El invierno siempre había sido un enigma para mí, el frío me hacía reflexionar sobre mi propia existencia, tanto que aveces me volvía de hielo y no dejaba pasar aire a mis pulmones.
Había dejado los estudios para buscar algo que hacer fuera de aquel entorno de mierda en el que me había criado. Y con una maleta cargada de desintoxicación, me mudé a Madrid.
Tuve bastante suerte al conseguir trabajo en una pequeña tienda de ropa en una de las muchas calles de Malasaña.
Encontré un estudio que me salía bastante barato a pesar de la zona, pero con mi sueldo en la tienda no sería suficiente, tendría que buscar algo más.
Eso fue con diecinueve años, ahora tengo veintiuno. Caminaba por las calles de Gran Vía con prisa, me gustaba pasear pero hoy no era un buen día, llegaba tarde a trabajar en la discoteca a la que iba todas las noches.
Al girar una esquina aceleré un poco el paso, chocándome con alguien y tirando su teléfono móvil al suelo.
-¡Ay!-Exclamé, al ver el aparato quebrado en el asfalto.-¡Lo siento!
Me llevé las manos a la cabeza preocupada y miré a la persona en cuestión. Era un chico algo bajo de estatura, con un peinado desenfadado y una sonrisa algo extraña. Sus pómulos se marcaban perfectamente y a mi me dio la sensación de que este chico era un obsesionado al deporte.
-No pasa nada, de verdad.-Me tranquilizó, agarrando el dispositivo e intentando encenderlo.
-Te lo puedo pagar.-Insistí, me sentía realmente mal con aquello.
-No te preocupes, tengo seguro.-Soltó una pequeña risa y yo suspiré.-Soy Joan.
Me extendió la mano y yo la miré dudosa, correspondiendo a su saludo con un implante algo serio.
-Alba.-Susurré.
-Bueno, debo marcharme ya.-Dijo, sacudiendo su traje con cuidado. Me fijé en su atuendo, a decir verdad parecía una persona bastante adinerada y estricta.
-Sí.-Carraspeé mi garganta.-Yo llego tarde a trabajar.
-¿Necesitas que te acompañe?-Se ofreció, yo abrí los ojos y negué varias veces con la cabeza.
-¡Oh! No hace falta, de verdad.
-¡Qué sí, mujer! Así puedo dar explicaciones a tu jefe si te regaña.
Miré la hora y me asusté, diez minutos de retraso, genial. Suspiré y asentí, comenzando a caminar en dirección al lugar.
El chico me hablaba con amabilidad, intentando que en todo momento me sintiera cómoda, incluso me reía un par de veces de sus ocurrencias tan extrañas.
Llegamos y yo paré en la puerta, girándome en su dirección y esperando a que dijera algo, pero sólo me observaba contento.
-Bueno.-Murmuré.-Gracias por acompañarme.
-¿Trabajas aquí?-Preguntó, mirando la fachada del local.
-Ajá.-Confirmé.-Tengo que irme.
-Claro.-Se rascó la nuca y sacó una pequeña tarjeta de uno de sus bolsillos, tendiéndomela delicadamente.-Mi número, por si necesitas un amigo.
Me sonrió y yo cogí el papel con las dos manos. Viendo cómo se marchaba. Me quedé parada en la puerta durante unos segundos, pero sacudí la cabeza al darme cuenta de la hora que era.
Mi jefa no me regañó mucho, era una tía bastante amable, menos cuándo le cabreaban, está claro. Pero era la primera vez que llegaba tarde en los meses que llevaba allí, así que pasé desapercibida.
No me gustaba trabajar allí, los babosos borrachos se acercaban cada dos por tres con intención de ligar contigo cuándo lo único que querías era concentrarte en tu trabajo, era desesperante.
Terminé de servir las últimas dos copas antes de que acabara mi turno, eran las seis de la madrugada. Suspiré cansada y entré en el almacén para coger mis cosas y marcharme por la puerta de atrás.
Saqué un cigarro del bolsillo de mi abrigo y lo encendí mientras caminaba de regreso a mi casa. Lo cierto era que odiaba fumar, pero me tranquilizaba en ocasiones y eso era justo lo que necesitaba en aquel momento.
El humo me traspasaba los pulmones y salía por mi boca despacio, eran pequeños suspiros de alivio en cada paso.
Lo terminé y lo tiré al suelo para pisarlo, cogiéndolo después y tirándolo a un contenedor de basura cercano. Metí mi mano en el bolsillo y me topé con la tarjeta del chico.
Joan Garrido, Industrias Lacunza.
No sabía muy bien qué significaba aquello pero me aventuré a mandarle un mensaje de texto, esperando que me respondiera.
Tampoco tenía mucho que perder, desde que había llegado no había establecido contacto con prácticamente nadie y me sentía un poco sola, me haría falta un amigo.
La única persona que siempre me acompañaba y en la que podía confiar se llamaba Julia. Nos conocimos poco después de yo llegar, ya que era la hija de la dueña de la tienda de Malasaña.
Hicimos migas enseguida y siempre nos llamábamos para contarnos qué tal nuestra vida. Aunque pocas veces tenía tiempo de quedar con ella, pero nos veíamos en la tienda todas las mañanas.
Mi teléfono vibró y la notificación de que Joan me había contestado apareció en mi pantalla. Me decía que su jefa le había dado un móvil nuevo nada más llegar a su trabajo.
Entré a mi casa con el móvil en la mano y casi me tropiezo por las escaleras por contestarle, pero nuestra conversación era muy interesante y el chico no tenía intención de nada más, cosa que me agradaba.
Me preguntaba qué haría despierto a esas horas, me respondió que siempre madrugaba para comenzar su jornada, eran las siete de la mañana.
Me puse el pijama y me despedí de él para caer rendida en mi cama, suspirando cansada y durmiéndome casi al instante.