Me asusté por su reacción y el único acto reflejo que manejé fue abrazarla. Quería estar allí para ella, averiguar cuál era la causa de su problema.
Y refugiada entre sus brazos comprendí que Natalia necesitaba a alguien, que detrás de esa faceta de chica dura tenía inseguridades y miedos.
-No te vayas.-Le susurré, escondida en la piel de su cuello. Me sujetó con fuerza y negó con la cabeza.
-Vale.-Me dijo con la voz ahogada. Miré su cara con temor y observé como una lágrima rebelde caía por su mejilla lentamente.
Pegué mi frente a la suya y suspiré, queriendo hacerla sentir bien. Me acariciaba los brazos con suavidad y se mordía el labio a causa de su nerviosismo.
Todavía seguía temblando y tragué saliva al recordar la situación anterior. Saltaba a la vista que la morena tenía problemas para controlar su ira y, por primera vez, tuve miedo.
Pero no ese miedo a que me hiciera daño a mí, sino a que se lastimara a ella misma. Cerré los ojos y rocé mi nariz con la suya despacio, respirando el aroma de su piel.
Me separé de ella con cuidado y contemplé su cara. Parecía mucho más tranquila pero aún así no estaba segura de que hubiera regresado a la normalidad.
-¿Vamos a dormir?-Murmuré bajito. Asintió y me alejé de su cuerpo a duras penas para entrar en el baño y ponerme el pijama.
Cuándo volví ella estaba en la misma posición que antes, con la única diferencia de que se había quitado la parte superior de la ropa y estaba en sujetador.
Tenía la mirada perdida en el suelo y la vi, a pesar de que intentara ocultármelo al percatarse de mi presencia. Esto me confirmó que algo malo pasaba.
Consideraba que no era el momento adecuado para hablar de esto y simplemente le ayudé a vestirse y, juntas, nos metimos entre las sábanas.
Suspiré y mi piel se erizó al sentir el frío de la seda hacer contacto con mi espalda. Me giré en su dirección para mirarla y me contemplaba nerviosa, intentando que no huyera.
Mezclamos nuestras miradas durante un largo período de tiempo. Sentía su respiración acompasada y sonreí con timidez.
Levantó las cejas levemente y pasó la lengua por sus labios. Alzó la comisura de su boca en una mueca torcida.
Sentí movimiento debajo de las sábanas y su mano recorrió un camino por el colchón hasta llegar a mi mejilla, acariciando con suavidad aquella parte de mí.
No apartaba sus ojos de los míos y me puso tan nerviosa que notaba mi corazón desbocado. Quise mostrárselo y agarré su mano con suavidad, llevándola a mi pecho y presionándola contra él.
Apartó su mirada para seguir mis acciones y abrió los ojos en grande cuando descubrió el ritmo de mis latidos. Suspiré y ella me imitó.
Se acercó a mí y me volvió a recoger entre sus brazos, apoyando su barbilla en lo alto de mi cabeza. Me escondí en su cuello y paseé mi nariz por su piel, queriendo memorizarla para siempre.
No hablábamos, tampoco lo necesitábamos. Habíamos desarrollado la extraña capacidad de comunicarnos con caricias y gestos.
Cerré los ojos con fuerza y me aferré a la tela de su pijama como un gato indefenso. Sentía sus caricias en mi espalda y cómo intentaba consolarme con tan sólo su presencia.
Sin darme cuenta caí dormida. Lamentablemente mi sueño no es nada pesado y escuché cómo se levantó en mitad de la noche, desapareciendo por la puerta de mi habitación poco después.
Esperé unos minutos y, al ver que no venía, decidí seguirla y averiguar donde estaba.
El olor a tabaco me inundó las fosas nasales al recorrer el pasillo y me la encontré apoyada en la repisa de la ventana. Tenía una pierna en alto y la otra colgando. Miraba al cielo con un cigarrillo entre sus dedos y me pareció la imagen más reveladora del mundo.
Creí que no escuchó mis pasos y, entre calada y calada, daba suspiros tristes y sacudía la ceniza quemada al exterior de la calle.
-Vas a coger frío.-Avisé, desde la oscuridad del salón. Pegó un pequeño bote y miró dentro de la casa, entrecerrando sus ojos para poder ver correctamente.
Sonreí y me acerqué a ella con cautela. Se encogió de hombros poco después y dio una calada demasiado larga, expulsando el humo de sus pulmones muy lentamente.
-Me gusta el frío.-Habló por fin. Me senté en uno de los brazos del sillón para estar más cerca de ella y metí mi cabeza entre mis brazos, observándola detalladamente.
-Si te pones mala te tengo que cuidar yo.-Le recordé. Intentó ocultar su sonrisa y miró a la calle.
-Me encanta Madrid así.-Señaló el exterior con su barbilla.-Silenciosa y tímida.
-No te gusta la gente.-Afirmé. Soltó una pequeña carcajada y me miró de nuevo.
-Las personas pueden ser muy crueles.-Confesó, apurando el cigarro de entre sus dedos.
-Depende.-Debatí.-Huir de la crueldad de las personas te hace ser desconfiado. ¿No crees?
-Confiar es algo absurdo.-Escupió con rabia.
-Yo confío en ti, Natalia.-Me observó con ojos tristes y se despistó de mí al mirar al suelo.
-No deberías.
-Lo siento.-Pronuncié lentamente, intentando que aquellas palabras se clavaran en su mente.
Suspiró cansada y apagó lo que le quedaba de cigarro para levantarse y cerrar la ventana. Carraspeó su garganta.
-Me voy a la cama.-Dijo, dejándome sola en el salón. Bufé sin entenderla y me frustré internamente.
Quería comprenderla pero sentía que me faltaban datos. Y la única persona que podía dármelos sin reparo tenía nombre y apellidos. Joan Garrido.
Sabía que él tendría las respuestas a todas mis preguntas y que podría sonsacarle cualquier cosa. Era algo injusto, lo sé. Pero estaba desesperada, y Alba Reche siempre actúa cómo una idiota cuando está desesperada.
Se viene. ❤️

