Muchos Problemas

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Ludwig, Afueras de Kwell...

Al caer Ludwig de la muralla, aterrizó en un gran montón de nieve fría. La sangre cubrió la nieve a su alrededor. Ludwig escuchó a los guardias correr a asomarse y el se enterró en la nieve.

Espero unos minutos y salió de la fría nieve, la herida seguía sangrando.

No era la primera vez que herían a Ludwig; en su profesión de "Buscatesoros" había sido apuñalado, ensartado, envenenado, arañado y muchas otras cosas.

Ludwig examinó los alredores, tenía que buscar refugio rapidamente o sino alguna patrulla de guardias lo encontraría y lo mataría con seguridad; tambien sabía que tendría que moverse rápido para que los perros no lo rastrearan y las huellas que se marcaban en la nieve no lo delataran con tanta rapidez.

El aullido de un perro alertó a Ludwig; los perros nunca están solos en las ciudades y eso puede atraer a los guardias o a más perros que lo vean como una presa.

Ludwig se cubrió la herida con nieve, razonando que si la nieve es agua, el agua taparía el olor. No tenía forma de verificar su teoria.

—¡Qué buena suerte!—Susurró Ludwig para si mismo al ver un granero mal cerrado—

Ludwig rompió el candado con una piedra y entró sigilosamente al granero, trancando la puerta con un mueble.

Una vez cerciorado que no lo estaban siguiendo, Ludwig se quitó su camisa y comenzó a revisar su herida. La flecha de la ballesta se había clavado profundo en su estómago, pero no tocó nada importante. Ludwig se la sacó dando un grito.

Inspeccionó la flecha para revisar que ningún trozo se hubiera roto dentro de el y al verificar que estaba en buen estado cogió una botellita de su bolsillo y la vertió en su herida.

Luego se comenzó a coser la herida. No era la primera vez que lo hacia. Una vez terminó de cerrar su herida salió a ver que hora era.

El sol se estaba poniendo y Ludwig cogio un trapo para cubrirse el rostro y salió de vuelta a Kwell con la esperanza de descubrir que le había pasado a sus amigos.

Cuando llego a la ciudad aún había sangre en el suelo y flechas clavadas; la gente estaba vendiendo y ofreciendo pasajes a la capital.

—¡90 monedas por un viaje de ida!—Gritó uno de los vendendores—

—Tenga—Respondió Ludwig entregando el saquito de monedas que le había robado al guardia—

Marc, Luis y Maria, Monte Rojo...

Los enanos los llevaron hasta la ciudad de Fruef, luego se fueron con los bandidos prisioneros.

María, Marc y Luis estaban cansados y heridos, así que los enanos les pagaron una estancia en una casa de curación hasta que sanaran.

Fruef era una ciudad pequeña, las casas eran de madera y piedra y se apiñaban unas encima de las otras. Lo más interesante de la ciudad era una mina de Mithril que se encontraba en el medio de la ciudad. La Reina Diola gobernaba desde una casa grande.

Pasaron seis semanas y prosiguieron su viaje. Debían de ir a Dæ y luego subir al Monte Rojo, desde el cual supuestamente se encontraba una entrada al más allá.

—Calculó un mes de viaje para lograr subir—Comentó Luis—

—¿Cómo pasamos al Más Allá?—Preguntó Marc—

—Resolveremos eso cuando lleguemos—Finalizó María—

Tras agradecerles a los enanos de la casa de curación con su leve conocimiento de la lengua, tomaron sus caballos y partieron a Dæ. Desde donde estaban podían ver la gigantesca e imponente silueta del Monte Rojo.

La ceniza se encontraba por todos lados. Aunque había pasado más de doscientos años desde la última gran erupción, el volcán expulsaba humo y habían erupciones menores.

—¿Cómo se puede vivir aquí?—Se preguntó María—

—Los enanos son más resistentes que los humanos—Explicó Marc—¿No es así Luis?—

Luis se había colocado un trapo que le cubría la naríz y la boca de la ceniza y otro en forma de turbante para que no le cayera ceniza en el cabello y no le golpeara el sol.

—Burlate todo lo que quieras, ya me reiré yo cuando estén tosiendo y estornudando—Replicó Luis—

Diego, Ramen y Pixie, Templo de Khbalhea...

Los tres volvieron a entrar acompañados de los monjes. Ninguna precaución estaba de más.

—¿Como van a sellar a Khbalhea?—Preguntó Pixie—

—Debemos asesinar a sus creyentes y realizar un ritual—Explicó un monje de nombre Dorges—

Ramen y Nicole conversaban acerca de aventuras pasadas; se estaban volviendo amigos.

Diego encendió una antorcha al entrar al templo y desenvainó la katana que Ramen le había dado. Pixie y la antorcha eran las únicas luces que habían en todo el templo.

Habían sonidos inquietantes por todos lados, murmullos en la oscuridad y demás.

Los adoradores salieron desde las sombras armados con lanzas y piedras gritando en una lengua desconocida.

Pixie se escondió en el bolsillo de Diego y este atacó a un adorador, mutilándolo.

Nicole saltó hacia una pared y desde ella se impulsó hacia sus enemigos, degollando dos.

Ramen cortó una piedra que le habían lanzado en el aire y luego mató a su agresor de una puñalada.

Aunque los adoradores eran faciles de vencer, eran veloces y la oscuridad no permitía verlos con claridad.

Un adorador apuñaló a Diego en la mano haciendo que se le cayera la antorcha y se apagara.

—Oh no—Dijo Nicole al ver la desfaborable situación—

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