12. ¿Y si jugamos a huir?

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Alfred estaba pegado a Amaia intentando disimular la erección que tenía mientras el señor de seguridad, que parecía un armario ropero de dos por dos, les comentaba que en la puerta se había concentrado una multitud bastante grande de personas esperando entrar para verles y que el dueño, a pesar de darles las gracias por el dinero que implicaba que tanta gente quisiera entrar allí, no podía permitir que nadie corriera peligro.

—Lo mejor es que nos marchemos, no queremos causar ningún problema.

Amaia asintió ante la decisión de Alfred, sacó el móvil del pequeño bolso de mano que llevaba y le mandó un mensaje a su hermano, a los pocos segundos recibió una respuesta clara "SALID DE ALLÍ, SE QUE QUERÉIS ESTAR SOLOS, VOY A RESERVAR OTRO HOTEL POR SI OS SIGUEN, OS MANDO LA DIRECCIÓN AHORA", Alfred leyó el mensaje que le enseñó Amaia y asintió dándole un beso en el hombro.

—Yo tengo el coche cerca, si me ayudas, Willy, puedo sacarlos de aquí por la salida de emergencia.

Anahí no pudo evitar fijarse que estaban agobiados y avergonzados, lo que su jefe y ella misma sospechaban, la fama se les hacía grande, eran muy jóvenes.
Willy y Anahí salieron de allí dejándoles solos en una sala llena de cajas de bebidas apiladas, estaban en penumbra.

—Alfred...
—¿Qué pasa, Amaix?

Amaia se sentó sobre una de las cajas, seguro que el vestido se le había manchado, pero le daba exactamente igual, Alfred estaba a unos pasos de ella mirándola expectante.

—¿Y si nos vamos?
—¿Cómo?
—Si, irnos, ahora, corriendo. Conoces la ciudad hasta con los ojos cerrados, si salimos corriendo desde aquí, podíamos irnos al hotel que nos ha dicho mi hermano o cogemos un taxi hasta el aeropuerto...

El silencio se hizo entre los dos, Alfred se pasó la mano por el pelo y se acercó despacio hasta ella, no se volvió, tenía la mirada fija en la puerta que daba a la calle.

—Vamos.

Ambos sonrieron, Amaia se bajó de la caja, se pasó la mano para alisarse la falda del vestido y entrelazó sus dedos con los de él. No podían negar que el corazón les iba muy deprisa, se acercaron a la puerta y se asomaron, allí no había nadie aunque se oía perfectamente todo el jaleo que se había formado en la puerta de la sala.
Fueron despacio, se sentían como dos ladrones escapando de su gran golpe o como dos amantes huyendo de las familias para que no les pillaran, al llegar fuera del callejón, miraron a ambos lados de la calle, había una pareja fumando y hablando, no se habían dado cuenta de su presencia...
Y salieron corriendo como dos niños pequeños jugando, cuando estuvieron a una distancia que consideraron prudencial y donde ya no podían verles, dejaron de correr, estaban sin aliento, Alfred se apoyó en sus rodillas y Amaia se echó a reír.

—Estás loca...

Ella no pudo evitar acercarse a él, cuando recuperó el aliento, se abrazaron con fuerza.

—Te he dicho lo del aeropuerto de verdad.
—No podemos hacer eso, Amaia, tenemos mil reuniones y cosas que hacer...
—Vamos, Alfred, se acerca el fin de semana, a las reuniones de mañana pueden ir mi hermano y tu tío solos.
—Amaia...
—Son tres días, el lunes volvemos.
—No tenemos ropa y si no quieres que se enteren de que nos vamos...
—No seas tonto, Alfred, tenemos nuestras carteras, tenemos dinero, podemos comprar ropa en cualquier sitio.
—Dios mío...
—Lo que pasa es que no quieres irte conmigo, estas harto de mi después de toda la promo de Eurvisión, la gira...

Alfred la separó de sus brazos para poder adentrarse en sus ojos, se notaba que lo decía en broma, para provocarle y conseguir que se fueran, pero pudo ver que el miedo estaba ahí, no entendía cómo podía dudar ni por un segundo de lo que sentía por ella.
Acercó su nariz a la de ella y la rozó despacio, Amaia no pudo evitar cerrar los ojos.

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