III

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Iba caminando por las callejuelas de Malasaña en dirección a la calle Fuencarral para comprarme algo de ropa, no me sobraba el dinero pero estaba aprovechando la única tarde que tenía libre para las necesidades básicas, cómo un pantalón nuevo, ya que los que tenía estaban algo desgastados.

Entré en la primera tienda de ropa que encontré con la esperanza de que los precios no fueran tan altos y poder permitirme algo en condiciones.

Estaba mirando la sección de accesorios, que estaba más cercana a la puerta, cuándo escuché una voz algo familiar.

-¡Qué te he dicho que no!-Gritó una chica. Me giré y vi a la jefa de Joan discutiendo con una persona al teléfono mientras movía las manos desesperada y se colocaba el pelo una y otra vez.-Estoy hasta los mismísimos cojones de que hagas lo que te de la gana en el trabajo. ¡Soy tu jefa, no tu coleguita!

Fruncí el ceño al oírla hablar así, pero no me esperaba para nada que la morena tuviera tanto carácter y, para que mentirnos, tanta mala hostia.

Terminó la conversación y colgó el teléfono, haciendo el amago de estamparlo contra el suelo pero conteniéndose por el camino.

-Deberías ir a yoga.-Dije, distraída con los estantes. Ella levantó la vista del suelo y buscó quién era el emisor de aquellas palabras hasta que clavó su mirada en mi cuerpo, contemplándome de arriba a abajo.

-¿Cómo dices?-Me desafío, se me escapó una media sonrisa y toqué uno de los collares más bonitos de la tienda.

-Eso, que deberías ir a yoga, te ayuda a relajarte.

Natalia bufó, rodando los ojos mientras daba golpes en el suelo con el pie, impaciente por algo que no lograba comprender.

-¿Me lo dices tú?

-Bueno,-La miré.-yo, a diferencia de ti, no tengo tan mal genio.

-¿Y quién te ha dicho que tengo mal genio?-Me preguntó, cruzándose de brazos y adoptando una pose altanera. Levanté la ceja y puse cara de obviedad.

-Voy a pagar esto.-Disimulé, agarrando el primer pantalón vaquero que encontré y dirigiéndome a la caja. Me estresaba la gente como ella.

Salí de allí con una bolsa de plástico colgada del brazo y vi a la chica apoyada en la pared, fumándose un cigarrillo.

-¿Aún conservas ese mechero tan chulo?-Me burlé, sabiendo que le había molestado el comentario del otro día.

-¿Por qué? ¿Te ha gustado?-Continuó con orgullo, expulsando el humo de su boca lentamente.

-Pega bastante con tu personalidad.-La miré de arriba a abajo, mofándome de ella.

Tengo que reconocer que Natalia era una persona muy atractiva, siempre iba con traje y su formalidad tenía algo magnético de las que pocas personas podían presumir. De Joan, por ejemplo, no podía decir lo mismo.

A pesar de esto la chica tenía unos aires de grandeza que me tiraban un poco hacia atrás, no me gustaba el egocentrismo y estaba segura de que ella se había criado con un billete morado debajo del brazo.

Sacó una caja de tabaco del bolsillo de su abrigo de lana y me lo tendió, ofreciéndome. Me iba a negar, pero no perdía nada por fumarme uno.

Abrí la caja y me sorprendió ver lo que vi. Natalia había dado la vuelta a uno de los cigarros, justo igual que hacía yo.

-¿Tradición?-Pregunté, agarrando un filtro y devolviéndole el paquete.

-Se podría llamar así.-Se encogió de hombros, acercándose peligrosamente a mí, cosa que me extrañó de sobremanera.

Sacó el famoso mechero y rodó la pequeña piedra un par de veces hasta que la llama salió del agujero, quemando la punta de mi cigarro.

Se separó de nuevo y yo agradecí el gesto en un hilo de voz, dando la primera calada y llenando mis pulmones con aquel humo tan tóxico.

-¿No trabajas?-Cuestioné, dando pequeños golpes al filtro para expulsar la ceniza sobrante.

-Yo siempre estoy trabajando.-Soltó, levantando su teléfono en el aire.

-No me creo que no tengas ni un solo minuto libre para vivir.

-Lo tengo, ahora estoy hablando contigo.-Dijo sin entender.

-No, pero,-Apoyé mi espalda en la pared, junto a ella.-me refiero a estar un minuto de tu vida sin estar pendiente de si te llaman para pedirte cualquier cosa.

Abrió la boca para contestarme pero el aparato sonó, haciéndome soltar un suspiro y mirar al suelo, dando una nueva calada.

-Sí, ahora mismo voy.-Colgó.-El deber me llama.

-Ya veo.-Tiré la colilla al suelo y la pisé, llevándola a la basura después.

-Nos vemos.

Se marchó y pude observar con atención como andaba, sus largas piernas se movían totalmente sincronizadas con el resto de su cuerpo, incluso eso daba la impresión de que ella era superior a todos los mortales.

Rodé los ojos y emprendí mi camino hacia una cafetería cercana, con suerte tendría un poco de sueño al coger la cama después, pero prefería arriesgarme a tomarme un café caliente mientras observaba el ambiente tan rústico de Madrid.

Fui a la boca de metro de Callao y me senté en la terraza de un pequeño establecimiento que olía a cacao y a castañas asadas. Suspiré y pedí al camarero que me tomara nota.

Veía a la gente pasar con demasiada prisa y me quedé pensando si realmente esas personas serían conscientes de que la vida pasa demasiado rápido y de que no disfrutaban de las pequeñas cosas, como estar en una cuidad tan preciosa como ésta.

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Aprender. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora