40. Verdades y un último movimiento.

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--El Prat (6:30 a.m.)--

Se volvió a tumbar con el móvil en las manos, demasiadas llamadas, sabía perfectamente que había sido una locura irse sin dar explicaciones a nadie, pero Marta y más tarde María Jesús se lo habían pedido así. Era muy pronto, demasiado pronto, pero tenía que empezar a dar explicaciones. Justo cuando iba a marcar el número de su hermano llamaron a la puerta de la habitación con delicadeza.

—¿Amaia, estás despierta?

El susurro en la voz de María Jesús entró en la habitación cuando abrió la puerta, una pequeña rendija por la que se asomó con timidez.

—Si, pasa, no te preocupes.

Dejó el móvil encima de las sábanas revueltas y se fue a levantar pero María Jesús se lo impidió sentándose a su lado.

—¿Cómo estás?
—Bueno... No he dormido nada.
—Me lo imaginaba, te he oído dar vueltas, yo tampoco he podido dormir mucho.

Ambas mujeres se miraron a los ojos, Amaia se abrazó las rodillas y María Jesús le acarició el pelo, era una niña, igual que su hijo, estaban viviendo muy rápido y muchas cosas que con esas edades no vive todo el mundo.

—Amaia... Ayer estuve hablando con tu madre.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Le ha pasado algo?
—No, no... A ver cómo te cuento yo esto...

--En un lugar de algún sitio (6:30 a.m.) [amo esta ubicación]--

—Que mi madre ¿QUÉ?

Alfred dejó la taza casi llena de café en la mesa de la cocina, no había dado más que un trago el principio de la conversación, pero a lo largo del discurso de Marta el nudo de su garganta se había ido apretando cada vez más y más fuerte.

—No sé muchos más detalles, tampoco quise preguntarle, conozco a tu madre casi desde que nací, confío en ella y si me dice que te tengo que llevar lejos tres días porque ella va a encargarse del tema de Anahí yo solo puedo hacer lo que me pide.
—No me lo puedo creer...
—Confía en ella...

Se levantó de la silla y se acercó a la ventana por la que se podía ver el mar, aún envuelto en oscuridad, aunque quedaba muy poco para que amaneciera.

—No es eso, Marta, no es...
—¿Y qué es?
—Todavía no he logrado asimilar todo el daño que Anahí le ha hecho y sigue planeando hacerle a Amaia, creo... Creo que no soy consciente aún... Si fuera consciente, volvía a Barcelona y probablemente acabaría en la cárcel... Cosa que va a ocurrir si o si como le haga el más mínimo daño a mi madre.

--Barcelona (10:00 a.m.)--

Mirando como las calles se llenaban de vida desde la terraza del edificio, Anahí se estaba fumando un cigarro después de haber tenido una de las reuniones más desagradables de su vida.
No sabía ni cómo ni porqué sus padres se habían enterado de todo lo que estaba haciendo, la noche había sido muy movida, en el coche no habían hablado mucho, miradas de odio y desprecio por su parte, resoplidos de decepción y enfado por parte de ellos, nada nuevo para esa familia, llegaron a la suite del hotel que había pagado para pasar esos días allí, cómo no, una suite premium en uno de los hoteles más lujosos y caros de la ciudad, les odiaba, odiaba su dinero y su estatus, odiaba todo lo que tenía que ver con ellos, había odiado cuando se iban a trabajar y la dejaban con niñeras, había odiado cuando su madre se quedó de nuevo embarazada de un niño que había salido débil, no como ella... Ella, que siempre había querido levar las riendas de su vida, ella que había hecho cualquier cosa por alejarse de ellos y alejar a su hermano manteniéndole bajo su control...
Después de discutir, de gritos, de lagrimas de sus padres, de insultos, desprecios... Se habían salido con la suya, iban a retirar las denuncias sobre posesión, venta y consumo de drogas, iba a desvincularse por completo de Amaia Romero y Alfred García, tanto de ellos físicamente como de sus carreras, había firmado ciento de papeles aquella mañana en ese despacho para que todo aquello no saliera a la luz, que ni los cantantes, ni ella se vieran afectados, como si nada hubiera pasado...
Dando una última calada y apagando la colilla, sacó del bolso su móvil e hizo una llamada.

