XXVIII

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El pulso descontrolado retumbaba en mis oídos desde aquella charla y aumentó a medida que pasaban las horas y se acercaba el momento de que Natalia se trasladara a mi casa.

No quería admitirlo pero estaba sumamente nerviosa. Había incluso llamado a Julia para contarle la situación y se había quedado un poco flipando.

-Pero Alba,-Me dijo, a través del aparato.-Si ni siquiera os conocéis.

Y era completamente cierto. Habíamos pasado tiempo juntas pero nada fuera de lo que era discutir o acostarnos. No sabía sus gustos musicales, su color favorito, sus costumbres ni su segundo apellido.

Me quedé tan inmersa en mis propios pensamientos que me asusté mucho cuando una mano tocó mi hombro con delicadeza. Pegué un bote y me di con la mesa de madera en la rodilla, llevándome las manos al hueso de inmediato y gritando de dolor.

-¡Dios!-Exclamó la morena, que estaba detrás de mi cuerpo.-¿Estás bien?

Giró mi silla y quedé frente a frente con ella, aún sollozando. Asentí despacio y apreté mis ojos mientras ella sobaba mi pierna para aliviar la zona.

-¿Qué pasa?-Pregunté después de un rato. Carraspeó su garganta y sonrió levemente. Se incorporó.

-Sólo venía a decirte que tengo que pasar por el hotel a recoger mis cosas, pero luego iré contigo.

-Puedo acompañarte.-Me ofrecí.-Así te ayudo.

Asintió débilmente y adornó su cara con una sonrisa adorable. Terminé de trabajar y me levanté para irme con ella.

Salimos del edificio bajo la mirada divertida de María, la recepcionista, y entramos en el coche blanco de la morena.

Tardamos menos de cinco minutos en llegar al hotel y realmente me pregunté cuanto dinero tenía esa mujer para poder permitirse vivir en algo tan caro.

Bostezó al entrar al ascensor y me reí de su cansancio. Recorrimos en pasillo rojo del hotel en silencio hasta llegar a la puerta doscientos cincuenta y uno.

-Tengo la maleta casi hecha, no me ha dado tiempo a instalarme del todo.-Entramos y colocó su tarjeta en la ranura que permitía encender la luz y pude ver una habitación que se alternaba entre el marrón y el blanco.

Tenía un par de prendas de ropa esparcidas por una gran cama gris que adornaba el centro de la sala. Miré alrededor con la boca abierta y me quedé parada en la entrada mientras Natalia corría de un lado para otro.

Terminó de recogerlo todo y acabó con dos maletas de tamaño mediano y una guitarra colgada de su espalda. Fruncí el ceño ante aquel instrumento y me sorprendió mucho que una chica seria como era ella le gustara tocarla.

Llegamos a mi casa tiempo después. Estaba algo desordenada pero no esperaba visitas, y menos una nueva inquilina.

Indiqué que dejara las cosas en la habitación y rodó su equipaje hasta perderse por la casa, pues ya la conocía de sobra.

Estuvimos el resto de la tarde organizando todo. Le dejé un hueco en mi armario, compramos carne y pescado para su dieta y productos de higiene para ambas.

Eran las nueve de la noche y me tiré en el sofá cansada. Natalia había decidido darse una ducha y no me quedaba más remedio que esperarla mientras me aburría.

Escuchaba el ruido del secador y supuse que le quedaba poco, pero un grito me sobresaltó y me moví rápidamente a ver que sucedía.

-¿Nat?-Pregunté desde fuera, tocando con los nudillos en la puerta. El aparato había parado y me estaba preocupando.

-¡Joder!-Escuché. Decidí entrar y me la encontré en toalla. Había enredado su pelo en la parte de atrás del secador y lo tenía completamente encajado. Aguanté una carcajada y me acerqué a ella con cuidado.

-Eh...-Intentaba no reírme, pero la estampa era bastante cómica.-Déjame.

-No te rías.-Puso un puchero, permitiéndome maniobrar con su cabello amarrado. Sonreí divertida.

-Tengo que encenderlo.-Dije, inspeccionando las posibilidades de que se quedara calva.

-¿Estás loca?-Murmuró, muy cerca de mi cara. Habíamos reducido el espacio entre nosotras y comencé a notar el aire denso, pero no dejé que me afectara.

-Confía en mí.-Le pedí. Asintió en un suspiro y presioné el botón, poniendo en marcha ese cacharro.

Conseguí solucionar aquel desastre, pero su pelo mojado quedó enredadísimo y parecía que se lo había cardado a propósito. Me separé para mirarla y no pude evitar reírme a carcajadas.

-¿Te parece gracioso, rubia?-Rodó los ojos con una sonrisa y sujetó mi cintura, apretándome contra ella y haciéndome cosquillas.

-¡No!-Huí de sus manos y rebusqué un cepillo entre los cajones. Teniéndoselo para que se peinara.

-¡Dios!-Gritó de dolor al darse un tirón. Iba a ser prácticamente imposible solucionar aquello.

-Mira, te has hecho rastas.-Me burlé.

-Cállate.-Le contagié la sonrisa, la cual cambió por una mueca cuándo no pudo avanzar más de dos milímetros sin que le tirara.

-Anda, ven.-Cogí su mano y la llevé al salón, sentándola en el sofá y quedando de pie junto a ella. Agarré el cepillo de sus manos y la peiné con cuidado.

Ella seguía en toalla y su cabeza había quedado a la altura de mi tripa, que estaba cubierta por la camiseta blanca que me había puesto al llegar.

Pareció aburrirse y decidió levantar la tela hasta dejar mi ombligo al descubierto. Acercó su boca a mi piel y me besó un par de veces, provocándome un suspiro desesperado.

Cuando menos me lo esperaba sopló aire y me hizo una pedorreta, haciéndome reír y retorcerme, tirándole sin querer.

-¡Ay!-Exclamó. Dándome un pequeño golpe en mi pierna.

-Deja de moverte.-Ordené, retomando mi tarea.

Pude desenredarlo por completo después de un buen rato, el cual Natalia dedicó para molestarme y sacarme de quicio.

Solté el objeto de mis manos y acaricié su cabello entre mis dedos. Me llegaba una fragancia a champú que nublaba mis sentidos y me puso la piel de gallina en varias ocasiones.

Estábamos en silencio, simplemente disfrutando del momento de paz y tranquilidad que, por primera vez desde que nos conocimos, tuvimos sin preocupación.

Cada día estáis más guapxs. ❤️

Aprender. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora