Asedio a Bern

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Mierl se había convertido en el comandante de las fuerzas armadas de Galalid mientras Elemor se recuperaba de sus heridas.

Bajo sus órdenes todo el ejército élfico se atrincheró en Bern. El palacio de Sesmar le parecía de buena calidad pero se había escatimado mucho en los detalles. Si fuera por Mierl le habría agregado una estructura más gótica, con amplios salones abovedados, gárgolas por todos lados, picos y vitrales grandes, además de una piedra más oscura.

Frédek fue enterrado en el Descanso de los Caídos, que era el masivo cementerio de Bern en el que estaban sepultados los que murieron en la batalla contra Gil-Garald.

Frédek estaba muerto, para Mierl eso estaba claro pero... ¿Dónde estaba Sesmar y el pueblo en general? Habían encontrado guardias y soldados muertos, pero ni un solo ciudadano. Además ¿Qué había sido del resto de sus amigos? No había señal de Ramen, Alerión o siquiera Galbam. Aquí estaba pasando algo extraño.

Paseando por la ciudad, Bern dió con las estatuas de ellos mismos.

—Jamás pensé que hicieran una estatua de mí... Espera... ¿Cómo hicieron esta estatua si nunca posé para ella?

Al día siguiente observaron como miles de soldados del Imperio acampaban en las afueras de la ciudad, pero esta vez no solo en frente, sino rodeándola en su totalidad. Seguramente llegaron amparados por la oscuridad de la noche, ocultos de los vigías elfos que observaban sobre la muralla.

—Situación—Preguntó Mierl a Igliane.

—¡Son diez mil más que nosotros según lo que los ojos cuentan!

—No van a atacar. Muchas bajas.

—¿Y qué harán entonces?

—Van a quedarse ahí. Esperaran a que el hambre nos mate.

—¡Debe haber algo que podamos hacer!—Exclamó Niriliane entrando en la conversación.

—Podríamos atacar sus campamentos. Moriríamos muchos, pero el ataque sorpresa nos daría ventaja—Opinó Ylireandul.

—¿Y para qué? ¿Morir en una ciudad que no nos pertenece? ¿Contra un enemigo que nada tenía que ver con nosotros? Yo me dispongo a hacerlo, pero no le puedo pedir eso a los elfos cuando ni siquiera soy uno.

—No—Negó Ylireandul—Eres solo un vampiro. Un vampiro que luchó contra su naturaleza malvada y usa su maldición para el bien de otros. Si hay un acto de generosidad lo desconosco, pero yo estoy dispuesto a morir junto a alguien como tú.

—¡Te apoyamos Mierl!—Animó Niriliane.

—Tengo una idea. Voy a salir con una parte del ejército y tras luchar un rato ordenaré la retirada de vuelta a la ciudad. Una vez ahí, el Imperio nos seguirá y lucharemos en las calles de Bern. El resto del ejército saldrá entonces y barreremos a las tropas enemigas. Finalmente atacamos los campamentos con toda nuestra fuerza y listo.

—Eso se oye muy arriesgado.

—No se oye muy arriesgado, es muy arriesgado —Rectificó Igliane.

—Igual hay que intentarlo.

Varios cuernos sonaron a la vez desde distintas direcciones, pero no eran élficos, sino de un tono más vulgar. Eran las tropas del Imperio Varione movilizándose para atacar la ciudad.

—¿¡Pero qué!?—Exclamó Ylireandul—¡Esa es una pésima estrategia desde cualquier punto de vista!

—Algo debe de estar motivándolos—Añadió Igliane en voz baja.

Una roca grande impactó la muralla y entonces lo comprendieron. El Imperio Varione se sentía motivado por que tenían catapultas.

—¡Prepárense a defender la ciudad!

Los soldados imperiales rodeaban la ciudad como si de olas se tratase. Las piedras hacían agujeros en las murallas que les daba acceso a los enemigos a las calles de Bern. Los arqueros élficos disparaban contra ellos, pero por muchos enemigos que matasen parecía que no los podían detener.

Ylireandul comandaba una centena de elfos que pasaban por los callejones de la ciudad para atacar a los enemigos por los laterales o la retaguardia cuando estos ocupaban una de las calles principales.

Un grupo de soldados del Imperio Varione se encontraba frente a ellos, sin conocimiento de la prescencia de Ylireandul. El elfo dió orden de atacar, pero no se fijo que entre las filas imperiales se encontraba Alotias.

Los elfos tomaron por sorpresa a los soldados de Alotias, eliminando a varios en pocos segundos.

Ylireandul mató a un soldado de un corte en el cuello para luego girar y enterrar su espada en el cuerpo de otro. El elfo a su lado cayó muerto por un flechazo en el corazón. Los imperiales se habían recompuesto y el combate se había tornado más violento.

Por puro azar, Ylireandul se encontraba frente a Alotias, el cual no dió ni un segundo de descanso antes de atacar con su hoja encadenada. Ylireandul saltó a un lado y rodó por el suelo, esquivando la hoja por pocos centímetros para levantarse y alzar su espada contra Alotias. El soldado de la armadura negra lanzó nuevamente su hoja y enrrolló la espada, en un intento de sacarla de las manos del elfo. Ylireandul no era tonto y realizó un movimiento hacia bajo, cortando la cadena y dejando a Alotias armado con solo una parte de la misma.

Alotias se sorprendió al verse sin su hoja, dándole a Ylireandul la oportunidad de atacar, aunque logró reaccionar a tiempo para utilizar la cadena como látigo y aporrear la cara del elfo.

Ylireandul cogió el extremo de la cadena con su mano libre y jaló de este para hacer que Alotias trastabillara hacia adelante, mostrando su espalda. Luego dejó caer su espada sobre la espalda de Alotias, atravesando su armadura y penetrando siete centímetros en el cuerpo de este.

Alotias se cogió la espalda por puro reflejo y se dejó expuesto a otro ataque, el cual dió en su pecho. De una patada, Alotias hizo que Ylireandul soltara su espada y le enrrolló la cadena al cuello para asfixiarlo.

Otro elfo vió la situación y atacó a Alotias por la espalda, pero este esquivó el ataque y le rompió el cuello a Ylireandul. Tras notar que estaba en desventaja, Alotias se retiró junto a una decena de hombres por las calles de Bern. La defensa de la ciudad le estaba resultando muy cara a los elfos.

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