41. Un lugar de algún sitio.

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Eric y Marta se habían quedado en la casa preparando la comida mientras David iba a hacer la compra para esa noche, habían decidido hacer una fiesta, aunque fueran los cuatro de siempre, iban a desfasar y beber como si no hubiera un mañana antes de volver al día siguiente a la vida real.
Alfred había decidido ir a la playa, hacía frió, pero necesitaba notar la arena húmeda bajo sus pies, no había nadie allí, en mitad del camino se cruzó con una señora mayor que paseaba a su perro, pero el resto del tiempo lo pasó completamente solo, lo necesitaba, necesitaba pensar en muchas cosas.
Por su mente pasaban cada uno de los acontecimientos que se habían ido sucediendo en los pocos meses que habían pasado desde ese último concierto de la gira de Operación Triunfo, pensó en su propio tour, pensó en lo pletórico, feliz y completo que se sentía subido a un escenario cantando las canciones que habían salido de dentro de él, pensó en el single que había gustado tanto, pensó en lo poco que quedaba para sacar su disco, su hijo, su 1016, también pensó en el videoclip del single del disco, pensó en Nueva York, en Orlando, pensó en Anahí... El nudo de su garganta, ese sempiterno nudo de culpabilidad que tenía cada vez que la rubia acudía a su mente después de saber cómo había caído en sus manipulaciones, se apretó cuando pensó en esas semanas, en lo imbécil que había sido, en... Intentó despejar de su mente eso, no merecía la pena comerse la cabeza por cosas que ya no se podían cambiar.
Llegó al final de la playa, había varias rocas grandes y, sin pensárselo mucho, se subió a una de ellas, se sentó, dejó los zapatos que había llevado en la mano todo el tiempo a un lado, y cerró los ojos dejando que el viento y el olor del mal le envolvieran y se metieran dentro de él, el mar siempre le había calmado, el mar era paz, y aunque aquella playa no fuera su playa, era un bálsamo que necesitaba como respirar.
No pudo evitar pensar en su madre, su madre, esa mujer que le había dado a luz y que le había cuidado, criado y amado desde que era una simple idea en la cabeza de dos personas que se querían, Marta le había contado lo que había podido, no sabía muchos detalles, no conocía los pormenores de la situación, solo que se había hecho cargo, que iba a ir con Amaia a hablar con Anahí, pero que tenía otro plan a parte, un plan, que según su amiga, tenía claro que iba a solucionar todas las cosas malas que estaban pasando y que tenían toda la pinta de no acabar muy bien para nadie... Su madre, la quería tanto, siempre a su lado, siempre siendo un apoyo, siempre siéndolo todo, su madre, no tenía ni mil vidas para agradecer que el azar, el destino, un dios, o lo que sea, le hubiera puesto en su útero, la quería tanto, tanto, tanto...
Abrió los ojos, se abrazó las rodillas y, como hipnotizado, se quedó mirando como las olas dejaban ese rastro de espuma en la orilla, hoy hacía viento, eran olas más fuertes y violentas, pero pudo imaginar a la perfección esas mismas olas cuando hubiera calma, cuando una simple brilla las moviera, sinuosas, dulces... La imagen de Amaia le llegó clara, Amaia cantando Mireia la primera vez que interactuaron, Amaia cantando en el piano de la academia, Amaia cantándole al oído, Amaia desnuda en su cama cantándole mientras él se perdía en su piel, Amaia, AMAIA con mayúsculas, Amaia... La echaba de menos, después de todo lo que habían pasado, después del miedo, el dolor, la frustración, lo poco que habían hablado en la casa de Ana y el sexo salvaje que habían tenido aquella noche solo demostraba que a pesar de todo el vínculo, ese haz de luz que les mantenía unidos, seguía ahí, aunque en esas semanas se hubiera vuelto tenue y el color hubiera dejado de ser tan brillante, nunca se había apagado.
Pasaron horas hasta que Alfred volvió a la casa, Marta, David y Eric ya habían comido, le intentaron echar la bronca al verle aparecer pero con un simple gesto de Marta todos guardaron silencio, le conocían, sabían que no era el momento, fue a la cocina y comió un poco, no tenía mucha hambre, tenía ganas de sacar algo de dentro que le pesaba demasiado, guardó los restos de la comida, fregó los cacharros y se subió a la habitación. Desde abajo sus amigos solo pudieron escuchar una melodía que no reconocían, Alfred estaba sanando su alma.

Después de la conversación con María Jesús, Amaia había llamado a su madre, por raro que pareciera, no habían discutido, lo que sí habían hecho era llorar, las dos, la necesitaba cerca, necesitaba sentir un abrazo de esos de los que siempre renegaba, pero que siempre le sentaban tan bien.
Saber todo el plan que su madre y la madre de Alfred habían ideado y que, por lo que sabían, estaba yendo bien, había calmado un poco sus ánimos, tenía miedo, era inevitable no tener miedo ¿qué hacía? ¿Se inmolaba ella y perdía su carrera y su reputación? ¿Dejaba que cargaran con todo Carlos y Alfred? No, lo más probable es que si hubiera llegado el momento de decidir, ella se hubiera inmolado, hubiera intentado demostrar que todas las acusaciones eran mentira, y si tenía que ser como el hombre que habían conocido en Tenerife, pues lo sería, ella quería vivir de la música, le daba exactamente igual si tenía que hacerlo llenando estadios de cincuenta mil personas, salas de trescientas, fiestas de pueblo con veinte, o la sala de un piano ella sola con algún alumno.
También había llamado a su hermano, tuvieron una conversación muy larga, tanto María Jesús como su madre le habían dicho que podía contárselo a las personas con las que más confianza tenía, nadie tenía que saber que habían sido ellas las que habían acabado con todo pues los contratos de confidencialidad que suponían que había firmado la rubia malvada, según estaba establecido en el plan, y que ellos tendrían que firmar también cuando Alfred volviera y se enterara de todo, así lo estipulaban.
Aitana fue la siguiente, los gritos de su mejor amiga llegaron desde Madrid, Amaia pensó que en vez de oírlos a través del móvil los estaba oyendo a través de la ventana, la entendía, entendía cómo se había sentido, pero Aitana, cuando supo todo lo que había ocurrido, lo entendió Y le hizo prometer que iban a verse pronto.
Para Carlos fue la última llamada, le contó todo, le contó el encuentro con su hermana, las amenazas, y también le contó lo de sus padre... Su amigo, la noche del hotel, la noche del beso en aquella habitación de un hotel de Tenerife, con las ventanas abiertas por el calor y la luna entrando, dejando su luz, la noche en la que se había abierto en canal para ella, le había contado su nula relación con sus padres por culpa de Anahí y su miedo a ponerse en contacto con ellos, le dijo que lo hiciera, que les llamara, que ahora el momento, le intentó dar fuerzas desde el otro lado de la línea telefónica, pero no supo si lo había conseguido, quería verle, hablar con él en persona y ver cómo se encontraba, pronto lo haría ahora que Anahí había sido expulsada de la ecuación.
Comió con María Jesús y Alfredo, fue una comida tranquila pero extraña, le faltaba Alfred, se sentía muy a gusto allí, pero falta su presencia, sus sonrisas, sus bromas, sus miradas furtivas, sus besos inesperados, sus rarezas... María Jesús no era idiota, más bien todo lo contrario, así que al terminar, mientras su marido iba a preparar el café le dijo dónde estaba su hijo, le contó cómo había planeado todo para que él no estuviera cerca de allí mientras ocurría todo, le dio la dirección exacta de aquel lugar de algún sitio, y Amaia, después de darse una ducha, coger unos vaqueros que se había dejado allí una de las últimas veces y una sudadera de Alfred, llamó a un taxi e hizo prometer a María Jesús que avisaría a todo el mundo de que estaba bien y que no se preocuparan.

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