44. Transición y telefonos sonando.

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--Barcelona, 15 de marzo--

Le dolía un poco la cabeza, por la ventana entraba el poco sol que había en la calle, había estado lloviendo toda la noche y la tregua que el tiempo les daba a esas horas iba a ser efímera. Se giró hacia el otro lado, no quería que la luz le hiciera daño en los ojos, aunque en ese momento, sin las lentillas ni las gafas lo viera todo borroso, el cuerpo desnudo de Dana estaba allí, dormía en posiciones indescriptibles y, aunque al principio de la noche estuviera abrazados, siempre acababan uno en cada punta del colchón o ella con la cabeza en los pies.
Respiraba tranquila y Alfred no pudo evitar sonreír, quería verla bien, así que alargó la mano y cogió las gafas de la mesilla para ponérselas, Dana se hizo nítida ante sus ojos, el pelo castaño a media melena estaba revuelto por culpa suya, la noche anterior se habían dejado llevar y habían sido un poco, mucho, salvajes, pudo ver la marca de un mordisco en uno de sus pechos, siguió observando su cuerpo y se mordió el labio.

—¿Por qué me estás mirando como si fuera un trozo de pizza?

Dana se había despertado cuando Alfred había cogido sus gafas de la mesilla, pero había decidido permanecer con los ojos cerrados hasta ver que hacía.

—Es que te quiero comer.
—¿Tienes hambre?
—Contigo siempre tengo hambre.

Ambos sonrieron, les encantaban los juegos dialécticos, les encanaba hacer que la temperatura de la habitación subiese solo con palabras, el primero en acercar posiciones fue Alfred, acercándose a su boca pero sin rozarla, Dana cerró los ojos pero no tuvo la más mínima intención de acortar esos milímetros que les separaban.
Llevaban un años viviendo juntos en el piso de Alfred en Barcelona, era un piso pequeño, desde su vuelta al país no necesitaba nada más, al principio estuvo unos meses viviendo con sus padres en el Prat, pero después de pasarse casi un año viajando solo necesitaba su espacio.
Dana apareció en su vida por casualidad, una noche que estaba en la playa, con su guitarra, componiendo, apareció un grupo bastante variado de estudiantes, no tendrían mucha menos edad que él, tres días después entre las sábanas de la diminuta cama de la residencia de estudiantes en la que vivía Dana, después de uno de los mejores polvos de su vida, descubrió que tenía veintidós años, que acaba de llegar a España con una beca Erasmus, que era italiana pero que sus padres nacieron allí en Barcelona, aunque nunca habían vuelto porque no les quedaba familia, y que tenían un año y algunos meses para disfrutar juntos.
Eran dos personas muy sentimentales, a la segunda semana de estar juntos, Alfred encontró el piso, bueno, mejor dicho EL PISO, con mayúsculas, se había enamorado profundamente la primera vez que entró por la puerta, había una conexión que no lograba entender, pero a lo largo del tiempo había decidido que ese tipo de impulsos debía seguirlos, con lo poco que había ahorrado en su viaje, la ayuda de sus padres y el nuevo contrato que estaba a punto de firmar, se lo compró, y Dana se fue allí con él.
Mantenían una relación muy intensa pero muy real, se habían enamorado, los dos, hasta las trancas, pero sabían que no iba a se un para siempre, Dana volvería a su tierra para construirse la vida que siempre había soñado y él seguiría allí en Barcelona, con su música, sus conciertos, sus sueños y sus rarezas... Siempre había preferido algo que fuera real aunque no fuera para siempre.
Y allí estaban enamorados el uno del otro, a poco más de un mes para que sus caminos se separar para siempre, él entre sus piernas y ella a punto de llegar al orgasmo gracias a esa lengua experta gracias al tiempo y al trombón, cuando el móvil de él empezó a sonar.

