28. Maullidos.

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Horas, los segundos que se estuvieron mirando a los ojos parecieron horas en las que nadie había allí, en ese aeropuerto atestado de gente, nadie más que ellos, los dos tuvieron el mismo impulso al principio, correr uno hacia el otro y encontrarse, abrazarse, tocarse, cerciorarse de que eran reales, Alfred sujetaba con fuerza las gafas de sol en su mano izquierda, Amaia estaba conteniendo la respiración sin darse cuenta.

—¡Alfred!

Cuando se desviaron las miradas debido al grito de su nombre pasaron varias cosas a la vez, Carlos llegó al lado de Amaia con las maletas de ambos y la guitarra de ella colgada al hombro, Anahí llegó al lado de Alfred y le puso una de sus pequeñas manos en el hombro, Aitana se quedó quieta mirando a su mejor amiga y Ana corrió hacia Alfred para colgarse a su cuello y abrazarle con fuerza.
Amaia soltó todo el aire que tenía en sus pulmones acumulado y se giró hacia Aitana y Carlos, no sabía qué hacer, ni que decir, se había quedado en shock porque no esperaba encontrarse con él allí.

—¡Qué casualidad! Acabamos de aterrizar desde Tenerife, Alfred, no sabíamos cuando llegabas desde Estados Unidos, y...

Ana hablaba y hablaba sin parar pero Alfred no escuchaba, Alfred solo podía fijarse en cómo Amaia estaba mirando a los ojos de aquel chico buscando apoyo en vez de mirarle a él, solo podía fijarse como él la miraba con un brillo especial. El dolor del pecho empezó siendo algo sordo, peor fue en aumento, se separó de Ana y la miró a los ojos con miedo, pánico, estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad allí mismo, rodeado de miles de personas.

—Vamos a mi casa.

La proposición de Ana llegó a los oídos de Alfred como un bálsamo curativo, necesitaba salir de allí y sentiste seguro, ya se enfrentaría a la realidad más tarde, en ese momento no podía.

—Perdona, guapa...

Alfred se había olvidado por completo de la presencia de Anahí, que continuaba unos pasos detrás de él, Ana la miró de arriba abajo, después de todas las conversaciones que habían tenido los últimos días con Amaia y Carlos supo quién era nada más verla.

—¿Y tú quién eres?—preguntó Ana aún conociendo la respuesta.
—Soy su asesora y nuestro vuelo sale en una hora, no podemos estar aquí perdiendo el tiempo con fans, porque eso es lo que eres ¿no es así, guapa?

El veneno con el que Anahí pronunció esas palabras hizo que Alfred se volviera hacia ella.

—Anahí...
—Vamos a perder el vuelo, me dijiste que querías llegar a casa.

Ana les miraba a uno y otro como si se tratase de un partido de tenis, Alfred no se encontraba bien y Ana estaba acostumbrada a verle así, por muy duro que sonara, le acarició el brazo intentando demostrarle que ella estaba allí, que no se iba a ir.

—Ana es casa, Anahí.

La rubia miró a Ana, que sonreía con suficiencia.

—Podemos retrasar el vuelo unas horas y...
—No.
—Alfred...
—Me voy a ir con Ana, vuelve a Barcelona sola, yo...

Alfred se sujetó en Ana y se giró para buscar a Amaia, pero ya no estaba, ni el chico rubio tampoco, solo estaba Aitana, hablando por teléfono agarrando su maleta. El dolor del pecho empezó a aumentar, se estaba quedando sin aire.

—Yo no soy tu dueña, solo soy tu asesora, creía que era tu amiga, pero bueno, me voy a casa, me pondré en contacto con tu tío para aclarar el siguiente paso.

El sentimiento de culpa inundó la mente de Alfred, se separó de Ana, y, ante su atónita mirada, se acercó a la rubia y la abrazó con cariño, lo que no vio Alfred fue la mirada que Anahí le echó a Ana, ni la sonrisa pérfida que tenía en los labios.

—Llámame luego, nene, no lo olvides..

Ambos vieron como la rubia se alejaba con paso decidido y una elegancia desmedida. Ana volvió a fijar sus ojos en Alfred, se había vuelto a poner las gafas de sol, no sabía si miraba como se alejaba Anahí o su mirada se había perdido en la nada.
Aitana terminó de hablar y se acercó a sus dos amigos.

—¿Nos podemos ir ya?

Alfred bajó la mirada hacia ella.

—Monito...
—Alfred, tenemos que irnos de aquí, déjate de tonterías, vámonos.

Alfred miró a Ana y, aunque tuviera las gafas de sol puestas, ella pudo ver el gesto de desconcierto que adquiría su cara.

—Vamos a casa, vamos a casa...

El silencio les acompañó durante todo el camino en taxi, Aitana estuvo mirando las redes sociales y ya había fotos de todos navegando por allí, Amaia mirando a Carlos, Alfred abrazando a Ana, ella con su móvil, pero Anahí no salía en ninguna de ellas, que extraño...
Se bajaron en el portal de la casa de Ana, después de subir en el ascensor, Ana sacó sus llaves, había hablado con Yadel antes de salir de Tenerife y le había dicho que estaba de viaje por la grabación de un single de un amigo, que no iba a estar en casa unos días.
Alfred fue el último en entrar y el que cerró la puerta, dejó su maleta al lado de las de sus amigas y se quitó las gafas de sol, se frotó los ojos y se quedó parado cuando los maullidos de Mimo, el gato de Ana le recibieron desde el suelo, el gato se estaba restregando en sus piernas, sin pensarlo dos veces, allí, en mitad de la entrada, se sentó en el suelo y se puso a acariciar al gato.
Ana y Aitana estaba en el salón, mirándose sin decirse nada pero trasmitiéndose información, Ana le pedía un poco de calma pero Aitana no estaba dispuesta a mantenerla, suspiró.

—Joder, Alfred, JODER ALFRED...
—Aitana...
—Déjame, Ana, tiene que saber lo que le ha hecho pasar, tiene que saber cómo se ha sentido, los miedos que ha tenido, las lágrimas, las inseguridades, tiene que saberlo todo, por culpa de esa rubia manipuladora...
—Aitana...

Alfred seguía sin entrar en el salón, Aitana no dejaba de despotricar con el tono cada vez más alto, sobre la culpa que tenía Alfred por confiar en Anahí, sobre lo mala que era la rubia y lo mal que lo había pasado Amaia... Ana frunció el ceño y se asomó por la puerta y vio una imagen que le rompió el corazón.
Alfred tenía a Mimo en sus brazos, estaba sentado en el suelo, llorando en silencio.

—Aitana...
—ES QUE NO PUEDE SER, EN QUE CABEZA CABE QUE...
—¡¡AITANA, VEN AQUÍ!!

La pequeña se asomó y fue corriendo hacia sus dos amigos, Ana se había sentado al lado de Alfred que no podía controlar sus lágrimas, Mimo, al tener a tanta gente alrededor, pegó un salto y con un maullido de resignación se alejó de ellos. Aitana se sentó al otro lado de Alfred, le cogió de la mano mientras Ana le acariciaba el brazo.

—Decidme que no es cierto, decidme que no se ha liado con él y me ha engañado, decidme que no la he perdido, decidme que no se ha terminado todo...

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