Desapariciones y Atentados

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Galbam, Ludwig y Andrew, Camino hacia Kwell...

Pocas horas habían pasado desde el incidente con los soldados y estimaban que llegarían en un día a Kwell si no sufrían contratiempos.

—Páramo Congelado tambien debería independizarse de el Imperio Varione —Opinó Ludwig.

—La guerra es mala para los negocios —Apuntó Andrew —Al menos para el de la cocina.

—La verdad es que desde que se fundó el imperio hace ya tres o cuatro mil años no hemos tenido guerras entre nosotros —Comentó Galbam —Sin embargo Viento Cortante, Páramo Desolado y Páramo Congelado no son parte del Imperio Varione.

—¿A qué te refieres? —Preguntó Ludwig intrigado.

—Las regiones no son parte del Imperio Varione, las ciudades humanas si, por eso hay un poco del Imperio en Bosque de Galen y en Montaña de Hierro —Explicó Galbam.

—En eso tienes razón —Afirmó Andrew —El Imperio se la está jugando al bloquear las fronteras con Viento Cortante, se está arriesgando a una guerra con los élfos y enanos.

—Podría este ser el fin del Imperio —Finalizó Ludwig.

El viaje siguió tranquilo y al caer la noche empezó a nevar y se tuvieron que resguardar en una gruta.

Galbam estaba por caer dormido cuando una mano blanca y fría lo tomó por la boca y escuchó un leve susurro: Silencio.

Galbam obedeció y la voz le susurró de nuevo: Tü cumes nuz, afuera.

Galbam siguió las indicaciones y salió sin despertar a Ludwig y a Andrew.

A la mañana siguiente Ludwig y Andrew se despertaron con un frío tremendo, además, se percataron de que Galbam no estaba con ellos.

—¡Revisa afuera! —Ordenó Ludwig a Andrew preocupado.

—No está, pero mira esto —Respondió Andrew.

En la gruta donde habían dormido habían marcas de mano y pisadas congeladas en la paredes, suelo y techo. Afuera, habían pisadas que habían convertido la nieve en hielo, además, en el suelo había una botellita hecha de hielo inderretible transparente con un grabado hecho en plata en un idioma ilegible.

—Los élfos gélidos se lo llevaron —Dedujo Andrew mientras levantaba la botellita.

—Tal vez estemos a tiempo de encontrarlo ¡Solo hemos de seguir las pisadas antes de que se derritan! —Añadió Ludwig mientras se montaba en su caballo.

María y Luis, Rumbo a Mawk...

Ambos iban callados, cansados y sudados sobre sus caballos a paso lento, el clima era insoportable, todo el día habían estado bajo una nube que hacia parecer que llovería a torrenciales pero no llovía en absoluto y por lo tanto la humedad se te pegaba y el calor era de al menos 38 °C.

El día se hacia largo y eterno, pero transcurrió sin problemas. Al atardecer llegaron a un puente que cruzaba un barranco, el Barranco del Cráneo.

—¿Sabes por qué se llama así? —Preguntó María.

—Ni idea —Respondió Luis.

El puente estaba hecho de arenisca y piedra, era totalmente recto y plano, los soportes del puente solo se encontraban en los extremos.

El puente era muy concurrido y transitado, en ese preciso momento habían al menos doscientas personas. El puente debía medir al menos 300 metros

Veinte hombres a caballo llegaron repentinamemte y gritaron al aire.

—¡Vosotros dos! —Gritó uno de ellos.

—¿Nosotros? —Dudaron Luis y María mientras se volteaban a medio camino del puente.

—¿Luis Muran y María Vatriz? —Preguntó otro gritando.

—¿Quién busca?—Respondió Luis en un grito.

—¡Vag envía saludos!—Gritaron los hombres a caballo para el asombro de María y Luis.

Los hombres a caballo se bajaron a la vez y tiraron en el borde del puente un polvo entre gris y plateado, el cual comenzó a estallar a los pocos segundos, haciendo caer el puente.

—¡¡¡TODOS CORRAN!!!—Ordenó María mientras comenzaba a correr en dirección contraria al puente que se derrumbaba.

A cada paso que daban el derrumbe se acercaba a ellos, los civiles que estaban más cerca de la explosión murieron por la misma o por la caída.

Parecía que ambos iban a lograrlo, pero el suelo bajo sus pies comenzó a resquebrejarse y con todas sus fuerzas saltaron, pero al caer atravesaron el suelo y cayeron por el Barranco del Cráneo hacia un destino desconocido.

Diego, Camino a Gulius...

Diego avanzaba a ritmo lento a traves del bosque, quitaba las hojas y ramas de su camino con sumo cuidado para no molestar a ningún Ent o árbol.

Al anochecer no había recorrido sino siete kilómetros y se dispuso a dormir sabiendo que así iban a ser los próximos días.

Al despertarse, Diego continuó el viaje con el sentimiento de que lo seguían y observaban.

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