Huida de Bern

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Sesmar esperó a que Amel y sus hombres regresaran antes de ordenar un ataque. Una vez Amel entregó su mensaje, el campamento entró en actividad. Sesmar permaneció tranquilo en su palacio, esperando si los soldados se retiraban o atacaban.

De todos modos, Sesmar sabía que poseía una ventaja; conocía que se habían expandido rumores de que el estaba preso junto a varios de sus líderes y la mayoría de soldados lo creían así, por lo tanto, piensan que lucharan contra civiles y guardias sin dirección y desperanzados. Vaya sorpresa se llevarán.

Debido a la ausencia de Galbam, Ramen y Alerión, Sesmar había designado a Yiovenni y Anaid como sus generales.

—¿Cuánto creen que resistamos?—Preguntó Sesmar directamente—

—Los podremos mantener fuera de la ciudad máximo dos días—Calculó Anaid en un momento—

—Ese individuo... Amel... Se ve algo destacable comparado al resto de soldados—Añadió Yiovenni—Debemos priorizar su eliminación—

—¿Qué se va a hacer con los civiles?—Preguntó Frédek—¿Darles tiempo de huir?—

—No—Negó Sesmar tajantemente—Toda persona en Bern va a pelear, sea hombre, mujer, niño, anciano o enfermo—

—¿De verdad?—Inquirieron los tres a la vez—

—Bueno, los últimos tres no—

Un centinela llegó corriendo hasta donde estaban reunidos.

—¡Mi señor! ¡El enemigo avanza hacia la ciudad!—

Sesmar dió ordenes con mucha rapidez y luego comenzó a observar todo desde su palacio.

Dos mil soldados partieron desde el campamento con rumbo a la ciudad, era obvio que los subestimaban. Si los hombres de Sesmar salían justo ahora, ambos grupos chocarían a novecientos metros de la muralla, lo cual era beneficioso para Sesmar, porque una repentina bajada en el terreno impedía la visión desde el campamento, lo cual dificultaba la organización del enemigo.

Se dieron las ordenes y cuatrocientos soldados y cien arqueros partieron a toda velocidad.

Los soldados del imperio Varione llevaban armaduras plateadas con detalles azules, a excepción al menos doscientos, que tenían armaduras plateadas y rojas y uno que llevaba una armadura negra y roja.

—Ese debe ser el líder—Señaló Frédek—

Los dos bandos estaban a doscientos metros cuando los arqueros de Sesmar comenzaron a disparar una lluvia de flechas sobre los enemigos; los soldados con detalles azules se protegieron con sus escudos, pero no todos evitaron las flechas. Una flecha mató a un caballo y su jinete cayó, luego fue atropellado por los demás, donde encontró la muerte.

Los que tenían detalles rojos en las armaduras resultaron ser arqueros. Qué bien pensó Sesmar, ahora los podrían identificar.

Las flechas volaban a gran velocidad sobre ambos bandos, haciendo algunas bajas. En una lucha igualada estaría bien, pero en esta, un caído podría hacer una gran diferencia.

Al momento de impactar las primeras filas, el Imperio se llevó la mejor parte, ya que poseían altura debido al descenso abrupto, pero esa misma bajada causó que sus arqueros no pudieran disparar, dandole una ventaja a los soldados de Bern.

—¿Como va la batalla?—Preguntó Yiovenni, el cual estaba sentado sin ver nada—

—Tenemos una desventaja de tres a uno en cuanto cantidad de soldados—Respondió Anaid—

—¿Deberíamos mandar refuerzos?—Sugirió Frédek preocupado—

—Dejaríamos la ciudad desprotegida—Explicó Sesmar—Nuestra única esperanza son las tropas de Elemor—

Un mensajero entró en el palacio al borde del desmayo con un sobre en la mano.

—Mi señor...—Dijo el hombre con dificultad—Traigo... un mensaje... urgente... de uno de los centinelas... Cercano a... Hámzterdan...—

El mensajero le entregó el mensaje y luego se acostó en un sofa, para caer en un muy profundo sueño.

El mensaje estaba dentro de un sobre sellado que tenía escrito el texto: Solo para los ojos del Rey.

—¿Qué dice?—Preguntó Anaid—

—Dice: Su Majestad Sesmar, me veo en la necesidad de informarle que Hámzterdan ha enviado tropas para apoyar al Imperio Varione, calculo que mañana o incluso en el final de este mismo día ya estarán allí. Le he dicho al mensajero que entre por las cloacas para no ser visto por el enemigo. Espero que llegue a tiempo—Leyó Sesmar—Firma: Centinela Elandro Melkes—

—Esos malditos...—Se quejó Frédek—El ejército de Gil-Garald destruyó esa ciudad y mató al Rey Franco... ¿¡Cómo pueden apoyar al Imperio Varione!?—

—Lástima que la carta no diga cuantos vienen—Observó Yiovenni—Podríamos estar más preparados—

—No aguantaremos hasta los refuerzos—Sentenció Anaid con impotencia—

—Las cloacas...—Murmuró Sesmar—

—¿Qué sucede Sesmar?—Preguntó Anaid—

—¡Podemos huir por las cloacas!—Dijo Sesmar—¡Así entró el mensajero!—

—Perdemos la batalla para luchar otro día—Opinó Frédek con una sonrisa—

—¿Pero hacia donde huiremos?—Preguntó Yiovenni mientras pensaba una posible solución—

—Iremos a Mashándrûk—Respondió Sesmar—

—¿¡Te has vuelto loco!?—Cuestionó Frédek—¡Ir a la ciudad orca es igual o hasta más peligroso que quedarse aquí!—

—He tomado una desición—Finalizó Sesmar—Ordenen una retirada a los soldados que queden con vida—

Un cuerno sonó en la ciudad y la centena de soldados que quedaba viva partieron de regreso a Bern.
Pocos enemigos los persiguieron, pero entre los que sí, estaba el que parecía ser su líder.

El soldado de la armadura negra estaba armado con una hoja encadenada (la parte de arriba de la hoz amarrada a una cadena). Era un arma rara para un soldado.

El soldado salió disparado tras los que huían; la cadena de su hoja tenía un alcance de ocho metros, lo cual lo hacía muy peligroso.

Dos hombres se pusieron al alcance de la hoja; el soldado la utilizó cual látigo y el primero perdió la cabeza mientras que el segundo terminó con la hoja clavada en el pecho y cayó de su caballo. Pero al ponerse al alcance de las flechas de la ciudad. El soldado desistió de su persecución.

—Sesmar—Llamó Frédek desde sus espaldas—Esto solo funcionará si el Imperio piensa que seguimos aquí—

—Lo sé, por eso me quedaré en la ciudad—Contestó Sesmar—

—No lo permitiré—Negó Frédek—Eres nuestro rey y líder, debes huir con nuestro pueblo—

—¿Y quién se va a quedar?—

—Yo lo haré—

—¡No estoy de acuerdo Frédek!—

Treinta guardias armados entraron a la habitación.

—Considéralo entonces como un golpe de estado—Dijo Frédek—

—Bueno, si es lo que el pueblo desea, así se hará—Sentenció Sesmar—Nos volveremos a ver, ya sea aquí, o en Darruzal—

Frédek y Sesmar se abrazaron y luego se fueron. Ambos sabían que era muy probable que Frédek moriría durante el asedio de Bern o por ejecución, pero cuando estás luchando por algo más grande que tú ¿Qué importa eso?

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