51. Bajo el cielo lleno de estrellas.

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--Barcelona--

Habían sido semanas extrañas, después de tanto tiempo había podido cerrar una de las etapas más duras de su vida, Anahí y todo lo que había hecho ya solo serían un recuerdo, amargo y doloroso, pero un recuerdo, ya no volvería, ya se había hecho justicia, iba a pagar por todo. Pues a pesar de que había continuado con su vida y había conseguido encontrar el camino y la luz de nuevo, como le había dicho a Amaia aquella tarde en el restaurante, había heridas que aún estaban abiertas y ahora ya podían empezar a sanar. La curación de las heridas da esperanza para que desaparezcan, pero escuece, pica y duele hasta que termina todo el proceso.
No volvieron a hablar ni dos palabras salvo un "hasta pronto" al despedirse cuando cada familia cogió un rumbo distinto, él y sus padres volvieron al hotel, tenían los billetes de tren para por la mañana muy temprano. Fue una noche complicada, durmió a trozos, entre sueños y pesadillas, entre recuerdos y miedos, desde que salieron, a la mañana siguiente, del hotel hasta que llegaron a casa de sus padres en el Prat casi ni pronunció una palabra, con sus gafas de sol puestas, en silencio y más ausente de lo habitual, María Jesús y Alfredo no le presionaron, le conocían, necesitaba asimilar todo lo que había pasado a su manera, igual que aceptaron en su día el viaje con ida pero sin una vuelta específica que había tenido que hacer para encontrarse a sí mismo. Una vez en su casa, en su hogar, su madre ya se atrevió a abordarle.

—¿Cómo estás?
—No lo sé.
—Todo se ha terminado, por fin...
—Si...

Se quitó las gafas de sol, las dejó encima de la mesa del salón y se acercó a su madre para abrazarse a ella, parecía un niño pequeño en busca de consuelo, su madre le acarició la espalda y el pelo infundiéndole la fuerza que necesitaba, los ojos de Alfred se llenaron de lágrimas y lloró, dejando que todo saliera allí en su casa, donde había estado desde que nació, con la persona más importante de su vida.

Las siguientes semanas fueron como un sueño, se pasaron demasiado rápido y a día de hoy en su cabeza están teñidas de un aura extraña, bonita y misteriosa. Dana y él aprovecharon cada segundo de cada día que les quedaban juntos, se amaron, disfrutaron de cada pequeño detalle, un beso robado entre una multitud en un concierto, noches de piel y gemidos, mañanas de sonidos en la naturaleza... Intentaron quitar de en medio ese halo de tristeza y miedo que ambos tenían, pues ambos lo tenían, no querían decir adiós aunque fuera inevitable, no querían que hubiera un final, no querían que todo se quedara en recuerdos...

Y allí estaban, en su último día juntos, la noche anterior habían terminado de recoger todas las cosas de Dana, las dos maletas y la mochila ya estaban en la puerta del piso de Alfred, que ahora estaba medio vacío, ambos lloraron abrazados cuando vieron el armario solo con la ropa de él, un nudo en la garganta les apretó cuando la estantería se quedó vacía de sus libros y vinilos...
Fue pronto cuando Dana salió de casa para ir a despedirse de sus amigos de la universidad, iban a desayunar todos juntos en la facultad, Alfred la tenía que esperar en la puerta porque habían quedado sobre las dos para ir a comer juntos a casa de sus padres para despedirse también de ellos, su vuelo a Italia salía a la mañana siguiente y quería decir adiós a todo el mundo.

—Ha sido un placer haberte tenido en la familia durante este tiempo, Dana, no creo que llegues a entender nunca lo que has significado para él y para nosotros.

María Jesús y Alfredo se despidieron de ella entre lágrimas también, las palabras que ella le susurró en el último abrazo eran totalmente ciertas, nunca llegaría a entender que llegó a la vida de su hijo en el momento adecuado y que lo había llenado todo de luz de nuevo, aunque la preocupación de María Jesús al ver los ojos tristes de Alfred fue demasiado grande, lo iba a pasar mal, la pérdida de Dana en su vida iba a ser muy dura, pero ella estaría ahí para consolarle, su madre, su todo.

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