52. Buscando mi camino (parte I).

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Sentada al lado de su hermana en el coche, mientras volvían desde Madrid hasta Pamplona, Amaia no pronunció ni una sola palabra, se había puesto sus gafas de sol a pesar de que el cielo estaba nublado y en muchas ocasiones fingió que se había quedado dormida para evitar las constantes preguntas de su madre.
No paraba de darle vueltas en la cabeza a la conversación que había tenido con Alfred, no sólo la del restaurante, sino la del salón de su casa.
Dar el paso para hacer justicia fue como el que abre una rendija de una puerta tras la que hay una habitación llena de agua hasta arriba, el agua empezará a salir y la presión hará que la puerta se termine abriendo por completo. ¿Debía intentar contener el agua? ¿Debía abrir a puerta del todo antes de que el agua la ahogara?

—Hermanita, estamos en una estación de servicio, ¿sales a fumar mientras papá y mamá entran a comprar algo de comer?

Amaia vio cómo su hermana salía del coche y la siguió, ambas hermanas se encendieron sus respectivos cigarros.

—Tengo que dejar esta mierda.
—Y yo.

Guardaron silencio mientras veían como sus padres, a través de las cristaleras, cogían varias cosas y se ponían a la cola para pagar.

—Javi se podía haber venido.
—Vendrá el fin de semana, tenía cosas que hacer en su trabajo, ya sabes cómo va todo eso.

Suspiró y miró el humo de su cigarro.

—Amaia... Sé que no estabas dormida durante lo que llevamos de viaje, a mamá la puedes engañar, a mí no.
—No tengo muchas ganas de hablar.
—Me da miedo preguntar.
—Puedes preguntarme lo que quieras.

Ángela dio una calada a su cigarro y apago la colilla.

—¿Qué pasó con Alfred en el restaurante?
—Hablamos.

Silencio, Amaia se quitó las gafas de sol y miró a su hermana a los ojos, Ángela estaba esperando a que continuara hablando.

—Ay, Ángela...
—¿Qué pasa?
—Que le hice una declaración de intenciones.
—¿Eso qué quiere decir?

Amaia le contó todo, incluidos los detalles más íntimos de lo que sentía.

—Joder, Amaia.
—Eso mismo digo yo.
—Pues yo me alegro, pase lo que pase con él.
—¿Cómo?
—Estéis o no juntos, hermanita, Alfred te ha hecho reaccionar, ahora vas a poder volver a tomar las riendas de tu vida.

Los días pasaron y el agua de la habitación de Amaia se iba colando por la rendija, Carlos volvió a casa varios días después, Raoul y él habían ido a Marbella para que toda su familia se conociera, la cosa parecía ir muy en serio.
Una mañana, varias semanas después de volver a su rutina y seguir dándole vueltas a situación sin llegar a una conclusión clara, entró una clienta.

—Buenos días.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?

La señora estaba buscando algo en el bolso, Amaia supuso que sería el monedero.

—Venía buscando...

Los ojos de la mujer se posaron por primera vez en ella, quedándose muda.

—¿Qué venía buscando? Si puedo ayudarla...
—Eres...

Muy poca gente la reconocía ya, muy poca gente, había pasado tanto tiempo...

—Eres Amaia Romero...

Un nudo en la garganta.

—Disculpe, si puedo ayudarla en lo que venía buscando...
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en los escenarios, deberías...

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