32. Ellos dos.

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Era muy tarde, no quiso mirar el reloj, sólo sabía que no podía dormirse, como ya le había advertido Aitana, tumbado en la cama de invitados de la casa de Ana con Amaia completamente dormida a su lado, llevaba más de quince minutos mirando al techo mientras contaba los latidos de su corazón intentando volverse a dormir, pero era imposible.

Cuando llegaron a casa de Ana, después de haber salido corriendo, sus dos amigas estaban esperándoles con sendas copas en la mano. Carlos ya no estaba allí, Amaia cogió su móvil y se fue a la cocina para llamarle, Alfred la miró de soslayo pero no dijo nada, lo habían hablado y habían quedado en seguir hablando, pero no esa noche.

—Te agradecería que no volvieras a salir corriendo de mi casa.
—Lo siento.
—Es complicado, asimilar...

Alfred se sentó en el sofá entre las dos chicas y cerró los ojos.

—Esta noche no hablemos de ello, por favor.
—Pero Alfred...
—Solo esta noche.

Amaia volvió de la cocina y se sentó en el suelo frente a Aitana.

—Mañana tengo que ir a por mis cosas, iba a quedarme allí estos días, pero...

Un silencio algo incomodo se hizo en el salón, Aitana dio un trago de su copa, notando como el alcohol le quemaba la garganta, lo habían cargado demasiado.

—Tengo que contaros algo.

Alfred abrió los ojos y la miró, Ana dejó su vaso en la mesa y cogiendo un coletero que llevaba en la muñeca se hizo un moño alto, Amaia entendió a la perfección lo que pretendía su mejor amiga, podía contarles lo que fuera que iba a contarles en otro momento, pero Alfred les había dicho que esa noche no hablarán de nada de lo que había ocurrido y estaba intentando distraer la atención.

—Vamos a hacerlo público.
—¿Qué?
—Se lo dije el otro día, cuando nos vimos antes de volar a Tenerife para verte.
—Pero, Aiti...
—Es una decisión firme, estoy harta de tanto juego.
—Monito... Os van a...
—Me da igual.

Ana se levantó y les ofreció algo de beber, Alfred declinó la oferta, pero Amaia necesitaba una copa o dos.

—¿Él lo tiene claro?
—Joder, Amaia, ¿qué pregunta es esa?

Aitana se recostó y apoyó su cabeza en el hombro de Alfred, no estaba muy segura si era correcto o no lo que estaba haciendo, llevaban meses así, meses de juegos y ambigüedad, cuando lo dejó con su ex nunca quiso decirlo abiertamente, lo pasó muy mal, sus compañeros lo sabían, aunque delante de los focos y las cámaras nunca había dado señales de ello, él siempre había permanecido a su lado, él siempre había admitido lo que sentía por ella incluso antes de que ella supiera nada, o más bien antes de admitir lo evidente que era, ¿y ella? ¿Por qué nunca lo había admitido? Amaia lo sabía, era la única, le daba miedo la edad, le daba miedo el qué dirán, sus padres, sus amigos, la opinión pública, todo, pero en la intimidad de las habitaciones de hotel en las que se alojaban durante la gira de verano anterior, Aitana no pudo negar lo que sentía, se lo dijo a su amiga y ella solo pudo decirle que se arriesgara, que ella lo había hecho y que, a pesar de los malos momentos que habían pasado en ciertas ocasiones, había merecido la pena... Y eso hizo, se arriesgó, pero lo ocultaban y jugaban a un juego que más de una vez había salido mal a ojos de sus seguidores, estaba cansada de eso, quería poder salir a la calle de su mano, darle un beso si quería o subir una historia de instagram desde su casa sin que hubiera una guerra en las redes sociales.