--Pamplona, 15 de marzo--

Odiaba su vida, así, sin paños calientes, odiaba levantase cada mañana, ponerse el uniforme negro, horroroso por cierto, salir de casa y estar trabajando en esa tienda, trabajo que necesitaba y que había conseguido gracias a su madre.
Llevaba varios años dando clases de piano a niños y a adultos, un mes atrás los padres de uno de los niños que mejor le caía le habían dicho que ya no podían seguir pagándola, que lo sentían mucho pero que se acababa, ella lo entendió, le dolió, pero lo entendió, sin ese dinero no podía afrontar los pagos que deben hacerse cuando uno es adulto y estaba harta de que Carlos tuviera siempre que pagar más.
Una mañana, la mañana en la que empezó aquel infierno, había ido a casa de sus padres en Mendillorri y se había sincerado, necesitaba dinero, necesitaba encontrar un "trabajo normal", no por mucho tiempo, ella siempre lo había dicho, quería dedicarse a la música, fuera como fuera, pero si tenía que sacrificarse un tiempo, lo haría.
Metió el uniforme en la lavadora junto a varias prendas oscuras de Carlos y se quedó mirando como la lavadora empezaba a dar vueltas. Carlos apareció en la cocina, recién duchado, vestido con unos vaqueros, un jersey azul que le macaban los músculos, Amaia continuaba con la camiseta que le había robado de su armario.

—¿Ya te vas?
—Si, niña, llega en una media hora, quiero recogerle.
—¿Pero venís a comer aquí?
—No lo sé, puede...

Amaia se acercó a él y le abrazó, Carlos le acarició el pelo, que llevaba recogido en una coleta, dejó un beso en su mejilla y fue hacia la entrada, justo antes de cerrar la puerta tras de sí, dijo:

—Y puede que te traiga una sorpresa.

Con una sonrisa en la cara por esa salida triunfal, dejó que la lavadora siguiera el programa elegido y se fue al salón, no sin antes coger su guitarra, no le gustaba el silencio, odiaba profundamente el silencio desde su ruptura con Alfred, no había sido una ruptura traumática, ni una ruptura amistosa, había sido una ruptura extraña, si, esa era la palabra, extraña, nadie se lo esperaba, sus familias, sus amigos...
Aquella tarde, meses después de todo el escándalo de las fotos, cuando lo anunciaron, el caos se desató, todos preguntaban ¿Por qué? ¿Ahora? ¿Después de haber superado lo peor juntos? ¿Esto es en serio? ¿Solo os estáis dando un tiempo?... Prefería no pensar en ello, había pasado mucho tiempo reprochándose aquella etapa de sus diecinueve años, al recordarla, sus decisiones, sus actitudes, todo, le parecían de una niña que había crecido demasiado rápido y que no había sabido afrontar las cosas como debía.
Carlos había sido su gran apoyo, fueron juntos a Marbella, al chalet de lujo de los padres de él, cogido de su mano pudo hablar con ellos, tuvo fuerzas para enfrentarse a años de distancia, años de miedo, años de soledad y años de debilidad, aquel encuentro fue catártico, tanto para Carlos que recuperó una parte de su vida que siempre creyó perdida, como para Amaia, que pudo comprobar cómo muchas veces hay solución si te atreves a enfrentarte a tus demonios.
¿Por qué decidió alejarse por completo de la industria musical? Era una pregunta que aún no tenía una respuesta clara, exactamente igual que la respuesta a porqué había empezado a fumar o porqué dormía en la misma cama o a veces saludaba y se despedía con un beso en los labios de su mejor amigo, que mantenía una relación más o menos estable, aunque se vieran poco por el trabajo de ambos, con uno de sus ex compañeros de concurso. A veces tenía la necesidad de buscar esas respuestas, otras veces solo quería dejar que el universo siguiera su curso. Esa mañana estaba convencida de lo segundo.
Rasgó las cuerdas de la guitarra y empezó a entonar una de esas melodías que te calman por dentro justo cuando empezó a sonar su móvil.

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Quería dar las gracias a todxs lxs que continuáis aquí conmigo en este proyecto y en este viaje, no sabéis cuánto os lo agradezco.
Os quiero.
Miss T. Girl.

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