El Reino Submarino

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Frédek, Diego, Merkel, Javier y Anglicabix cabalgan hacia el reino de las sirenas.

—¡Ya se ve el océano!—Comentó Anglicabix.

—¿Y como entraremos?—Preguntó Frédek.

—Con magia—Puntualizó Anglicabix.

Unos pocos minutos después llegan a la playa, la playa estaba totalmente calmada y no había ni un alma a la vista.

—¿Seguros que las sirenas viven en este océano?—Dudó Merkel.

—Si, yo vine aquí cuando era niña, pero entonces ellas salían y cantaban sobre las rocas de por allá, algunos hombres vivían en una aldea por aquí y a veces se enamoraban y tenían hijo—Explicó Anglicabix.

—¿Hace cuanto fue eso?—Inquirió Javier.

—Hace unos cuatrocientos treinta años—Respondió Anglicabix.

—Oh—Se sorprendió mucho Frédek con la respuesta.

—¡Ja! ¿Cuántos años pensabas que tenía?—Dudó Anglicabix.

—Unos veinte, treinta...—Respondió Frédek.

—¿Cuántos años tienes en realidad?—Preguntó Diego interrumpiendo a Frédek.

—Tengo cuatrocientos ochenta años—Respondió Anglicabix.

—¡Increíble!—Se sorprendió aún más Frédek.

—Los elfos son inmortales ¿No?—Preguntó Merkel.

—Vivimos mucho tiempo, podemos morir si se nos asesina o si perdemos la voluntad de vivir, tambien podemos liberar nuestra energía vital y destruir nuestros cuerpos, en cuanto a la vejez no lo sé, aunque cuando morimos reencarnamos en otro plano existencial separado de este—Explicó Anglicabix—Ahora dejemos de hablar y centremonos en nuestro objetivo.

Todos se bajan de sus caballos y Anglicabix alza las manos y las mueve en forma circular, luego, una burbuja púrpura los rodea lentamente, una vez se completa ellos empiezan a flotar.

—Asombroso...—Comentó Frédek emocionado.

La burbuja se sumerge en el océano y el maravilloso espectáculo que aprecian no tiene igual; los corales de distintos colores parecían que brillaban por los reflejos de la luz del sol, infinidad de peces nadaban juntos, como uno solo, dando vueltas a su alrededor, el agua se hacía más oscura mientras más se sumergían y ciertas algas y animales fluorescentes comenzaron a apreciarse, mostrando todo un mundo escondido de los habitantes de la superficie.

Mientras exploraban el mundo subacuático, comenzaron a conversar.

—Hablanos de tí Anglicabix—Pidió Frédek.

—Está bien, por donde empiezo...—Comenzó a relatar Anglicabix—Bueno, nací en Elysium, mi madre era Mairleina y mi padre Frendaonel, ambos murieron cuando era pequeña en la guerra contra los orcos de Harêkrum.

—Lo siento—Se disculpó Frédek que ahora estaba muy apenado.

—No importa, murieron cuando tenía seis años, con el tiempo me entrené en la magia blanca y la élfica y con al pasar de los años fui a Hámzterdan debido a la amistad entre ambas ciudades a ejercer de dama de curación.

Después de unas dos horas descubrieron los primeros indicios de las sirenas, una pequeña casa se alzaba en el lecho submarino.

—Estamos cerca—Comentó Merkel.

—No lo creo, se ve abandonada—Respondió Javier.

—¡Miren allá!—Exclamó Diego mientras señalaba un lugar hacia su derecha.

—¿Qué pasó aquí?—Lanzó Frédek la pregunta al aire.

Todos miraron hacia donde Diego señalaba, lo que se vio fue horrible; toda una ciudad abandonada, un pueblo fantasma, parecía abandonado desde hace mucho tiempo, muchos esqueletos yacían en las calles, algunos eran muy pequeños para ser de adultos, eran niños. No se podían contar aquellos cadáveres que parecían no haber podido defenderse de lo que sea que hubiese sucedido.

—Los masacraron a todos...—Dijo Merkel al ver la hecatombe.

—Parece que sucedió hace mucho tiempo—Puntualizó Anglicabix.

—Si, algunos esqueletos han sido recubiertos por algas y todo resto que no es de hueso ha desaparecido—Señaló Javier.

—Si esto fue hace tanto tiempo tal vez los que escaparon ha esta barbarie han reconstruido su ciudad, sigamos explorando—Dijo Frédek de manera optimista, algo raro en el.

Y eso hicieron, después de unas horas de viaje sintieron hambre, así que Javier saco la mano de la burbuja y cogió un pez, después los demás los imitaron y en un rato tuvieron un montón, el problema llegó al momento de comérselos, Anglicabix, al ser una maga blanca no sabía hacer uso de los elementos, ni de la electricidad o de otros tipos de magia, los cuales estaban reservados para los hechiceros, así que sin la posibilidad de calentarlos, se los tuvieron que comer crudos y fríos, además de que empezaban a oler mal, al principio todos se resignaron a tocar esa inmundicia, pero el hambre los estaba matando y uno a uno terminaron por comerse esa asquerocidad. Lástima que no fue la última vez que tuvieron que hacerlo.

Pasaron días y días y seguían sin encontrar la ciudad de las sirenas, hasta que unas luces en la lejanía les devolvieron los ánimos y la esperanza, con mucho esfuerzo, habían logrado encontrar la ciudad de las sirenas.

Era una maravilla, sus calles parecían de marfil y la gente exhibía montones de joyas desconocidas por cualquier otra civilización, habían lugares construidos en su totalidad con oro y los reflejos del sol en el agua hacían múltiples arcoiris en la ciudad, la hubieran seguido contemplando si una patrulla conformados por sirenas y sirenos no los hubieran detenido.

—¡Alto extranjeros! ¡Están por invadir territorio perteneciente al Rey Irkantos!—Ordenó una sirena llamada Mariel.

—¿Territorio? ¡Si estamos debajo del agua!—Dudó Frédek.

—¡Cállese!—Ordenó Mariel.

—¡Limítese a responder las preguntas!—Sentenció otra.

—¿Qué los lleva hasta aquí?—Preguntó una tercera.

—Venimos a avisarles de la amenaza que se cierne sobre vosotros, Gil-Garald a regresado y...—Merkel fue interrumpido.

Todas las sirenas estallan en carcajadas y se desternillan de la risa.

—¡Creo que las antiguas leyendas se les han subido a la cabeza a estos humanos!—Se burló una de ellas.

—¡No, esperen! ¡Al menos cuatro ciudades han sido completamente devastadas por sus ejércitos y el ya posee dos espadas, posiblemente más! ¡Ustedes son la única esperanza de salvarnos a todos!—Suplicó Anglicabix.

—Si... Tal vez tengan razón... ¡Duermanlos!—Ordenó Mariel.

—¿¡Qué!?—Exclamó Diego al ver que las sirenas se llevaban unos tubos a la boca.

Las sirenas disparan una especie de dardos que revientan la burbuja y hacen que cada uno de nuestros amigos caiga dormido.

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