13. Sexo, pesadillas y lágrimas.

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Un zumbido lejano hizo que Alfred se removiera entre sueños, estaba boca arriba, completamente desnudo con una simple sabana tapándole de cintura para abajo, se giró de lado aún dormido y se abrazó al cuerpo de Amaia, ella también estaba dormida, pero en un sueño más profundo, acogió el abrazo con gusto porque tenía algo de frío.
No habían dormido mucho, por no decir nada, el último orgasmo les hizo estallar cuando los rayos de sol empezaban a salir por el horizonte de Barcelona, la primera en dormirse fue Amaia, Alfred tardó un poco más pero el sueño pudo con él, y en ese momento ese unido incesante no le dejaba descasar.
Se acurrucó aún más contra la espalda de Amaia y enterró el rostro entre el pelo de ella, el olor a ellos y a sexo le invadió e hizo que el sueño que estaba teniendo cambiara de rumbo, la erección apareció y fue creciendo, dura, pegada a la piel de ella.
Ella también estaba soñando, pero era un sueño muy diferente, estaba sola en esa misma habitación de hotel, no paraba de mirar el móvil porque Alfred le había prometido que estaría allí hacía una hora y llegaba tarde, muy tarde, se sentía sola y traicionada, se sentía perdida, tenía miedo, mucho miedo, el móvil anunció a Amaia una notificación de una de las redes sociales, en el sueño no se distinguía cual, pero lo que sí se distinguía era una fotografía, Alfred con su pose de siempre, la boca abierta, sonriendo, tenía el pelo revuelto y las gafas de sol, de fondo se veía una playa y abrazada a él una mujer preciosa, con el pelo también revuelto, los labios hinchados y rojos, Anahí miraba desde la fotografía con recochineo, como si le susurrara al oído que había conseguido follar con Alfred y que era mucho mejor y más mujer que ella, la Amaia del sueño soltó el móvil y se puso a llorar, llanto que la Amaia de la realidad también tuvo.
El zumbido había parado, pero Alfred se había despertado por completo al oír los sollozos que salían de la garganta de Amaia, aún dormida.

—Mi amor... Despierta...

Amaia se encogió sobre sí misma y siguió sollozando, las lágrimas le mojaban la cara, tenía un gesto de dolor, pero no un dolor de una herida que te haces o de un golpe, sino un dolor profundo un dolor de dentro.

—Amaix, es un sueño, despierta...

Un último sollozo, que le rompió el corazón, hizo que Alfred se incorporará y la zarandeara despacio para despertarla, ella abrió los ojos despacio, no sabía dónde estaba, al ver la habitación pensó que la pesadilla que acababa de tener había sido real hasta que notó la presencia de él a su espalda.

—Mi amor...

Ella no le contestó, permaneció en silencio sin poder controlar las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos, se incorporó y le miró a los ojos, Alfred estaba preocupado, se podía ver a simple vista, Amaia alargó una mano y le acarició la mejilla, él cerró los ojos para disfrutar de la caricia y notó como ella se acercaba a él y se sentaba sobre sus piernas, le rodeaba el cuerpo, hundía su rostro en el hueco entre el cuello y el hombro, y dejaba salir todo lo que la pesadilla le había hecho sentir, Alfred empezó a acariciarle la piel de la espalda despacio para intentar tranquilizarla.

—Ha sido una pesadilla, tranquilízate, ya se ha pasado...

Los sollozos se calmaron y las lágrimas, que ya mojaban el torso de Alfred, también fueron cesando, cuando ya se vio con fuerzas, Amaia se separó de él y sin dejar de abrazarle como un koala le miró a los ojos, segundos, que lo dijeron todo, tardaron en empezar a besarse, fue un beso dulce hasta que los dedos de la mano de Amaia se enredaron en el pelo de Alfred a la altura de la nuca y le empezó a morder el labio, de la garganta de él salió un jadeo ronco y sus manos bajaron por la espalda de ella hasta encontrar el final y apretarla a él aún más si cabe.

—¡Pero señor, usted no puede hacer esto!
—Soy su hermano, yo reservé esta habitación de hotel para ellos.
—Pero no puede entrar en nuestro hotel...
—¡ÁBRAME LA PUTA PUERTA O LLAMO A LA POLICÍA!

Las voces y varios golpes en la puerta hicieron que Amaia se separara de Alfred y se levantara de la cama con la sábana blanca alrededor de su cuerpo, Alfred aprovechó para ponerse la ropa interior que había doblado pulcramente en la mesilla la noche anterior.
Cuando abrió la puerta se encontró a su hermano hecho una furia y a un recepcionista, diferente al de la noche anterior, bastante asustado.

—¿Pero qué coño está pasando aquí?

Javier se volvió hacia su hermana y se pasó las manos por la cara, a nadie le gusta ver la imagen de su hermana pequeña desnuda bajo una sabana, con la cara roja de haber llorado pero con una expresión de recién follada, el pelo revuelto, las pupilas dilatas y los labios entreabiertos.

—Tienes el móvil apagado, Amaia, llevo llamando desde hace más de una hora a Alfred y no lo cogéis...

Alfred apareció detrás de ella vestido únicamente con los calzoncillos y una cara de sueño que tiraba para atrás.

—¿Qué pasa?

El recepcionista se fue alejando lentamente al ver que no pintaba nada en esa discusión familiar, Javier le miró queriendo irse con él a tomarse un copazo, Amaia se giró para mirar a Alfred que no entendía nada.

—No soy vuestro padre, ni soy nadie para... —suspiró mirando al techo del pasillo y al volver a bajar la mirada clavó los ojos en los de su hermana intentando no mirar más allá— Os quiero en quince minutos vestidos y en recepción, no me hagáis volver a subir.

Alfred tiró de Amaia hacia dentro de la habitación cuando Javier ya se había dado la vuelta y se alejaba, cerró la puerta dando un leve portazo y la apretujó entre sus brazos, la sabana calló al suelo y Amaia se fundió con él.

—¿Estás bien?
—Si, solo ha sido una pesadilla...
—Cuéntame qué pasaba, Amaia.
—Sólo un sueño, de verdad, no te preocupes.
—¿Segura?
—Segura.

Se miraron a los ojos, ella sintiendo una punzada de miedo al recordar lo que había soñado y que inconscientemente sentía que podía hacerse realidad, él preocupado por ella porque muy pocas veces había visto cómo se derrumbaba de aquella manera por algo que no sabía que era, compartieron un beso fugaz y empezaron a vestirse.

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