Después de varias copas y más de una confesión inesperada, Ana y Aitana se fueron a dormir a la cama de Ana. Alfred miró como Amaia estaba dormida a su lado, no iba a dejarla allí dormida y él irse a la cama de invitados, intentó despertarla pero no pudo, estaba muy dormida, hizo acopio de la fuerza que había cogido con los entrenamientos de Magalí y del entrenador personal en las semanas de Estados Unidos, el que le había recomendado salir a correr por Central Park, la cogió en brazos y la dejó sobre la cama, le quitó las zapatillas mientras veía como ella se hacía una bola abrazando la almohada, él se desnudó y se quedó en ropa interior, al principio pudo dormir un poco, pero allí estaba, desvelado.
Se puso las gafas y sin pensarlo dos veces salió de la habitación con cuidado de no despertar a Amaia, buscó el tabaco de Ana y lo encontró, se lió un cigarro y se fue a la cocina, abrió la ventana de la terraza y lo encendió, dándole una calada, dejó que el humo le quemara por dentro, tenía muchas cosas que asimilar, muchas cosas que cambiaban y explicaban las situaciones que había vivido en las últimas semanas... Vio gestos y momentos que ya entendía después de la nueva información, el miedo y la culpa se apoyaron en sus hombros como dos pesadas losas, ¿Cómo podía haber sido tan gilipollas? ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo había podido dudar ni por un segundo de Amaia?
Soltó el humo de la última calada del cigarro justo cuando alguien abrió la puerta de la cocina, se giró para mirar quién era.

—No quería despertarte.
—No estabas en la cama, siempre me despierto cuando no estás.

Amaia se había girado buscando el cuerpo de Alfred para abrazarse a él, cuando estaba en el sofá estaba dormida, pero si se había despertado cuando Alfred había estado llamándola para irse a la cama, pero se había hecho la dormida para estar entre sus brazos, una vez en la cama, con él al lado de había quedado tan en paz y tranquila que el sueño volvió a vencer.

—Es por el jet lag, lo siento.

Amaia acortó los pasos que les separaban, el olor al tabaco y a él le llenó las fosas nasales trayéndole a la mente momentos muy especiales, noches de hotel en muchas partes del mundo, ellos dos solos contra el mundo, noches en vela cantando, viéndole componer, besándose como si no hubiera un nuevo amanecer... Alzó la mano para acariciar con la yema de sus dedos el brazo de él, que seguía mirándole a los ojos casi sin pestañear.

—No digas "lo siento".

Pronunció las últimas palabras en un susurro que pudo escuchar porque se había acercado todavía más a él, subió sus dedos del brazo hasta la nuca y dejó una suave caricia allí, una electricidad conocida que necesitaba sentir recorrió toda la columna vertebral de Alfred, se quedaron en silencio mirándose, la respiración de ella se aceleró cuando él pasó la mano por sus caderas, seguía vestida, pero notó el roce como si hubiera sido sobre la piel.

—Te he echado de menos, Amaix, tanto que dolía aquí.

Con la mano libre posó su dedo índice encima del corazón de Amaia, latía con fuerza y a ella le dio vergüenza que Alfred lo notara, muy despacio él fue deslizando el dedo desde ese punto exacto hacia arriba recorriendo su clavícula y su cuello.

—Y yo a ti...

El corazón de Alfred también latía con fuerza, tenerla tan cerca hacía que todos los miedos desaparecieran o se hicieran tan pequeños que resultaban insignificantes. Fueron ambos los que se acercaron e hicieron que en el medio sus labios se encontraran, dulce, muy dulce, hasta que las lenguas y las manos entraron en el juego.

—Vamos a la...
—Habitación...

Una vez dentro, y con la puerta cerrada, Amaia empezó a desnudarse deprisa, quería estar en las mismas condiciones que él, Alfred la observaba mordiéndose el labio, había soñado tantas noches con eso que no sabía en realidad sí esta vez también era fruto de su imaginación, aunque descubrió que no era así cuando ella se acercó a él y le cogió del pelo para atraerle hacia sus labios, se saborearon, se lamieron, se mordieron...
Completamente desnudos y con ella bajó su cuerpo, Alfred pudo apreciar ese brillo febril que anunciaba fuego, ambos sintieron una liberación casi mística cuando, después de ponerse un condón, se introdujo dentro de ella, sabían y querían que no fuera bonito, ni lento, ni dulce, no querían preliminares, ni miradas que te derretían por dentro, no querían palabras, no querían suspiros, querían liberarse de la tensión, querían sentir sus cuerpos, desfogarse el uno con el otro, demostrar que respiraban, demostrar que eran ellos, querían morderse por dentro y por fuera, sudar el miedo, las inseguridades y las frustraciones...
Y eso hicieron desde el primer movimiento de cadera de Alfred, desde el primer gemido ahogado de Amaia, desde las manos de él clavadas en las caderas de ella cuando se puso encima mientras se movía en un baile que no querían que acabara nunca, hasta el último jadeo de ambos cuando uno de los orgasmos más brutales desde que estaban juntos les sobrevino, primero a él y después a ella gracias a su lengua. Como habían prometido, esa noche no hablarían de nada más, sólo serían ellos dos.

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