31. Y yo.

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Era de noche, pero no lo suficiente como para pasar desapercibido entre la multitud, eso podía hacerlo en Barcelona, pero no allí en Madrid. Ana no vivía en pleno centro, pero aún así intentó no entrar en las calles más grandes por las que pasaba más gente, gente que salía del trabajo, gente que salía de la academia, gente que volvía de las clases de la universidad o de las prácticas, gente que paseaba a sus perros, gente que volvía del parque con sus hijos, gente...
Llevaba las gafas puestas, pero no eran las de sol, las debería haber cogido antes de salir, solo llevaba encima la cartera, le apetecía fumarse un cigarro, estaba nervioso, le apetecía llamar a su madre o a su amiga Marta, pero no podía, no tenía móvil, apuntó en su lista mental de "cosas que hacer con urgencia" comprarse un móvil.
Al principio caminó casi corriendo, pero a los pocos minutos aminoró el paso, intentaba que el frío de la noche madrileña le hiciera asimilar un poco mejor la información que acaba de recibir, ¿Carlos, el tío que toda la prensa pensaba que se había liado con Amaia, era el hermano de Anahí? ¿Anahí era mala? ¿Estaba realmente intentando joderle la vida a Amaia?
No entendía nada, Anahí era su amiga, siempre lo había demostrado, desde ese primer encuentro tras descubrir su identidad en la cuenta de Twitter, desde... Alfred suspiró y vio como en esa calle vacía había un par de bancos, se sentó en uno de ellos y se quitó las gafas, se frotó la cara e intentó que su corazón empezará a ir más despacio, no quería que se desatara todo y que llegara el dolor del pecho, la falta de aire...

—Por fin, joder, por fin...

La voz de Amaia estaba entrecortada, Alfred se puso las gafas y miró en su dirección, parecía que había llegado corriendo, la vio sacar el móvil del bolsillo, teclear y volver a guardarlo.

—¿Qué haces aquí?

Amaia se acercó despacio a él y se sentó a su lado en el banco, no se tocaron, estaban a centímetros uno del otro pero no lo hicieron.

—¿Dónde iba a estar si no?

Dejó de mirarla y volvió a quitarse las gafas para que todo a su alrededor se volviera borroso.

—Con Carlos.
—Alfred...

La mano de ella se posó por primera vez en su rodilla, ese simple roce hizo que ambos sintieran que estaban en un lugar seguro.

—Cuando vi esas fotos...
—Conocemos a la prensa, Alfred, llevamos muchos meses lidiando con gilipolleces, ¿cómo pudiste creerlo?
—He visto como os miráis, en el aeropuerto, hace un rato, no es solo la prensa, Amaia.

No retiró la mano de su rodilla, pero desvió la mirada de su cuerpo y cerró los ojo.

—Lo he pasado muy mal y me he refugiado en él, Ana y Aitana te lo pueden contar, incluso Javier que no sabe de su existencia te puede decir que he estado... Diferente.
—¿Diferente?
—Si, diferente.

Alfred se colocó las gafas y enfocó la imagen de Amaia, su expresión denotaba preocupación, culpa, dolor...

—Amaia...

Abrió los ojos y se giró de nuevo hacia él, permanecieron en silencio mirándose durante varios minutos, la mano de Alfred acarició la mejilla de ella, un roce, una conexión, algo que ambos necesitaban, pues juntos eran más fuertes.

—¿Es cierto todo lo de Anahí?

La pregunta le pilló a Amaia por sorpresa, pues la voz de Alfred solo pedía ayuda, era un niño perdido y dolido al que habían engañado y que estaba buscando respuestas, se empezó a sentir culpable por haber sentido alguna vez que él sabía todo, que él estaba al corriente y que hacía las cosas a posta, pues él no sabía nada, la rubia le había engañado de verdad.
Suspiró y asintió comenzando a contarle todo lo que sabía, todos los detalles que conocía, toda la historia de Carlos, todo, todo, todo...

—Joder...

Amaia pudo ver en los ojos de Alfred como dentro de él algo iba cambiando a lo largo de toda la conversación.

—Alfred...
—¿Consumiste? ¿De verdad?
—Si, no fue mucho... No te lo recomiendo, aquella noche fue extraña.

La sonrisa que apareció en los labios de Alfred fue burlona y sincera.

—¿Le besaste? Si filtro eso a la prensa puedo ser el cornudo de España, ganaría millones en los platós del corazón.
—Eres tonto.
—¿Pensaste en irte con él?

La sonrisa había desaparecido, ¿qué era un beso? Y más un beso como el que había descrito Amaia, nada, pero él estaba más por otras cosas, el apoyo mutuo, esas miradas que había visto...

—No.

Amaia acortó la distancia entre ellos y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, le acarició las mejillas y pasó las manos por sus rizos, tenía el pelo bastante más largo que lo habitual, apoyó su frente en la de él, ALfred notó el olor inconfundible de ella, el tacto de su piel... Se humedeció los labios sin dejar de mirar sus ojos.

—¿Ella es mejor que yo?
—¿Qué?
—Ella, Anahí.

Tenía miedo, todos sus actos habían partido de ese sentimiento, miedo a separarse de él, miedo a que ella fuera mejor, miedo a no saber actuar ante ciertas situaciones, miedo al control que ejercía su hermano, miedo a sentirse una niña y a la vez miedo a crecer, miedo a las nuevas etapas, miedo...

La mejor respuesta que pudo darle Alfred fue acercarse a sus labios y besarla, no sabía otra manera de demostrarle que no debía tener miedo, que Anahí no era mejor y mucho menos después de saber todo lo que esa noche había descubierto. Ella le devolvió el beso con una pasión que llevaba conteniendo dentro semanas, dejando salir todo lo que había sentido, exactamente igual que él, porque ese si era uno de esos besos que importan y lo cambian todo. Fueron minutos de fuego, labios, lenguas y sentimientos incontrolables que les recorrían todo el cuerpo y se unían en ese punto donde dejaban de ser dos para ser uno. Cuando se quedaron sin aliento se separaron, mirándose a los ojos, en aquella calle madrileña vacía, Amaia se abrazó a su cuello y ahogó un sollozo.

—Amaix, tenemos que volver a casa de Ana, tengo mi maleta y...
—Tengo miedo, he visto lo que puede hacer con mis propios ojos, ese hombre estaba recuperado, pero nos contó...
—No va a pasar eso.
—Es capaz de todo...
—Y yo.

La determinación de las palabras de Alfred calmó e hizo sentir preocupación a Amaia, aún teneían que aclarar muchas cosas, tenían que hablar largo y tendido, pero no esa noche, así que con un nuevo beso que no recuerdan cuanto duró, se levantaron del banco y se fueron hacia la casa de Ana, cogidos de la mano.

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