20. Vale.

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La cabeza le iba a estallar, tenía calor, se removió en la cama y se abrazó a la almohada, olía muy bien, era un olor dulce y atrayente, no lo reconoció, inspiró hondo e intentó volver a quedarse dormida, no pudo, su móvil empezó a sonar pero el sonido de la llamada se cortó a la mitad.
Amaia abrió los ojos y enfocó la mirada, delante de ella había un pequeño estudio sin paredes interiores, la cama estaba separada de la cocina por un pequeño biombo traslúcido, cerca de la cocina había una barra que lo separaba de una pequeña zona que correspondía al salón, un sofá que parecía muy cómodo al lado de una pequeña cadena de música, no había televisión, no había decoración, parecía el típico sitio que te enseñan en las visitas de las inmobiliarias, decoradas para vender pero no decoradas con el gusto de la persona que va a vivir allí si termina comprando o alquilando. ¿Dónde estaba?, se incorporó en la cama, sábanas de color azul, básicas y un edredón, por eso era que tenía tanto calor, de un azul más oscuro, sacó las piernas y se dio cuenta de que llevaba una camiseta grande, encima de su ropa interior, que no reconocía tampoco, buscó su ropa con la mirada por la estancia y la encontró toda bien doblada encima de una silla, justo debajo, en el suelo, sus zapatillas.
Se quedó parada durante varios minutos intentando recordar lo que había pasado la noche anterior, había bebido demasiado, estaba eufórica por el concierto, había sido increíble, los artistas consagrados la habían acogido muy bien, el público lo había dado todo, ella misma se había dejado la piel encima de ese escenario, pero también estaba un poco melancólica, echaba de menos a Alfred, era un sentimiento inevitable, habían estado muchos meses juntos casi a diario, se habían visto muy a menudo y ahora que él estaba en Nueva York y ella con los conciertos, no había posibilidad de coger un avión por parte de ninguno de los dos para verse por culpa de los compromisos, y no por falta de ganas. Se llevó las manos a la cabeza cuando una punzada fuerte le hizo cerrar los ojos, recordó la pequeña habitación, la droga, Carlos, el parque, los vídeos de Alfred, Anahí...

—Buenos días, bueno, mejor buenas tardes.

De una puerta corredera detrás de ella salió Carlos, se acaba de duchar, llevaba puestos unos vaqueros oscuros, iba descalzo y sin camiseta, tenía un cuerpo trabajado, el pelo rubio mojado y despeinado le enmarcaba la cara, la miraba con una sonrisa tranquila y familiar, no parecía incomodo por tener en su cama a una casi desconocida.

—Dios mío... ¿Qué hora es?
—Creo que casi las 6 de la tarde.
—Joder...

Amaia se fue a levantar, pero lo hizo tan deprisa que el dolor volvió y se tuvo que volver a sentar en el colchón.

—Resaca ¿eh?
—Parece que me voy a morir.
—No te vas a morir, tengo ibuprofeno, ahora cuando desayunemos te tomas uno.
—¿Desayunemos?
—Me he despertado hace quince minutos, no he desayunado, a parte que quería esperarte, no creo que esté bien hacerlo solo cuando tienes invitados en casa.

Amaia se tumbó de nuevo y le miró en silencio mientras Carlos se acercaba a un armario empotrado escondido cerca de la puerta del baño, sacó una camiseta también oscura y se la puso, sin perder la sonrisa se acercó a la cama y se sentó a los pies, mirándola.

—Cuando he salido he oído tu móvil...
—Hostia, el móvil...

Amaia se fue a levantar de nuevo, pero Carlos se adelantó y fue a acercarle el bolso, sacó el móvil y estaba apagado.

—Mierda, mierda, mierda...
—Calma, tenemos el mismo cargador.

Una vez enchufado y con un poco de carga, Amaia encendió e móvil y se encontró con veinte, VEINTE, llamadas de su hermano, miró a Carlos asustada.

—Voy a preparar el desayuno mientras llamas a tu hermano, ¿prefieres algo dulce o directamente pasamos a la comida?
—Me da un poco igual, dudo que pueda comer más de dos bocados sin tener que vomitar por el dolor de cabeza.
—Confía en mí.

Carlos se levantó y la dejó sola, bueno, todo lo sola que una se puede quedar en un piso sin paredes, suspiró y marcó el número de su hermano, cerró los ojos cuando se llevó el móvil a la oreja y esperó.

—¡¡ME CAGO EN MI VIDA, AMAIA ROMERO!! ¿DÓNDE COÑO ESTÁS?

El dolor de cabeza le hizo retirarse el móvil de la oreja, cuando su hermano dejó de gritar se lo volvió a acercar.

—Estoy en casa de Cepeda, me lo encontré anoche y se nos fue de las manos, acabamos varios amigos en su casa.
—Joder, Amaia...
—Lo siento, me dijiste que era una adulta, creo que no dar explicaciones a mi hermano mayor es una de las consecuencias de hacerse adulto.
—No seas gilipollas, Amaia.
—Ni tú un controlador.
—Mira, no estoy para estas tonterías, fui al médico esta mañana y me han recetado antibióticos, voy a irme a casa de mamá y papá para verles y descansar un poco, salimos en tres días a Tenerife para el primer concierto allí, te esper...
—No.
—¿Cómo?
—Que yo no me voy a casa contigo.

El silencio se hizo el otro lado del teléfono, Amaia pudo imaginar en su cabeza como su hermano se pasaba las manos por la barba y cerraba los ojos indignado.

—Amaia...
—Deja mi maleta y mis cosas en mi habitación del hotel, según recuerdo que me dijiste el otro día teníamos que dejarlas antes de las ocho de esta tarde, pasaré a buscarlo todo.
—Amaia...
—Te veo en Tenerife, mándame la ubicación del hotel en el que nos alojaremos allí, dile a mamá y a papá que estoy con mis amigos, Javier, si ocurre algo os llamo, pero te voy a pedir un favor, espero que lo cumplas, NO ME LLAMÉIS.

Y colgó, miró la pantalla y silenció el teléfono, no lo apagó ni lo puso en modo avión por si Alfred le mandaba algo, recodó los dos vídeos, recodó a Anahí siempre con él... Tiró el móvil encima de las sábanas revueltas y se levantó, el suelo estaba frío, pero no le importó, lo necesitaba, salió de detrás del biombo y se encontró a Carlos cocinando mientras silbaba, Amaia no pudo evitar sonreír.

—¿Qué estás preparando?
—Tortilla de patatas.

Se acercó a la barra y de un salto se sentó allí, Carlos la miró a los ojos, se la veía tranquila como si se hubiera quitado un peso de encima pero a la vez preocupada.

—Mi hermana también es así.
—¿Tienes hermanas?
—Si, una, mayor que yo, lo controla todo y se cree que puede manejar mi vida como le da la gana.
—Pero mi hermano es mi representante y creo que a veces eso nos está pasando factura.

Terminó de cocinar y lo preparó todo, Amaia se tuvo que bajar de la barra para poder comer allí, Carlos le trajo una pastilla, mientras comieron dejaron las preocupaciones a un lado, hablaron de banalidades, de gustos musicales, de cine... Como dos amigos, como dos personas normales conociéndose...

—Carlos, me puedes llevar al hotel para recoger las cosas, luego voy a llamar a Cepeda, a Ana o a los Javis para ver si...
—¿Y si te quedas aquí?

Amaia guardó silencio y le miró a los ojos, intentó adentrarse en su mente, en esa mirada verde tan clara, intentó sopesar la situación, se mordió el labio.

—Son un par de días, yo también voy a viajar a Tenerife con todo el equipo, puedes pasar aquí estos días o incluso podemos irnos antes a la isla y olvidarnos un poco de nuestras propias vidas...

Carlos no estaba seguro de lo que estaba haciendo, el plan no era para nada ese, su hermana le quería en la empresa para controlar todos los movimientos de Amaia, en ningún momento le dijo que se hicieran amigos de verdad y estaba seguro que si lo supiera no le gustaría nada, pero algo por dentro, ese Carlos que siempre había querido dejar salir y que Anahí y la gente de su alrededor no dejaban salir, le decía que estaba haciendo lo correcto.

—Bueno, que si no, no pasa nada, que era una idea tonta y...
—Vale.

Amaia se acercó a él, le miró desde su posición, sonrió, alzó su mano, le acarició el brazo y se fundieron en un abrazo curativo para ambos.

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