El Final de La Guerra Civil

78 23 59
                                    

Los soldados estaban completamente absortos, observando que aquel al que consideraban su Rey, no era más que un vil monstruo, una Lamia; pero más sorprendente es que muchos de aquellos que consideraban sus amigos y compañeros no eran si no demonios, orcos, vástagos, no-muertos y sus semejantes.

Solo imaginad que la persona que tienes al lado no era sino un vástago espiritual; un fantasma menor y manipulable dentro de un cuerpo que usaba como carcaza.

—¡Matad a estas monstruosidades!—Ordenó el Capitán Élfo, Tresil.

—¡Vuelvan al agujero del que salieron!—Gritó Beol.

—¡¡¡Matadlos a todos!!!—Ordenó la Lamia, cuyo verdadero nombre era Laurfelia.

Una cruenta batalla empezó; los elfos obligados a luchar se alzaron y asesinaron a los monstruos que tenían cerca, pero estos los rodearon con mucha rapidez; Anglicabix lanzó un poderoso hechizo de curación que sanaba a los elfos y pudría a los no-muertos; Diego, con una lanza tomada de los autómatas luchaba contra un grupo de seis orcos que lo tenía rodeado; Frédek cogió una espada elfica y decapitó a dos vástagos que seguían a Alerión, el cuál junto a Galelor, Ramen y Agager huían de la batalla.

—¿Adonde irán?— Se preguntó Galbam mientras apuñalaba a un orco.

—Seguramente se acobardaron—Opinó Elemor a la vez que se cubría con un escudo de una flecha—De todos modos estaban heridos.

—No podía esperar más de ellos—Finalizó Anglicabix despectivamente.

Aunque luchaban con fiereza, los enemigos los superaban y los elfos estaban muriendo, Tresil y Laurfelia batallaban.

—¡Debí haberme dado cuenta de que tu no eras el Aluim que conocí!—Exclamó Tresil mientras clavaba su espada en el torso de Laurfelia.

—¡Y por tu credulidad morirás!—Respondió Laurfelia a la vez que de un mordisco le arrancaba la cabeza a Tresil.

Posiblemente todos habrían muerto de no ser por un suceso ocurrido en el momento justo el cual Duran celebró al instante.

—¡¡¡LLEGAN LOS REFUERZOS!!!—Gritó Duran señalando a Merkel que saltaba la muralla junto a un grupo de personas—¡¡¡HOY MUEREN LOS MONSTRUOS!!!

Merkel llegó con un hacha enana embarrada en aceite en llamas y saltó sobre sus enemigos; monjes guerreros armados con guantes de tigre y espadas gancho llegaron usando golpes ancestrales conocidos solo por ellos; un hombre lobo llamado Baldor se desató en un estado de frenesí y con la fuerza de un oso masacró a los orcos, que huían aterrados de el, pero caían en la trampa del vampiro conocido como Mierl.

—¡Que sangre tan corrupta y asquerosa!—Exclamó Mierl mientras escupía la sangre orca.

Sesmar empuñaba la Espada de Mithril que le había sido otorgada por el Rey Irkantos, con ella rebanaba a los demonios.

Pero no importa cuanto lucharan, los enemigos no se acababan y la Lamia se regocijaba en la sangre de sus víctimas.

—¡Venid! ¡Venid! ¡Uníos al festín!—Invitó Laurfelia antes de ver que Elemor estaba a unos metros de ella—¡Y ahora tu vas a morir!

—¡Alejate de mi...!—Gritó Elemor antes de ser golpeado.

La Lamia golpea a Elemor con su largo cuerpo y de un mordisco le arranca un brazo.

—¡¡¡AAAIIIEEE!!!—Gritó Elemor mientras sangraba y con el otro brazo se apretaba la herida.

Beol salta sobre la Lamia y le abre una herida colosal en el estómago, por la cual salen partes de soldados recién devorados.

