La Espada Perdida

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Las olas iban y venían con tranquilidad absoluta, como si el tsunami jamás hubiera pasado, en la arena de la playa se alzaba un pequeño monumento, una tumba, hecha con piedras, a su alrededor lloraban los que habían sido sus compañeros en el pasado.

—Fuiste el mejor amigo que jamás pude tener...—Le dijo Diego a la tumba.

—Diego...—Dijo Merkel mientras ponía su mano en el hombro de Diego.

—No estoy de humor—Aclaró Diego mientras se sacudía del hombro a Merkel.

—Debemos continuar, ya va a oscurecer y no sabemos que clase de criaturas habitan por aquí—Explicó Merkel.

—Solo dejame un momento más
—Pidió Diego irritado.

—Está bien—Dijo Merkel mientras se alejaba.

Diego tomo un yelmo que había pertenecido a Javier y lo colocó sobre la rústica tumba.

—Ahora descansa Javier, Gil-Garald y yo tenemos una deuda que saldar—Se despidió Diego mientras se alejaba.

A no más de tres kilómetros de la costa, Mariel arrancaba un diente de la boca del cadáver del Leviatán.

—¿Por qué te llevas el diente?—Preguntó Frédek.

—Para probar que el Leviatán está muerto—Respondió Mariel como si fuera lo más obvio del mundo.

En dos días llegaron a la ciudad de las sirenas, cuyo nombre era Kaiol, las sirenas los recibieron alegremente porque el monstruo que los incordiaba había muerto por fin.

En el palacio el Rey Irkantos y demás personas estaban asombradas, porque en más de una ocasión un ejército trato de acabar con senda criatura, pero ellos solos si habían logrado cumplir dicho cometido.

—Dejadnos solos—Ordenó el Rey Irkantos.

El Rey, Mariel, Frédek y Sesmar quedaron solos e Irkantos comenzó a interrogarlos

—¿Cómo lo hicieron? No me mientan con que fueron ustedes— Advirtió tras preguntar el Rey.

—Fue el Kraken señor, Mariel hirió al Leviatan en la garganta y aulló de dolor, en ese momento el Kraken vio una oportunidad y sucedió una legendaria batalla y el Kraken mató al Leviatán—Resumió brevemente Sesmar.

—Las vibraciones del agua se sintieron aquí fuertemente—Afirmó el Rey—¿Y los que los acompañaban?

—Cuando el Leviatán apareció, la tierra y el agua se estremecieron, una colosal ola se los llevó y desconocemos su destino—Explicó Sesmar.

—Entiendo... También entiendo que quieren la espada, cumplieron su parte del trato, ahora yo cumpliré la mía, la espada está aquí en el palacio, siganme—Ordenó el Rey.

—El Rey élfico Elyosea nos dijo que estaba en una cueva—Comentó Frédek.

—Estaba en una cueva, La Gruta del Lecho, pero la tomamos cuando el Leviatán destruyó nuestra antigua ciudad—Explicó el Rey Irkantos.

El rey los llevó por el palacio hasta que llegaron a un pasillo que terminaba abruptamente. Toco ciertos ladrillos de la pared y dicha pared se movió, revelando una sala secreta.

El suelo, el techo y las paredes estaban hechos con un material desconocido por el hombre, era como el diamante, pero reflejaba como un espejo.

El Rey Irkantos tomó la espada, que estaba colocada en las manos de una estatua, tenía un brillo rojizo y se la dio a Sesmar.

—Usenla con sabiduría y eviten que caiga en manos equivocadas —Recomendó el Rey tras entregarla.

En la superficie, Merkel, Anglicabix, Diego y Galbam caminaban sin rumbo alguno, abriéndose camino a través de una frondoso bosque, unos gritos se escuchaban a lo lejos, al igual que el choque de metal.

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