RELATO CORTO DE GOKU Y MILK, CAPITULO VEINTICINCO)

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Por primera ocasión después de haberse obligado a ser fuerte, Milk volvía a sentir el miedo invadir cada fibra de su ser. Quizá –se dijo – era solo un efecto de no saber que le esperaba una vez que cruzara aquellas puertas al fondo de la recepción que por ahora solo miraba.

Cuando los hombres de Raditz desaparecieron de sus costados, la sensación de estar siendo abandonada de forma absoluta, carcomió sus entrañas.

Como si hubiera regresado en el tiempo, sus sentires de niña se instauraron en ella con una violenta fuerza, trayéndole a la memoria los momentos más complicados de su existencia así como la eterna soledad tras la muerte de su madre, que se había sanado un poco cuando Goku llegó a su vida.

Se quedó mirando como las siluetas de los hombretones junto al director del hospital se alejaban cada vez un poco más.

La desesperación hizo acto de presencia y con ello un deseo de correr a los pies de quienes durante tanto tiempo había considerado sus enemigos, emergió de lo profundo de su ser. Pero justo cuando se encontraba lista para echar a correr, se encontró con dos pares de fuertes manos aferrándola por uno y otro de sus antebrazos.

En un inicio pensó en luchar, en defenderse primero usando las palabras; En explicar la situación real y en revelar el propósito que su marido tenía aunado a la razón por la que había decidido enviarla a un sitio como ese. Pero pronto comprendió que de nada serviría alegar, porque la gente no le creería, sino que por el contrario, se aferrarían todavía más a la idea de que tenía un problema.

Con el rostro pálido y cansado, el cabello suelto y desordenado y los pies descalzos, Milk anduvo en silencio a la par del enfermero y la enfermera que estaban encargándose de conducirla hasta su nueva cárcel.

Sin poder evitar llorar, las lágrimas de la hija de Ox Satan se deslizaban en un trayecto que comenzaba en su rostro y terminaba en el suelo.

Estaba consciente de que una vez encerrada en ese lugar, no volvería a ver la luz del día nunca. Así que en silencio se disculpó con Goten por dejarlo solo, con su padre por no haber tenido la confianza de contarle todo por lo que estaba pasando y con ella misma, por haber tomado un camino equivocado con el que perjudicó vidas inocentes, antes que elegir ser franca con su marido.

Pero a Goku no. A él no lo perdonaba.

No solo porque el saiyajin eligió callar sus afectos todo el tiempo y solo reaccionó al darse cuenta de que lo había perdido todo; A él no lo perdonaba porque había envenenado el corazón de sus hijos.

Cruzando las puertas que se encontraban tras la recepción, los ojos de Milk contemplaron unas paredes pintadas de un color azul sobrio, sin luz, un color muerto.

Tan muerto como estaban todos aquellos pacientes afectados por diversas enfermedades mentales.

Un azul triste, en representación a las vivencias de todas aquellas personas que en el presente habían detonado un problema tan grande como para arrastrarlos a un sanatorio.

El pasillo por el que andaban estaba bien iluminado, y los pisos al menos en la parte que podía mirarse, estaban limpios.

Los cuartos alojaban a una sola persona y en la puerta de estos solo había una pequeña ventana por donde la persona en tratamiento podía mirar al pasillo.

De estas habitaciones escapaban gritos, llantos y si el enfermo estaba cerca de la diminuta ventana, podían escucharse susurros o escalofriantes habladurías.

-No parece un lugar muy agradable ¿verdad? – fue el comentario que recibió de la enfermera.

Ella negó con la cabeza pero estuvo segura de que la mujer ni siquiera le prestó atención. En cambio, siguió hablando:

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