Pasaron días y busqué. Busqué como una descosida por todas las calles de Madrid, esperando cruzarme ella de casualidad.
Llamé a su hermana, a Joan, a María e incluso me replanteé dos veces comunicarme con su padre para saber si había sido él el puto causante de su desaparición.
En una semana mi cuerpo no podía más, y no creía sinceramente que me afectaría tanto y que la necesitara de la manera que la necesitaba.
Julia, al verme en mi estado más deprimente, decidió que lo mejor era vivir conmigo. Al principio me enfadé, pensando que intentaba llenar el vacío que ella había dejado, más tarde agradecí aquel gesto.
El trabajo era lo mismo sin ella y me había planteado seriamente dejarlo, pero al fin y al cabo necesitaba el dinero. Las condiciones con Joan seguían siendo las mismas e incluso se preocupaba por mí, pero no era suficiente.
-Alba.-Me llamó Julia, entrando en la habitación en la que llevaba más de tres horas encerrada.-Tienes que comer, cariño.
Gruñí y me volví a ocultar entre las sábanas, metiendo la cabeza en su almohada para buscar alguna esencia restante de su olor, pero casi me había olvidado de él.
-Déjame.-Protesté, quitándome una lágrima rebelde de mi rostro.
-Mira, te dejo esto aquí.-Dijo en un suspiro, posando una bandeja sobre la mesilla.-Sé que no quieres verme mucho, pero estoy muy preocupada.
-Julia, estoy bien.-Mentí.
Negó con la cabeza y se retiró, dejándome a oscuras de nuevo. Miré mi teléfono y, al no ver ningún mensaje suyo, busqué en Google su nombre, tal como había hecho los últimos días.
No había novedades, era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra sin dejar rastro y yo me moría por dentro de pensar que le había pasado algo.
La recepcionista María me había insistido en que estaba bien, pero que había tomado la decisión de no decirme nada de su paradero porque ella misma se lo había pedido.
Bufé al recordarlo y dejé otro mensaje en su contestador, haciéndome la falsa idea de que los escuchaba todos.
Me dio rabia. Rabia porque se había ido sin dar explicaciones, rabia porque me había dejado sola, rabia porque me sentía utilizada, rabia porque la quería.
No lloré más, se me habían secado las lágrimas y sentía que se me caerían los ojos de tanto hacerlo. Esperé y esperé una respuesta, una carta, algo.
Nunca llegó nada, ni la más mínima señal de su parte. Me enfadé y la odié, la odié tanto que no la busqué más, no la quise más.
Me incorporé en la cama con pesadez y suspiré al ver a bandeja de comida que, con todo el cariño del mundo, me había preparado mi amiga.
Sobre la plataforma de metal se encontraba un plato con huevos revueltos y una tostada en forma de corazón, junto a un zumo de naranja y un vaso de agua.
Sonreí tristemente y comí sin hambre, sólo por agradecimiento a todo lo que estaba haciendo por mí. No me pude acabar todo pero insistí a mi cuerpo para que intentara alimentarse mínimamente.
Horas después me dirigí al trabajo de nuevo. Siempre era una tortura para mí pues el camino se hacía mucho más largo sin sus tarareos en el coche o sus sonrisas traviesas al pensar en lo que habíamos hecho minutos antes de aquello.
Ahora andaba sola, perdida entre la gente de Madrid, esa gente que una vez me dio tanto miedo y que ahora, me resulta insignificante.
Entré a la oficina y María, que llevaba aguantando mi insistencia toda la semana, me miró con lástima. Odiaba ese gesto por parte de todos, lo odiaba porque ella podía cambiarlo si me dijera dónde estaba.
Apoyé mi cabeza en la pared del ascensor al subir y suspiré frustrada, pulsando el botón de la última planta.
Vagué por los pasillos hasta que encontré mi mesa, últimamente mucho mas desordenada que de costumbre, pues el caos había llegado a mi vida como una fuerte ola de frío en invierno.
Fruncí el ceño ante el revuelto de papeles y decidí colocarlos superficialmente antes de dirigirme al despacho de Joan para mi próxima tarea.
El chico era muy comprensivo y no me presionaba si tardaba algo más en entregar el trabajo, pero yo solía dar todo de mí para no obligarle a tener más motivos por los que considerarme una puta inútil.
Me sonrió cálidamente al verme aparecer por allí, aún siendo consciente de que tenía unas ojeras increíbles y que mi alma estaba en pena, el siempre tenía un gesto cariñoso para mí cada mañana.
Dejó un montón de folios sobre su mesa y, sin casi mediar palabra, me ordenó que los clasificara allí, pues él tendría que salir a solucionar unos asuntos externos.
Asentí de mala gana y me senté sobre la mesa de escritorio, pensando en todas las veces que había visto a la morena allí.
Apenas podía concentrarme y, después de perder el hilo de las cuentas tres veces, escondí mi cara entre mis brazos y comencé a respirar entrecortadamente.
-Puta gilipollas.-Insulté con rabia. Pensando en todas las cosas que podríamos haber hecho juntas.
Giré mi silla en dirección a aquel gran ventanal y suspiré, mirando el exterior y viendo pasar a las pequeñas personas que, al igual que yo, tendrían sus dramas y sus pequeñas dificultades para vivir felices.
Escuché la puerta y mi cabeza se torció para descubrir de quién se trataba, teniendo la esperanza de que apareciera por ella.
Me decepcioné cuando vi a Joan volver con una postura algo seria, que enseguida corrigió al ver que le estaba observando con atención.
-¿Todo bien?-Pregunté, frunciendo el ceño ante la brusquedad del cambio de humor tan repentino.
-Claro, unos clientes muy pesados.-Sonrió, agitando el teléfono entre sus manos. Asentí no muy convencida.
-Espero que no te compliquen más la vida, entonces.
He desencadenado un huracán, lo sé. A PARTIR DE ESTE MOMENTO DA POR COMENZADA LA SEGUNDA TEMPORADA DE LA HISTORIA. (Era la única manera de continuarla sin quedarme sin ideas)
No me matéis. Yo os quiero mucho. Por cierto, las preguntas y los mensajes privados los contesto por TWITTER, por wattpad no me entero de las cosas. ❤️✨
@missbanana027