "ojalá abras los ojos y le dejes", "es un prepotente, mentiroso y manipulador", "machista, ojalá te quedes solo y le jodas la vida a otras tías y no a ella", salió de la aplicación de Twitter de su móvil, se quitó las gafas y se pasó las manos por la cara, siempre había mantenido una actitud distante ante los haters, cuando se cansaba soltaba alguna que otra indirecta velada, pero nunca había entrado en su juego, y no por falta de ganas.
Estaba muy cansado y cuando estás cansado ese tipo de cosas te afectan más porque no tienes la mente tan lúcida como para centrarte en lo bueno únicamente, se volvió a poner las gafas, volvió la vista a la pantalla de su portátil, se metió en internet, en la web de Twitter y en vez de poner su usuario oficial tecleó otro muy diferente, introdujo la contraseña y pudo ser un desconocido más.

Amaia se había dormido en el coche, incluso cuando pararon para descansar y cambiar de conductor, ella siguió durmiendo, Javiera la observó respirar acompasadamente mientras sus otros dos hijos y su marido iban a comprar algo a la gasolinera. Nadie podía negar que estaba contenta por todo lo que estaba viviendo su hija, pero los últimos meses estaba algo preocupada, estaba feliz, no cabía duda, pero estaba tan cansada que más de una vez había sentido el impulso de ir a alguna de las ciudades donde tenían concierto y llevársela de allí, pues no dejaba de ser su niña, su niña de 19 años, a la que le había cambiado la vida en apenas tres meses.

—¿Mamá?

Javiera se sobre saltó, la estaba mirando pero no se había dado cuenta que había abierto los ojos tras las gafas de sol.

—Hija, menudo susto.
—¿Dónde estamos?
—En un área de servicio.
—¿Queda mucho para llegar?
—No, tranquila, sigue durmiendo, pronto estaremos en casa.

Amaia asintió, se acomodó, cerró los ojos y se quedó dormida de nuevo.

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