—Hola... Si, todo bien... Si... Esta va a ser la última vez que podamos hablar, por lo menos en un tiempo... Ya te contaré... Si... Quiero que las publiques... Si, estoy segura... Nadie puede saber que yo estoy detrás, haz que cualquier otro las saque con su nombre, si saben que has sido tú me pillarán a mi... Todas, si... Hasta luego.

Sonriendo, volvió a entrar en el edificio.

--Madrid (12:00 a.m)--

El móvil empezó a sonar con un pitido demasiado fuerte para soportarlo con la resaca que tenía, soltó un gruñido y, sin girarse, se levantó de la cama para cogerlo.

—¿Si?
—Carlos...

La voz de Amaia le llegó clara y nítida haciendo que abriera los ojos de par en par.

—¿Estás bien? Dios mío, niña... ¿Sabes lo preocupados que hemos estado?
—Claro que estoy bien, acabo de hablar con mi hermano y con Aiti... Lo siento, lo siento mucho, tenía que hacer esto yo sola...
—¿Hacer el qué?

Carlos se sentó en la cama de nuevo mientras escuchaba todo lo que Amaia le estaba contando, el encuentro con Anahí, la conversación, los papeles ante notario, la amenaza...

—Niña, os habéis arriesgado demasiado, ella...
—Espera, Carlos, hay algo más...

Se había puesto seria, Carlos frunció el ceño y dejó que siguiera hablando.
A su lado, en la cama, Raoul se incorporó al ver la tensión de la conversación que estaba manteniendo, se acercó a él y dejó un beso en el hombro desnudo. Después de salir del piso donde estaba el hermano de Amaia, y habiendo quedado en mantener la calma hasta que ella se pusiera en contacto con ellos, Aitana se fue con Cepeda y él decidió volver a su casa dando un paseo. No se encontraba bien, ¿dónde estaba Amaia? ¿Qué había pasado? Un nudo en el estomago demostraba que lo que estaba sintiendo no era por una simple amistad, sabía lo que sentía por ella, lo asumía, al igual que asumía que ella estaba con Alfred y eran el uno para el otro, aún sabiéndolo... Le dolía, no podía evitarlo, y... Le llamó, había notado una conexión, una atracción entre ellos, se aferró a ese vínculo, no le contó mucho, bebieron en varios locales, bailaron, se dejaron llevar, y acabaron allí, en su piso, follando encima del sofá y después en la cama hasta que ambos, sin aliento y sudando, cayeron rendidos y abrazados sobre la cama a una hora que no recordaban.
Después de que Amaia terminara de contarle todo, intercambiaron unas pocas palabras más y Carlos colgó el teléfono, se pasó las manos por el pelo y cerró los ojos intentando asimilar todo lo que acaba de oír.

—¿Era Amaia?

Raoul no se separó de él, la noche anterior, antes de que acabaran borrachos y compartiendo caricias, le había contado lo que sentía por su compañera de concurso, no entró en detalles, no los necesitaba ninguno de los dos, él ya lo había intuido, él también tenía aún en su cabeza a otro hombre, a un moreno con barba y una voz que llegaba a lugares insospechados, se lo contó también, debían ser sinceros, y ambos decidieron que esa noche iban a disfrutar juntos, aunque en la mente de cada uno hubiera otra persona.

—Si, está en Barcelona.—no podía contarle ningún detalle hasta que ella se lo autorizara.—Me ha dicho que se va a ir unos días con Alfred a una casa en la playa, en... Un lugar de algún sitio, no me he enterado muy bien.

Carlos dejó el móvil en el suelo y se tumbó en la cama bocarriba, Raoul le imitó, pero tumbándose de lado para poder mirarle bien, no pudo evitar recorrer con la yema de su dedo el torso que la noche anterior había tenido entre sus labios y recorrido con su lengua.

—Tengo... Tengo que hacer una llamada.
—¿A quién?

Carlos se giró para mirar a los ojos a Raoul, se le llenaron de lágrimas.

—A mis padres.

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