Cuando terminé mi turno serían algo así como las nueve y media de la noche. Se me había hecho muy tarde y mis ganas de llegar a casa eran cada vez más fuertes.
Caminé a pasos agigantados por los pasillos de la oficina hasta que llegué al despacho de Natalia. Golpeé la madera con mis nudillos y nadie contestó. Tomé la decisión de entrar y me encontré con la sala completamente vacía.
Fruncí el ceño y me aproximé al escritorio, definitivamente la morena no se encontraba allí. Presioné el botón de recepción en el pequeño aparato blanco que tenía sobre la mesa y la voz de María resonó por aquellas cuatro paredes.
-¿Hola?-Preguntó confundida, carraspeé mi garganta y comencé a jugar con los pequeños objetos que había allí encima.
-María.-Murmuré.-¿Sabes dónde está Natalia?
-Coño, Alba.-Me dijo agitada.-Me has cagado.
-¿Cómo?
-La jefa se fue a casa hace como una hora.-Me informó.
Aquella frase me dejó totalmente descolocada y confundida. Me despedí de la recepcionista por la megafonía y bajé a la primera planta.
Me extrañaba que no me hubiera esperado, al fin y al cabo era mi medio de transporte y ahora tendría que caminar un buen rato hasta llegar.
No me entretuve mucho por el camino y, cuando tuve la fachada de mi edificio delante de mis ojos, suspiré nerviosa.
El silencio en el portal era aterrador. Parecía que mis tacones taladraban el suelo con cada pisada y me recordó a aquellas películas de miedo en las que el protagonista muere por separarse de su grupo.
Ahuyenté aquellos malos pensamientos y subí las escaleras en dirección a mi casa. Llegué a la puerta con algo de fatiga y metí la llave en la cerradura con la mano temblorosa.
Una vez dentro, cerré despacio y me quité el abrigo, intentando escuchar algún sonido que me indicara que la casa no estaba vacía.
Comencé a buscar sin éxito hasta que sólo me quedó la habitación por comprobar, cosa que me daba algo de miedo por no saber que me encontraría al atravesar aquella barrera.
Tragué saliva por cada paso que di y apoyé mi mano en el picaporte con la respiración desencajada y el corazón bombeando a un ritmo demasiado rápido.
Entreabrí y una luz de tonos rojizos atravesó la pequeña rendija que había dejado libre, haciéndome fruncir el ceño.
Asomé mi cabeza y me quedé completamente sorprendida al ver a Natalia tendida en la cama con tan solo un albornoz blanco sobre su cuerpo.
-¿Nat?-Pregunté, levantando las cejas ante aquello.
-Te estaba esperando.-Me susurró. Su tono había cambiado a uno mucho más grave y no pude evitar reírme para mis adentros ante lo mona que era.
-¿Qué es todo esto?
-Te prometí algo.-Me recordó.
Asentí despacio y sonreí tímidamente. Me hizo un gesto con la mano en señal de que me acercara y obedecí despacio, sintiendo mis nervios aumentar a cada paso.
Me senté junto a ella y esperé a sus movimientos, pero ella simplemente me miraba desde su posición con los ojos penetrantes.
-¿De dónde has sacado esto?-Rompí el silencio, jugando con el cordón de su albornoz entre mis dedos.
-También he comprado otra cosa.-Murmuró, acercándose a mí para abrir el cajón de la mesilla y sacar algo.
Se quedó muy cerca de mí y tragué saliva ante la imagen de su cuerpo pegado al mío. Me observó divertida durante unos segundos y bajó su mirada a mis labios, lamiendo los suyos lentamente.
