7. Sorpresas y sonrisas.

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Amaia dejó sus cosas en la habitación del piso de su hermano donde iba a dormir, todavía no habían tomado una decisión en firme, no sabían si irse a otro piso o dejar de compartir ese con otra gente y ser solo para los dos hermanos. La despedida de su familia y de sus amigos había sido bastante agridulce, quería irse ya de allí, pero no dejaba de significar que se acababan bastantes cosas.
Había llegado hacía veinte minutos, estaba algo cansada, pero no le importó, a la primera persona que llamó fue a María Jesús, la madre de Alfred era la única que sabía que ella iba a llegar antes de lo previsto y juntas habían planeado como sorprenderle. Javier tenía varias reuniones esa mañana a las que Amaia no necesitaba ir, le avisó que iba a irse al Prat y él sonrió poniendo los ojos en blanco.
Antes de salir hacia allí, sacó la ropa que quería ponerse de la maleta, unos pantalones negros anchos que dejaban que se viera su tobillo y una blusa del mismo color, dejó todo encima de la cama y se fue a la ducha, necesitaba relajarse, no se lo diría a nadie nunca, pero le comían los nervios por si Alfred no quería verla Y se había olvidado de lo que tenían cuando estaban separados. Dejó esos pensamientos a un lado mientras el agua caliente le empapaba el pelo y la piel.

María Jesús colgó el teléfono en el mismo instante en el que Alfred entraba en la cocina con su pijama, las gafas puestas, el pelo revuelto y cara de sueño.

—¿A qué hora llegaste anoche?
—No lo sé, fui a tomar algo con Marta y una amiga, creo que se nos fue un poco de las manos.
—Un miércoles, Alfred, esto de que seas una estrella musical me va a dar muchos dolores de cabeza.
—No seas agonías, mama, me conoces.

Se acercó a su madre y la abrazó con fuerza, aún estaba arrepentido por haberle hablado mal la mañana anterior. Se fijó que tenía el móvil fuertemente apretado en la mano.

—¿Con quién hablabas, mama?
—Con nadie.
—Te he oído antes de entrar y tienes el móvil en la mano.
—Hijo, de verdad, que cotilla.
—Mama...

María Jesús puso los ojos en blanco y se alejó de su hijo guardando el móvil dentro del bolsillo de su chaqueta.

—¿Qué vas a hacer hoy?
—Desayuno y me voy al estudio, supongo que volveré para comer.
—Tu padre y yo vamos a comer fuera.
—¿Y eso? ¿Un jueves?
—Si, un jueves, ¿no podemos?
—Claro que podéis, pero es raro.
—Nada de raro, y no sé a qué hora volveremos, así que si quieres te dejo comida hecha o...
—No te preocupes, pediré una pizza.
—Tanta pizza no es buena, Alfred.
—Pues me hago cualquier cosa, pero no cocines nada.

Alfred sonrió y le dio un beso a su madre en la mejilla antes de empezar a desayunar.

Amaia se vistió y se secó el pelo dejando los rizos sueltos, cogió su mochila y llamó a un taxi, cuando llegó a casa de la familia García Castillo, Alfredo y María Jesús estaban esperándola, se abrazaron y se besaron con cariño.

—Ya sabes dónde está todo.
—Muchas gracias por esto.
—No nos des las gracias, hija.
—No sé si luego seguiremos aquí o saldremos...
—Dile a Alfred que nos llame si no venís a dormir a casa.

Y se quedó allí, sola, muerta de nervios.

Había sido una mañana muy productiva, acababa de grabar varias pistas de voz y las estaba mezclando cuando la pantalla de su móvil se iluminó.

"Por culpa de alguien tengo una resaca que no se puede aguantar y me quiero tirar de los pelos mientras trabajo"

Alfred no pudo evitar sonreír, Anahí había resultado no ser una loca, era una chica muy maja y que, después de shock de saber que era él el que se escondía tras la cuenta de Twitter, se había ido con Marta y con él a cenar y tomar algo. Marta hizo muy buenas migas con ella, pero con quien más conectó fue con él, no entendía muy bien que tenía, pero más de una vez la noche anterior se había quedado sonriendo como un idiota mientras la escuchaba hablar, cuando llegó a su casa un pelín borracho dedujo que posiblemente que tuviera siete años más que él era la clave.

"No seas quejica, fuiste la que menos bebió, debe ser por la edad, que ya no lo aguantas tanto."

Volvió a dejar el móvil encima del piano y continuó una hora más trabajando. Cuando se dio cuenta ya era bastante tarde, muchas veces se olvidaba de comer cuando estaba con la música, cogió su guitarra, guardó el móvil en el bolsillo, se puso las gafas de sol y se fue a casa.

Abrió la puerta y se encontró la casa vacía, sus padres ya se habían ido, pero algo extraño había allí que no identificaba, dejó las llaves encima de la mesa y la guitarra apoyada en el sofá, se quitó las gafas de sol y fue a la cocina para beber un vaso de agua, su madre al final había dejado hecha la comida, frunció el ceño cuando vio que faltaba un vaso, cubiertos, un plato y parte de la comida. Dejó el vaso en el fregadero y siguió investigando.
Se quedó parado casi sin poder respirar en el umbral de la puerta de su habitación, sonaba música muy bajito, salía de un móvil que estaba encima de su escritorio al lado del plato y los cubiertos sucios, y el vaso con un poco de agua al fondo.
Y ella estaba allí, tumbada sobre su cama, completamente dormida, con una expresión de absoluta paz en sus rasgos, agarrada a uno de los cojines que él siempre abrazaba al dormir desde pequeño, se acercó intentando no despertarla y recogió las cosas, cuando terminó volvió a su lado y se sentó.

—Amaia...

Aunque lo dijo casi en un susurro, ella se despertó sobresaltada, pero al verle allí, se relajó y se acurrucó de nuevo sin dejar de mirarle a los ojos.

—Has tardado mucho.
—Si me hubieras avisado hubiera estado aquí hace horas.
—Tu madre me dijo que volvías para comer.

Alfred se tumbó al lado de ella, entre ellos solo estaba el cojín.

—¿Cuándo has llegado?
—Esta mañana, quería darte una sorpresa, pero me ha salido mal...

Amaia bajó la mirada justo cuando Alfred acercó su mano y le acarició la mejilla.

—Ha sido mi culpa, si llego a...

Ella negó y volvió mirarle a los ojos, quitó el cojín que había entre ellos, dejándolo a sus pies y se acercó todo lo que pudo a él, notaba su respiración sobre los labios.

—Estamos aquí y ya está.

Se rozaron sin llegar a besarse mientras se miraban, pasaron minutos en los que las respiraciones se aceleraron y sus manos buscaron hueco entre la piel y la ropa para sentirse.

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