—¡¡¡TE VOY A DEVORAR HASTA LOS HUESOS!!!—Amenazó Laurfelia.

—Intentalo—Retó Beol.

La Lamia lo enrolla con su cuerpo y empieza a asfixiarlo, pero Baldor aparece y muerde repetidas veces la zona donde Beol realizo la herida, pero la Lamia lo golpea una y otra vez, hasta que un demonio lo toma por la espalda y le clava un cuchillo maldito, que le hace perder fuerza y caer desmayado, aunque Sesmar decapita al demonio antes de que este pudiera hacer algo más.

Un chamán orco invoca unas paredes moradas mágicas y encierra a Diego junto a Frédek, y empieza a comprimirlos.

—¡Sepan que murieron bajo la mano de Galururuk!—Gritó el orco agitando sus manos.

A Anglicabix se le clava en la cintura una flecha muy similar a la que se le clavo a Alerión, disparada por un vástago llamado Mæl, después se acerca con intención de acabar con su vida, pero una estalagmita de hielo se clava en su espalda y lo atraviesa.

—¿Que se siente saber que la persona a la que creías muerta fue la que te asesino?—Preguntó Alerión con frialdad.

—La verdad... Me da igual...—Responde Mæl con indiferencia.

Alerión se enfurece y lo remata con siete piquetes más.

—¿No huyeron?—Preguntó Anglicabix.

—¡Fuimos... A la armería... Y buscamos nuestras... Armas y armaduras...!—Respondió Galelor mientras disparaba flechas a diestra y siniestra—¡Y... Ahora... Estamos... Matando... Monstruos!

—¿Por qué me salvaste?—Preguntó Anglicabix dirigiéndose a Alerión.

—¿Y por qué no?—Contestó Alerión mientras se cubría la herida que se había vuelto a abrir—A la larga tenemos que ser muchos para poder hacer frente a Gil-Garald.

Agager estaba luchando contra todo lo que se le viniera en frente, orcos, vástagos, no muertos y nada podía detenerlo.
Ramen corría rebanando todo lo que estaba a su paso, incluyendo la cabeza de Galururuk.
Galelor le disparó a la Lamia en el ojo izquierdo y a muchos enemigos más.
Alerión hizo un remolino de aire donde todos los demonios fueron absorbidos y posteriormente asesinados por Sesmar.

Laurfelia se acercó a Sesmar sigilosamente por la espalda y abrió su boca cuan grande era, preparada para matarlo de un bocado, pero Diego finalmente la decapitó de un corte tajante.

—Por Javier...—Dijo Diego con melancolía mirando su hazaña.

La batalla había terminado, al igual que la guerra.

Los supervivientes se sentaron a descansar.

Galelor y Frédek atendían a Anglicabix, que había sido herida por una flecha; Diego, Beol y Duran intentaban salvar a Elemor; Mierl arrastraba a Baldor, que estaba desmayado por el cuchillazo del demonio.

—Avec Sanctus Vampyr fructus Omne Demonius Juctus—Recitó el vampiro rápida y suevemente.

Baldor despertó inmediatamente.

—¿Ganamos?—Preguntó Baldor.

—Si—Confirmó Mierl.

Los últimos cuatro monjes se sentaron a meditar en medio del campo de batalla, ni idea de como lograban encontrar paz entre tanta muerte.

Los elfos, enanos y hombres celebraban en completa felicidad, ya que un monstruo tirano había caído.

Alerión, Agager y Ramen se sentaron y miraron el atardecer.

—Tardaremos algún tiempo en recuperar su confianza—Comentó Ramen.

—Claro, casi los matamos en un par de ocasiones—Puntualizó Alerión tras revisarse la herida.

—Pero si demostramos nuestra buena fe, nos aceptaran como si nada hubiera pasado—Finalizó Agager.

El sol se ocultó tras los imponentes torreones del castillo y la noche cayó.

LexodiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora