Bern en llamas

16 2 0
                                    

La noticia de la muerte de Mierl se extendió rapidamente entre los elfos, sin embargo, aunque en muchos lugares habían logrado controlar el avance de el Imperio, en otros los soldados humanos seguían entrando en la ciudad. Además de eso, las piedras disparadas por las catapultas seguían siendo un problema significativo.

Niriliane se encontró con Ingliane en un momento relativamente tranquilo en un callejón atrás del colegio de artes marciales.

—¡Igliane! ¿Es cierto lo que he esuchado?

—Me han contado que Mierl ha muerto defendiendo la calle principal, pero no puedo confirmarlo. Si ha muerto, Ylireandul es nuestro comandante.

—¡El murió! —Señaló un soldado llamado Ilen—¡Lo asesinó el hombre de la armadura negra!

—¿Entonces quién manda? —Cuestionó Niriliane.

Un proyectil disparado por una catapulta atravesó una casa y cayó entre los dos, bloqueando el callejón.

—¿¡Están bien!?—Preguntó Niriliane.

—¡Sí!—Respondió Igliane —¡Estoy con otros treinta y cinco! ¡Estamos bien! ¡Espera! ¡Soldados están llegando ven pronto!

—¡Igliane! ¡Igliane! ¡Demonios!

—¡Pasemos a través del Colegio! —Recomendó Ilen.

Niriliane e Ilen corrieron alrededor del colegio hasta que encontraron la entrada.

La estancia realmente difería de todo lo que Niriliane había visto antes en Bern. Realmente era lo que uno se esperaría encontrar en Yamaloto pero llevado al extremo.

La entrada estaba resguardada por dos estatuas de quien Niriliane suponía que era Ramen dando un giro con ambas katanas en mano. Sin embargo, habían estatuas más pequeñas de otros que ni idea de quienes eran. Pero cuanto dinero había sido invertido en estas estatuas y cuanto ego tenían en Bern para hacer tantas estatuas de las mismas personas.

Al entrar, Niriliane se percató de que todo estaba construido con un tipo de madera que no crecía en Viento Cortante, sino en Isla Lukai, además de que habían armas extrañas que no había visto en sus trescientos años de vida.

—Vasija de Aliento de Dragón—Leyó Ilen en una vasija—Peligro, su incorrecta manipulación puede resultar en una explosión.

—Tómala, puede ser útil.

Mientras veían si había una salida que los dejara en el lado donde estaba Igliane, Niriliane encontró una habitación sellada que tenía un cartel que decía: Sala de las reliquias.

Niriliane la abrió por curiosidad y entró a una habitación redonda llena de armas y armaduras en vitrinas. Entre las que vió estaban dos armaduras negras con puas. La primera llena de hoyos y la segunda de uno grande en el medio. Su descripción rezaba: Armaduras de Agarer y Galelor. Al lado de estos estaban el arco de dos espadas y el espadón. También estaba un traje blanco que decía pertenecer a una tal Anglicabix y una espada común que decía que era de un tal Javier.

—¡Niriliane! ¡Encontré una salida!—Llamó Ilen.

Ambos salieron y vieron como doce elfos peleaban contra quince imperiales. Igliane estaba acostado en el suelo herido de un espadazo en la pierna.

Niriliane e Ilen se sumaron al combate. El hecho de que llegaran sorpresivamente fue suficiente para darle la victoria a los elfos.

Un cuerno élfico retumbó por la ciudad.

—Los elfos marchan... A las puertas de la ciudad...—Explicó Igliane mientras se hacía un torniquete en la herida—Debes acompañarlos.

—¡Si señor!

Al mismo tiempo, en el campamento del Imperio Varione una acalorada discusión tenía lugar.

—¡Estás vivo gracias a mí! —Recalcó Lohkran a Dalius mientras se señalaba con el dedo índice —¡La guerra contra Elfenheim es tu culpa y de nadie más!

—¿¡Dices qué debíamos rendir la ciudad a los elfos brujo!?

—¡Al menos ten la decencia de salir junto a tus hombres!

—¡Cuándo esto termine voy a acusarte de traición y conspiración con los elfos!

—¿¡Y con qué pruebas!?

—¡Soy el de mayor rango aquí! ¡Mi palabra vale diez veces más que la tuya!

—No vas a acusarme de nada.

—¿¡Me estás retando brujo!?—Cuestionó Darius mientras se levantaba y sacaba su espada—

Lokhran simplemente alzó su mano y formó un rayo que golpeó la cabeza de Darius. Como tenía la armadura puesta su cuerpo se electrocutó y cocinó dentro.

—Ahora yo soy el que tiene mayor rango Darius.

El mago salió del campamento y se dirigió hacia la ciudad de Bern.

Niriliane e Ilen intentaban llegar a las puertas de la ciudad con la vasija que cogieron en la escuela. Para hacerlo, evitaban a toda costa los encuentros con enemigos pasando por callejones y a través de casas.

—Fíjate en eso—Señaló Ilen a un grupo de más de mil hombres aproximándose a las puertas de la ciudad apenas defendida por ciento veinte elfos—Los van a masacrar.

—¡Tengo una idea!—Dijo Niriliane tomando la vasija y buscando una escalera con la mirada.

Niriliane logró hallar una escalera de mano que ascendía hasta lo más alto de la muralla y escaló hasta ahí seguido de Ilen.

—¿Cuál es tu intención aquí?

—¡Vamos a derrumbar la muralla sobre los enemigos!

Niriliane abrió la vasija y roció un polvo negro que salió de esta por todo el trozo de muralla sobre las puertas.

En los soldados que se aproximaban se podía denotar a Lokrahn entre el resto. El mago de batalla alzó sus manos y el cielo sobre esta se oscureció y múltiples rayos cayeron sobre las casas. En Bern muchas estructuras eran de madera, la cual estaba seca por la falta de lluvia, por lo que le fue fácil incendiarse y sencillo que el fuego se propagase. Bern estaba en llamas.

—¡Nos tendremos que quedar aquí para encender el explosivo!—Avisó Niriliane.

—¡No Niriliane! ¡Sólo yo!—Respondió Ilen antes de empujar a Niriliane de la muralla y que cayera en un montón de heno y paja—

—¡Ilen!—Llamó Niriliane, pero Ilen la ignoró—

El elfo esperó pacientemente durante veinte segundos a que los soldados se colocaran en el lugar preciso para hacer la detonación. Al ver que era el momento preciso, Ilem sacó un fosforo y tras encenderlo con una parte de su armadura lo vió durante un segundo que pareció eterno antes de dejarlo caer sobre el Fuego de Dragón.

Niriliane apenas se estaba recuperando de su caída cuando un resplandor blanco la segó seguido de un potente estruendo.

Cuando logró abrir los ojos lo veía todo borroso y tenía un horrible pitido en ambos oídos. Se puso de pie y dió dos pasos tambaleantes. Tras coger equilibrio se aventuró hasta donde una vez estuvieron las puertas de Bern. Ahora solo habían pedruscos ennegrecidos y astillas chamuscadas sobre trozos de metal aplastados y muertos.

Un quejido llamó la atención de Niriliane. Una figura medio aplastada sobresalía de la muralla derrumbada. Era Lokrhan.

Sin ninguna duda, Niriliane se acercó y le clavó su espada en la cabeza. En otras circunstancias lo habría celebrado, pero ahora, mucha muerte había tenido lugar y no había espacio para celebraciones.

LexodiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora