Pasaron dos semanas más hasta que me digné a hablar con Natalia sobre aquel gran tema que nos había estado atormentando durante tanto tiempo, el motivo de su huída.
Nuestra relación se había estrechado mucho por ese entonces y manteníamos un nivel de cordialidad que nunca sobrepasaba los límites, al menos por la parte que me correspondía.
Quedé con ella en una cafetería cercana a mi casa, justo en el centro de Malasaña. Esperé durante menos de cinco minutos hasta que el sonido de la campana en la puerta anunció su llegada al establecimiento.
Verla tan informal después de tantos años me chocó un poco. Llevaba unos pantalones negros con dos roturas a la altura de las rodillas, una sudadera ancha, también negra, y una cazadora vaquera con borrego que le quedaba estupendamente. Se había pintado los labios de un color granate muy oscuro que hacía resaltar el blanco de su piel. Su pelo se adornaba con una coleta algo desenfadada, dejando escapar los cuatro pelos que tenía por flequillo.
Carraspeó su garganta cuando llegó a mi lado y me percaté de que quizá había permanecido demasiado tiempo mirándola, pero decidí no prestarle mucha atención a sus burlas.
-Hola.-Saludé, haciendo un gesto con mi mano para que tomara asiento delante de mí. Pidió un café y la noté nerviosa, a pesar de que lo intentaba disimular de manera extraordinaria.
-¿Qué tal estás?-Preguntó por cortesía, me encogí de hombros y asentí en respuesta. Sonrió débilmente pero enseguida volvió a su tan usual expresión seria.
-¿Y bien?-Comencé, directa al grano. Me miró con sorpresa y suspiró, sabiendo la que se le venía encima.
-¿Qué quieres saber?
-Todo.-Solté decidida.
-El día que mi padre vino a nuestra casa.-Explicó, intentando hacer memoria. A mí me entró un escalofrío al escuchar aquella denominación del apartamento donde se había quedado a vivir durante tanto tiempo.-Me entró muchísimo miedo por ti. Es costumbre que nos pegue, siempre lo ha hecho, pero cuando te puso la mano encima pensé sinceramente que, si no tenía compasión por sus propios hijos, menos la iba a tener contigo.
-¿Fue por eso?-Interrogué, casi en un hilo de voz por sus declaraciones.
-En parte.-Asintió.-Esa noche, cuando te quedaste dormida en mis brazos después de tanto tiempo, salí al salón a fumar y recibí una llamada.
Fruncí el ceño intrigada y le animé a que continuara. Suspiró y comenzó a romper la servilleta que tenía sobre el plato de su café con nerviosismo.
-Ese hombre me amenazó y me dijo que te había encontrado, que sabía quién eras.-Me señaló.-Y tomaría represalias contra ti y contra mi hermana si no obedecía sus órdenes y me marchaba de Madrid.
-Me dejaste sola.-Acusé, casi al borde del llanto. Bajó su mirada al suelo y asintió, arrepentida de haberlo hecho.
-Sabía que en el momento en el que me dijeras que me quedara, lo iba a hacer sin pensarlo.-Confesó con la voz completamente rota.
-No te correspondía a ti elegir si hacerme daño, Natalia.-Solté enfadada, sintiendo como un par de lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas.
-No podía permitirme que sufrieras por mi culpa.-Sollozó, intentando no derrumbarse allí en medio.
-¿Por qué has vuelto?-Pregunté confundida.-¿Qué ha cambiado?
-Mi padre se murió hace un año.-Explicó, me sentó como un balde de agua fría aquella declaración y me llevé una mano a la boca ante el impacto.
-¿Estás bien?-Me preocupé, haciendo el amago de levantarme de la silla y abrazarla.
-Mejor que nunca.-Sonrió con tristeza.-Esperé a finalizar los tramites del testamento y volví a por ti, nada me impedía quererte.
-Excepto yo.-Puntualicé, asintió levemente y se encogió de hombros.
-Siento mucho haberme comportado como una auténtica gilipollas.-Se disculpó.-Pero no supe cómo reaccionar cuando te vi.
-Me pusiste de los nervios.-Recordé. Soltó una pequeña risa tímida y me pareció la persona más adorable del planeta.
-No espero que volvamos.-Susurró seriamente.-Pero no puedo evitar querer tenerte cerca, Alba.
-¿Y Elena?-Cambié de tema, no queriendo entrar en el enigma que era nuestra relación.
-Bien.-Suspiró.-Está viviendo con mi madre a unos minutos de mi casa.
-¿Ella te deja verla?-Pregunté.
-Claro, se siente incluso más libre que yo después de la muerte de mi padre.-Sonrió, correspondí a su gesto y alargué mi mano por encima de la mesa hasta dar con la suya, entrelazando sus dedos con los míos como tantas veces lo habíamos hecho.
Miró nuestras manos y volvió a mí, noté en sus ojos una pizca de esperanza que no había visto nunca y me enterneció.
-No quiero que te vuelvas a ir.-Confesé después de un rato, rompiendo aquel silencio que se había creado entre nosotras.
-Te lo prometo, Alba.-Murmuró, clavando su mirada en la mía con intensidad.
Bebí un sorbo de mi café sin perder la sonrisa y me imitó. Noté que se había quedado algo frío pero poco me importó, pues se había quedado conmigo y no pensaba irse.
El resto de la tarde pasó volando, pero el reloj se aceleraba cuando estaba con ella y las conversaciones nunca se acababan, siempre teníamos ganas de descubrir más y más cosas de la otra.
-Te queda muy bien el pinta labios.-Comenté, señalando su boca. Elevó las cejas con sorpresa.
-¿Desde cuándo me tiras fichas?-Preguntó sorprendida. Abrí la boca indignada y le tiré un trozo de servilleta arrugada.
-¡Tonta!-Exclamé. Se rió con burla y le saqué la lengua, cruzándome de brazos como una niña pequeña.
-Ay, bebé.-Dijo con un puchero.-Que ganas tenía de estar así contigo.
-Yo también.-Admití, de acuerdo con sus palabras.
-¿Me vas a dar una oportunidad?-Pidió, con ojos de cachorrito abandonado.
-Te la tienes que ganar.-Solté, burlándome de ella.
-¡Lo haré!-Exclamó decidida. Nos miramos durante unos segundos y tomó la decisión de rodear la mesa con su silla y sentarse justo a mi lado, rodeándome con su brazo mientras bebía su café.
Dejemos de sufrir y empecemos a hacer las cosas bien. Muchxs esperaban algo con más peso y lo sé, pero las cosas simples son a las que más importancia le damos. Os quiero mucho. ❤️✨
@missbanana027